El cine está en mi calle

El cine está en mi calle

Teresa Medrano

16/01/2018

Tengo que hacer los deberes y tengo que merendar. Todas las tardes igual, ese es el precio de mi entrada al cine. Y listo, salgo a la calle. Estamos en el mes de junio y hace bueno. Me siento en el escalón del portal, pero poniendo papel de periódico antes, porque el mármol está más frío que el planeta Plutón, y saco mi bolsita de pipas. Las palomitas para los americanos, que las películas que yo veo desde mi asiento no son de Hollywood, son de mi calle. Y mi calle está en un barrio de las afueras de Madrid, donde a las casas, que son torres, se las llaman colmenas. Sí, en la tele, si alguna vez hablan de mi barrio, eso dicen… Y me da una rabia que para qué. No somos abejas, aunque me encante la miel, y los que vivimos aquí somos personas. Tengo que reconocer que hay una abeja reina, mi madre, que nos mantiene unidos a mis dos hermanos mayores y a mí. Si no fuera por ella, ya habríamos salido tarifando los tres. Ahora mismo, acaban de entrar al portal, uno me ha dado un tirón al flequillo y el otro, un pescozón. Me aguanto por ella, que si no… No conocí a mi padre, se fue de casa cuando yo tenía dos años. A veces les digo a mis hermanos que me gustaría conocerle y ellos me contestan, a la par, que no me he perdido nada del otro mundo. Las pipas están riquísimas pero ya voy por la mitad de la bolsa y los actores sin aparecer en pantalla. Vaya, por la esquina del bar veo a Miguel y al “Gabacho”, a éste le llamamos así porque habla francés aunque es de Tánger. Más majo el “Gabacho” que nada, cuando jugamos al fútbol y le arrancan el balón de mala manera, se pone a vociferar palabras en francés. Y yo es que me parto y le digo: –Tranquilo Karim, ahora nos toca a nosotros y se van a enterar estos mindundis–. Entonces sonríe y me da un abrazo. Y yo me emociono, se me pone como una telilla en los ojos que me impide localizar el balón, hasta que él me grita: –Allí, Daniel, allí–. Me pasa eso también cuando estoy ensimismado, haciendo los deberes, y mi madre se me acerca por detrás y me abraza sin decir nada. Miguel es otra cosa, Miguel va de sobrado, se cree Griezmann y tampoco es eso, jolínes, que aquí todos nos dejamos la piel jugando. No hay más que mirarme a mí las rodillas. Los dos saben que no me voy a mover del escalón hasta que acabe con mis pipas, así que se quedan en la esquina hablando. Ahora pasan Lucía y Daciana. Daciana es rumana y su nombre viene por los dacios, que eran los antiguos habitantes de Dacia, hoy Rumanía. Se lo dije un día al salir del cole y me contestó: — ¿Qué te piensas, que no lo sé?– Me dejó más planchado que una loncha de queso. Pues ahí van las dos, charla que te charla, ni me miran, pero mejor, así las observo bien y me fijo en todos los detalles. Lucía hace muchos aspavientos al hablar y Daciana le asiente con la cabeza, todo el rato. ¡Uy! La madre de Miguel acaba de salir del portal llorando, como asustada. Grita que le ha estallado la olla expréss y que toda la menestra de verduras la tiene desparramada por los azulejos, el techo, la encimera y el suelo. Miguel y Karim van hacia ella y tratan de calmarla. Vaya, salen vecinas de todos los portales, el panadero, el quiosquero, la mercera y hasta mi madre que me pregunta que qué está pasando. –No me hables ahora, mamá, que me despisto y pierdo el hilo.– Mi madre corre hacia la madre de Miguel y la calma diciéndole que la va a ayudar a recoger y a limpiarlo todo y que se vengan a cenar a casa. Se van yendo todos y mi madre sube a casa de Miguel, agarrando por los hombros a su madre, que ahora lloriquea pero sin decir nada. A todo esto, no he parado de comer pipas y ya veo que solo me quedan cuatro o cinco. La pantalla del cine de esta tarde se va apagando, así que me las termino en un pis-pas. Aunque Miguel y Karim se han quedado como entontados, de pié en la esquina, y mirando hacia arriba de la torre, como si quisieran poder ver esa cocina empapelada de verduras. Pero esto lo arreglo yo, ahora mismo, que ya no hay más película que ver hoy. Me subo a casa a por el balón y nos vamos a darle patadas en el parque.

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