Día peculiar, rutina pasajera

Día peculiar, rutina pasajera

Yolanda Blazquez

29/01/2018

Observo, cada rincón de mi calle, y como salido de un guión de película veo personajes que muestran una historia escondida. Cada cual más fascinante, el hombre que vive en el local dónde trabaja, cada mañana se levanta a desayunar al bar de enfrente, toma el café y se pone en marcha, aparcando su furgoneta delante de la puerta y cerrando con candado para que sus pertenencias no sean robadas. Desde fuera se ve una bola del mundo que hace las veces de lámpara, con las que muchas tardes al pasar le veo leyendo un libro o tocando la flauta. Que peculiar vida puede haber llegado a tener para acabar haciendo de su trabajo su vida.

El anciano de boina y aspecto juvenil que todas las mañanas coge su coche para ir a la huerta que tiene en las afueras, vuelve a media mañana y se detiene a hablar con cada vecino del barrio, el cristalero, el bodeguero, etc. A veces simplemente se saca una silla a la puerta y observa a los que pasan, saluda a cada uno, tiene dos casas, una a cada lado de la calle y pasa de una a otra, qué grandes historias tendrá que contar y que tranquilidad da a nuestro barrio.

El frutero del final de la calle, un pequeñito indio que incansable abre cada mañana antes de las ocho y cierra todas las noches a las once y media de la noche, siempre tiene una sonrisa para mí cuando compro la fruta y me regala una pieza de fruta para el camino. Obligado a estar lejos de su casa y sus hijos del que alguna vez me habla, sigue formando parte del conjunto, de la rutina de cada vecino que vive allí y de los no residentes que pasan por azar. Que peculiar resulta pensar, todo lo que habrá vivido para acabar aquí lejos de su hogar y por lo que habrá pasado hasta tomar esa decisión.

El chaval que sube y baja la misma calle siete u ocho veces al día, sin saber porqué lo hace, o si realmente va a algún lugar o simplemente tiene algún problema psíquico, hombros y rostro alicaído, mirada ligeramente entornada pero ojos saltones, mirando de reojo a su alrededor y sin desviar su destino sigue recorriendo la calle, y vuelve a bajarla horas después. Curiosa historia debe padecer en su cabeza para hacer ese inminente baile cada día, peculiar rutina.

Éstos son algunos de los vecinos de mi barrio, que cada mañana al salir de casa o cada tarde al volver me encuentro , con los que cruzo y comparto rutina, y con los que no mantengo conversación ninguna, como auténticos desconocidos que somos y sin embargo en mi cabeza conozco todo de ellos, imagino sus historias y se las adjudico, y cuando me les cruzo no puedo evitar encender mi imaginación y añadirles una anécdota más.

Que peculiar la rutina, que peculiar resulta pararte a observar la de historias que en la calle podemos encontrarnos, y la de vidas que tienen cosas que contarte sin decir ni palabra. Seguiré inventando historias cada mañana, y disfrutando de ellas como mera observadora, sacando entradas de teatro sin pagar, y estando presente en el presente de cada uno de los personajes de esta obra de teatro que se llama vida.

¿Si tuvieran que imaginar mi vida, qué verían?

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