El metro, Johnny Carter, la mujer y la pregunta del niño

El metro, Johnny Carter, la mujer y la pregunta del niño

Ernesto Pitis

29/08/2018

«Pregúntaselo a ese señor, a ver qué te dice»

El señor soy yo. Espero al metro sentado en uno de los bancos del andén. Línea seis, dirección Plaza Elíptica. Viajar en el metro es como estar metido en un reloj, me dice un Johnny Carter apretado entre los renglones de El Perseguidor, el libro que ahora comienzo a cerrar. Las estaciones son los minutos, añade Cortázar. Los minutos, dos minutos, el próximo tren efectuará su entrada en la estación en dos minutos, el próximo tren efectuará su entrada en la estación en dos estaciones. La de fuera es Otoño.

Ella aparta su mirada del niño y me regala sus traviesos ojos verdes. Tiene el pelo moreno, la cara morena, las manos morenas. El resto debe ser moreno también. En una de esas dos manos morenas una alianza bien rubia, bien alianza, no debería fijarme tanto en esos detalles, no sé por qué me fijo tanto, sí sé por qué me fijo tanto. Treinta y pocos si llega, no muy guapa pero me gusta, me gustaría … Está sentada en mi mismo banco, a escasos cincuenta centímetros de mí, justo el espacio que ocupa un muchachillo de unos ocho años, su hijo o vete tú a saber, el hijo de alguien. Lo miro y me mira. Ay, madre.

“Venga, pregúntaselo al señor, seguro que él lo sabe” apresura al chaval mientras ella se sonríe, se divierte, me sonríe, el próximo tren efectuará su entrada en la estación en una estación. No parece que sea la vergüenza lo que impide al chico hacerme la gran pregunta, más bien parece rebuscar en su incompleto arsenal lingüístico las palabras adecuadas. Al fin arremete.

“La gente que está ahí enfrente …”, se lo piensa mejor, “los del otro andén …”, se te acaba el tiempo, chico, parece decir el rechinar del tren que asoma en la estación, escupido por lo negro, “… ¿adónde va la gente que siempre está enfrente? ¿Por qué nosotros siempre estamos en este lado?”

El vagón suda figuras de personas que lo llenan todo. No me acostumbro a las espaldas pegajosas, a los miembros derretidos de mis pasajeros pasajeros de viaje. Paso páginas desordenadamente buscando, distraído, donde continuar mi lectura, ¿qué me decías Johnny?, ah, sí, sí, viajar en metro es como estar metido en un reloj, o en una novela, Johnny, o en una novela. Cada estación es un capítulo.

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