Los Locos del «Parche»

Los Locos del «Parche»

Transcurría 1990 en la ciudad de Armenia- Quindío, Colombia, en mi hospitalario, alegre y tradicionalmente cafetero, barrio Santa Rita, en la calle denominada, «la cola».

Allí, nacieron los recuerdos que hoy guardo con los años, nuestras historias de niños y de aquella hermosa pandilla, que en múltiples aventuras mi cariñosa abuelita nos permitió disfrutar.

Y ¿qué era el parche?, un pequeño grupo de diez niños, un poco locos, cuyas edades fluctuaba entre los diez y los doce años, con sus particulares rasgos de personalidad. Sin embargo, debido al tiempo que ha pasado, los describiré por lo que recuerdo de ellos, de menor a mayor éstos eran:

Chili (altanero, moreno y osado), Diego (flaco, flexible, afeminado), César (ojos verdes, cara de gato), Checho (pequeño, leal y cascarrabias), Joriban (bajito y noble), Julio pipa (pícaro y juguetón), Leo (robusto, fiel y bribón). Luego estaban los dos hermanos indígenas Deimer y Erwin, que eran fuertes y sencillos. Por último estaba yo, su novato narrador.

En aquella ciudad la palabra parche hacía referencia a un grupo de amigos, es decir, nosotros éramos una patota de chicos, que no se despegaban, cual si fuera un parche de pantalón.

Voy a narrar un trozo de lo que yace en mi memoria y que se relaciona con la lealtad del grupo, siempre inocentes, apoyando las causas, en general nobles, de nuestra amistad.

En una ocasión, nos reunimos en nuestro hogar (allí las casas son grandes, tienen sótanos enormes y patios con gran vegetación hasta el límite del riachuelo o cañada).El terreno tras la vivienda tenía muchos árboles con el objetivo de combatir la erosión. Todo el terreno iba en bajada y estaba lleno de cafetales, aguacate, guayaba, plátano y limón, era como un bosque hermoso y predominaba el olor a café.

Aquella tarde, conseguimos un lazo largo y grueso, que amarramos a manera de liana, en un árbol de guayaba, la idea era mecernos en el aire como Tarzán en la selva. Ya estando firme la soga solo era cuestión de agarre y de aventarse al vacío, sin soltarse por ningún motivo, hasta regresar de nuevo.

De todos nosotros, solo faltaba por lanzarse uno, César «el care gato» , el cual se aferró débilmente. Sin saberlo lo empujamos con fuerza y ya en el aire, al llegar al extremo del péndulo en movimiento, el borrico se soltó. Entre los árboles voló, cayendo aparatosamente sobre plantas de café, que en cierta forma amortiguaron su accidentada caída.

Una ruidosa carcajada, hizo eco en todo el bosque, llegando hasta la cañada. Mirábamos nuestros sonrojados rostros, entre vergüenza y malicia, invadidos por la risa, pero luego de un momento, de instintiva hilaridad, nos percatamos de que César no subía y corrimos a encontrarlo. Luego, escuchamos sus gemidos, allí estaba lamentándose, se encontraba adolorido. El pobre se encontraba lleno de tierra la cara y hojas en las orejas. Aquel cuadro nos hizo llorar de risa, pero, aquella burla se tornó nerviosa, al ver su muñeca derecha fracturada, como un fideo escurrido.

Temerosos, lo llevamos donde su mamá, quien a su vez, lo trasladó al hospital. Conclusión: todos fuimos castigados por tres días, preocupados y sin salir a jugar.

Paso el tiempo, César sanó y el parche nuevamente reunido a otros juegos sucumbió.

Un día, nos adentramos frente a nuestra cuadra «la cola», en los dominios de una gran finca cafetera semi-abandonada, ya que tenía un vigilante para cuidar tan vasto terreno. Allí, el parche jugó a las escondidas, pero, el vigilante tenía dos perros criollos que merodeaban la propiedad. A distancia nos olfatearon y se pusieron a ladrar. Los escuchamos muy cerca, corrimos entre los cafetales, huyendo despavoridos. Nos miramos ansiosos, planeamos, decidimos distraerlos y nos separamos.

Chili, Leo y yo, subimos a un limonero. Una vez allí, silbamos e hicimos ruido y los perros vinieron. Los tres permanecimos nerviosos en aquel árbol. A lo lejos se escuchaba al celador gritar, era cuestión de tiempo que llegara hasta nosotros y con ello, la paliza era probable. Por desgracia, la rama donde se encontraba Leo, abruptamente se quebró a medias y él, quedó colgando, dejando el trasero a merced de los perros que furiosos lo atacaron. Sin herirlo, le arrancaron un pedazo de pantalón, quedando su culo al aire.

Mientras a Leo sucedía esto, aprovechamos para coger varios limones y saltamos corriendo al escape. Chili se mantuvo corriendo, mientras Leo aún colgado de la rama aterrado gritaba al ver que los perros saltaban una y otra vez para tratar de morderlo. El vigilante estaba muy cerca de nosotros. Me detuve y Lancé entonces varios limones contra los animales desde una distancia prudente aunque no muy ventajosa, ante el peligro inminente, de las dos bestias rabiosas.

Los perros corrieron tras de mí y eso permitió que Leo escapara pocos segundos antes de llegar el vigilante donde estábamos. Yo corría eufórico entre los cafetales. La adrenalina me consumía, los perros casi me alcanzaban, y a centímetros de morderme, vi varios palos y piedras que cerca de mi pasaban, acertando en el hocico de aquellos canes, que huyeron aullando, gracias a la acción de mis amigos que nos estaban esperando, mientras que yo exhausto tomaba aire y respiraba asustado, al mismo tiempo el parche, reía a carcajadas disfrutando la función.

Por otro lado apareció Leo muy asustado. Venía con su pantalón roto y nuestra risotada al ver su culo al aire, fue realmente escandalosa. Al final para Leo fue más doloroso porque su madre aprovechó la ventanilla en su pantalón para darle unos tablazos, según ella, por pícaro y por bribón.

Así pasaron los días, entre aventuras y pilatunas, castigos y recompensas, lágrimas y risas. La niñez, cada vez más corta y los mayores llegamos a nuestra adolescencia, nos separaron del parche, algunos a otros barrios, otros a distintas ciudades, los pocos que continuaron, quedaron en Santa Rita.

Hoy, varios ya no están y, cuando el resto se reúne, recordamos nuestras aventuras con nostalgia, nuestras raíces, nuestras familias y principalmente nuestro amado grupo, «el parche».

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS