La música de la Ciudad de México eran las sirenas de las ambulancias, patrullas y bomberos. La gente permanecía con la mirada fija. Había humo en el cielo, gritos, paramédicos, policías, helicópteros. Caminé incrédulo de lo que estaba pasando. Llegué hasta la calle de Escocia, en la colonia Del Valle.

-¡Toma! Come algo- Me dijo una señora luego de meterme una tuna a la boca.

Las personas se agilizaron para pasar escombros de mano en mano.

-¡Más gente acá!- Gritaban los miembros de Protección Civil.

Respiraba el polvo del concreto, pisaba restos de los 3 edificios colapsados en la zona, esquivaba gente que pasaba con cubetas y mi caminar se hacía más lento. No podía creer lo que estaba viendo, parecía una pesadilla.

-¡Silencio!- Todos levantaron el puño; la señal mágica, de la posible vida, de la esperanza.
Todos nos callamos, dejamos el puño arriba esperando. Los héroes anónimos sacaron un perro que desencadenó el júbilo de todos.

Me tocaron el hombro, era «Chema«.
-Estuvo cabrón- Me comentó atemorizado.
-¿Dónde ayudo?- Le pregunté.

Nos fuimos a sacar escombros. Pasaban los restos de los edificios y en el piso retratos familiares rotos, marcos de puertas, relojes de pared quebrados, varillas, ropa, y objetos de casa.

-¿Cómo te llamas?- Le pregunté a mi ayudante.
-Mauricio- Dijo sin verme.
-Yo también- Respondí.
-Soy de Querétaro- Trató de hacerme plática. Seguíamos pasando tambos llenos de piedra. Sacamos más de veinte botes y seguíamos viendo todo igual, eran interminables las pilas de concreto que tapaban los túneles de vida.

A las 6 pm salí de la fila, vi a lo lejos a mi mejor amigo, Ángel. Lo abracé y me tiré al suelo llorando.

Entró la noche y la lluvia amenazaba las labores de rescate.

Las brigadas de motos salían aplaudidas.

Al lugar llegaron alumnos de mi preparatoria, llevaban agua, comida, picos, palas, cascos, todo lo que sumara. Fue en ese momento que me enteré de Juanpi. Alumno de mi preparatoria que quedó atrapado en el edificio, su corazón le pidió regresar por su mascota y en ese momento la estructura colapsó. Nos empeñamos en rescatarlo.

Más tarde vi un adolescente sentado en la banqueta y le pregunté su nombre, no me respondió. Le tomé la mano en señal de apoyo.

-¿Con quién estás?- Cuestioné
-Con mi mamá y mi hermanita- Apenas respondió.
-¿Quieres comer algo?- Movió la cabeza de un lado a otro.

Juanpi seguía sin salir, unos decían que tenían contacto con él por mensajes de texto, otros negaban esa versión.

La noche maduró y la gente seguía ayudando.

Comenzó a llover y nadie se movió.

Ángel y yo vimos una casa con un letrero que decía «comida». Nos acercamos y una señora nos invitó a pasar, había unos cinco o seis señores con casco de construcción comiendo en la mesa. Pedimos una torta.

Pensamos en ir a las brigadas de la madrugada pero decidimos ir a nuestra preparatoria.
Ahí, acomodamos botellas de agua, papel de baño, sueros, jeringas, gasas, vendas, etcétera. Acabamos con más sueño que nunca.

Pregunté por Juanpi a mi profesor de biología.
-Todavía no sabemos nada- Dijo resignado.

Al otro día me levanté y fui a la Condesa, una de las colonias más afectadas; los policías no dejaban pasar a los voluntarios que queríamos ayudar. Algunos nos retiramos, otros se quedaron reclamando.

Regresé a la calle de Escocia.
-¿Nada de Juanpi?– Pregunté a unos conocidos.
-Nada…- Dijeron.

A lo lejos sacaron una persona. Mi corazón latió, la gente celebraba.
-¡A huevo!- Gritaron los brigadistas.

Mi expreparatoria fungía como albergue temporal, así que fui. Saludé a los profesores y dije la misma frase:
-¿Dónde ayudo?-
-Habla con las personas- Me contestó Tony, el encargado de realizar misiones.
Había unas cincuenta colchonetas, no todas ocupadas.

Me topé a Socorro, una señora que sólo pedía un té con «A», un tequila. Junto a ella, Martina «La Gitana»
-Ve mis vídeos, canto precioso.
La gente ya no tenía su patrimonio y seguía alegre. Esa noche Martina cantó «Llamarada» y Mariano, un niño de 9 años, bailó.

Salí a la cancha de fútbol donde jugué y volví a llorar.
Más tarde pasó el hermano menor de Ángel, Sebastián.
-Ya pasó un día- Me dijo triste, él conocía a Juanpi.
-No te preocupes, en el 85 hubo gente que salió días después- Traté de darle esperanza.

Regresé al albergue y vi llegar una señora mayor, le ayudé con sus cosas.
-¿Aquí dormiré?- Me preguntó
-Si, conmigo- Contesté. Me dijo extrañar una Virgen de Guadalupe que dejó en su departamento. Llamé a casa y pedí la Virgen que me regaló mi abuela para dársela. Lloró y me abrazó cuando se la di.

Agarré mi colchoneta y traté de dormir.

Al siguiente día nos despertó la alarma sísmica, un temblor revivía el pánico.
Desayuné con Fernando, un adolescente de 14 años que también se quedó sin casa, vivía por Coyoacán.
-Báñate- Le dije serio.
-No tengo ropa- Contestó.
-Te consigo algo- Y le di una palmada en la espalda.

Cuando platicaba con las personas del albergue les preguntaba si creían en Dios, todas me dijeron que si, que confiaban en su voluntad.

De pronto, vi a Fernando bañado y cambiado, me dio las gracias con un abrazo que sentí hasta el alma.

Ese día no escuché noticias de Juanpi hasta la madrugada del viernes. Juanpi si salió pero no de la manera deseada, fue el último cuerpo rescatado del edificio de Escocia.

Sus amigos llevaron flores al lugar donde encontraron su cuerpo.
Con él terminó la desgracia pero empezó la reconstrucción emocional.
Lo que pasó es una enseñanza para que exista siempre un apoyo al prójimo. Martina, Socorro, Fernando y todas las personas del albergue, nos dieron una lección de fe y de lucha; de sonreír en el infierno de perderlo todo; de seguir adelante porque les quedaba los más importante, la vida.

Ojalá todos los días nos apoyemos y caminemos de la mano, por nosotros, por la vida, por la humanidad, por Juanpi.

¡Viva México!

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