Despedida con amor

Despedida con amor

Adriana Mesiano

23/08/2018

—Ven viejita, ven, sí, nos vamos, te visto, te pongo linda…, ya eres tan linda que esta chalina de seda te envuelve como un marco, vos la tela más hermosa del museo. ¡No te enojes!, dije museo, pero no eres vieja, es el museo de arte moderno; te ríes, loquita linda. Dale, ya estamos listas, abrázame fuerte, uno, dos, tres, ¡upa!, ya estás en la silla, viste, nos vamos.

»Sí, ya hablé con el médico, no te preocupes, los exámenes que te iban a hacer esta tarde, me dijo que te los hacen mañana o pasado, cuando volvamos lo llamo y te los hacen enseguida, pero quizás ya no hagan falta, veremos cómo estás.

»Mira que lindo auto, viste, es más grande, no es mío, me lo prestó Gustavo, para que viajemos holgadas, me ayuda la enfermera y juntas te sentamos en un santiamén; ¡arriba!, ¡listo!, ¿estás cómoda?, espera que pongo la silla de ruedas en el baúl. Bueno, nos vamos. No puedo decirte adónde iremos, es una sorpresa, dale, no te quejes.

Nunca le dije que ni yo sabía a dónde íbamos, arranqué y manejé, despacio, casi con sacralidad, sentía este viaje como una ceremonia solemne; quería que se sintiera tranquila, protegida y a su gusto. Nos contamos cosas banales, lo que habíamos comido en el desayuno y los comentarios de una tía que la llamó al celular contándole chismes de todos los parientes. Se quedó dormida y el auto me llevó hasta el mar. Pensé que era un buen lugar porque ella lo amaba.

Esperé que se despertara, la puse en la silla de ruedas y la llevé a pasear. La vi sonreír y pensé que en el hospital esa sonrisa no la hubiera nunca visto. De golpe me miró y entendí que había comprendido el sentido de la ceremonia, y sin decirme nada, me transmitió su agradecimiento.

Me tomó la mano, con un gesto me pidió un beso e intuí que la cosa podía terminar en lágrimas, entonces le dije que no podía tener todo, y riendo le propuse: —un beso o un helado—. Fuimos a comprar el helado, le di tantos besos, y volvimos a mirar el mar.

Se quedó mirando una gaviota, la siguió con la mirada, cerró los ojos y su cabeza se recostó en mi brazo. Creo que su alma siguió el vuelo del pájaro y le gustó tanto que no quiso volver. Fue su último viaje.

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