En uno de esos viajes, donde recuerdo aún en mi alma, aquel sentimiento que revive cada sentido de mi ser, aparece con claridad aquel puente… Estaba dando una última vuelta por aquel tránsito de futuras inspiraciones y futuras melancolías. Pero que sin embargo, trazaron en ese presente, una felicidad agobiada con tristeza.

Esa vivencia relatada por mi corazón, que bombea la sangre llevando aquella memoria, de una tierra que aún no conocía y estaba por conocer. Veo hacia atrás, aquella vivencia, que implora muchas veces ser recordada:

Quería que la hora no pasase, quería permanecer en ese momento que hoy es recuerdo; un tiempo más del que creí disfrutar. El puente estaba tranquilo, en aquella noche el agua se veía tan tranquila como siempre. La luna tenía un reflejo hermoso en el río, parecía la imagen del cielo en la tierra, una obra de Miguel Ángel, o una novela de Charles Dickens, ese reflejo era arte, sobrepasaba el nivel naturalista de la obra innata del universo. Era un conjunto coherente pero a su vez metafísico, porque no parecía concebir su realidad a los ojos del observador que observa. Dejé en mi estadía, pero más en esa noche, que mas de una lágrima, muy cristalina y con mucha sal, cayera al agua, cayera al río. Su fin era obvio, su meta; permanecer, pertenecer. Esas lágrimas no querían extinguirse con el tonto rayo del sol de febrero en el verano de aquella ciudad, que los Alpes encerraba.

Sin embargo, el espectáculo tenía cuatro dimensiones, el cuarto regido por el tiempo me hizo marchar, y saludé al río como aquel consejero y oyente que en esos meses había podido entender mi soledad.
Le di la espalda, y prometí no volver a girar la cabeza hacia atrás…
-«La próxima vez que te vea, será con mi vista hacia adelante»- le dije al río mientras lloraba y un grupo de personas me observaba sin agraciadamente preguntarme algo. Sólo yo entendía la locura de aquel diálogo que podía mantener con el agua, no me interesaba explicarlo, menos con palabras. Disfruté el último cigarro; húmedo, pese a mis dedos mojados por mis llantos, mirándo aquella agua, que platónicamente, ejercía la reminiscencia sobre uno, y encuentras entonces en ese viejo baúl de la sangre, más dolor y alegría.


Sonaba Gounod tapando mi llanto, miré por última vez al río , y seguí mi camino, sin dejar de recordar aquella pintura dibujada, debajo de ese puente, en los cielos por las noches.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS