Estaba cansada, había descartado la invitación a cenar con mis
amigas. Asi es que, después de una deliciosa ducha me sentí feliz
de meterme en mi cama; muy luego sentí que mis párpados querían
cerrarse, me entregué agradecida al bendito sueño.
No sé en qué momento había determinado que debería hacer un viaje,
tampoco estoy segura de haberlo planeado, solo sé que, ¡ya estaba
viajando!, me alegré al sentirme tan liviana después de mi cansancio.
¡¡Oh, sorpresa!!, ¡estaba viajando por sobre los tejados de mi ciudad!, y
con una agradable velocidad que me hacía sentir muy cómoda, el viento
besaba suavemente mi rostro, no había ni frío ni calor, siempre he
pensado que el clima de mi puerto es incomparable.
Podía con toda facilidad cambiar de postura, lo que me permitía admirar
toda la belleza nocturna del puerto, sus calles iluminadas, las luminarias de
las plazas.
El sentimiento de paz ni siquiera me asombraba, simplemente lo vivía y
disfrutaba.
No supe cuanto demoré en llegar a la altura del mar, entonces mi
felicidad creció, pues amo a ese mar, estando en otros mares jamás
los he encontrado más bellos que el mío. Me paseé embrujada por los
reflejos marinos de las luces de los barcos que se mecían muy suave
sobre las olas, nada me conturbaba, el aroma de sales y algas marinas
deleitaba mis sentidos.
Me di cuenta que no eran solo las luminarias de los barcos las que se
reflejaban en el mar. Miré hacia el cielo y una inmensa y brillante
luna y un cielo tachonado de estrellas se recostaban sobre las aguas
marinas iluminándolas profusamente. ¡Qué ganas de recostarme en esas
aguas!
En ese momento quise seguir mi viaje adentrándome más en el océano,
tal vez más allá del horizonte. Seguí desplazándome, pero, al llegar al
lugar en donde debería encontrarme con el horizonte, se apoderó de mi
una angustia indescifrable, respiré hondo la brisa del mar, creyendo con
eso controlar mi angustia, lo cual no logré, peor aún, ya no era angustia,
era terror, ¿terror a qué?, me pregunté. De pronto un ruido estruendoso
me estremece. ¡Oh Dios, que alivio!, un grupo de gaviotas alzaba el vuelo
con gran alboroto; sobresaltada y entumecida me alejé para tratar de
encontrar la calma.
Ya sobre las luces de la ciudad, y un poco más calmada, descubrí que era
lo que había enturbiada la belleza de mi viaje. ¡Terror, miedo, pánico a
perderme en la inmensidad!, a no reencontrar el camino de vuelta a casa.
Y muy molesta por no haber dejado huellas que me permitieran retornar;
“las famosas miguitas de pan”. El miedo intrínseco del ser humano a lo
desconocido.
Miro hacia abajo y veo a un grupo de jóvenes saliendo de un local
nocturno, uno de ellos elevó la mirada y pudo verme, alertando a los
demás, el ruido de sus risotadas y burlas al verme volando, me hizo
despertar bruscamente sobre mi cama, todavía temblando de miedo,
además de muy herida, por las burlas de los jóvenes.
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Francisca Avaria M. — Propiedad Intelectual.
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