La última vez que lo vi, estaba haciendo la fila en un cajero de Elisa Correa, lo divise a lo lejos, solo por su mirada perdida y por su cabello alborotado, quizás por el vaivén del viento. No me quise acercar, ni mucho menos a saludar; no sé, me dio miedo, así que mantuve distancia. Cuando creí toparme con él “de casualidad” en el andén, no había rastro, ni de su cuerpo, ni de su pasar. Tal vez lo imagine, tal vez solo fue una ilusión, tal vez solo fue un ser ficticio e irreal.
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