Sofía era una niña feliz de 6 años de edad, vivía con su madre y sus abuelos. Hernán su padre, era un hombre extraño al que a veces se le podía amar con locura y ver como el mejor padre del mundo; jugaba con Sofía a lo que ella quisiera, iba por ella para salir de paseo, disfrutaba cocinar para su hija… pero, no le gustaba el compromiso, así que nunca se casó con Lucía la madre de Sofía y en ocasiones desaparecía por meses. Sin embargo, Lucía y Hernán eran buenos amigos cuando se veían y compartían tiempo juntos con tal de hacer feliz a Sofi.

En una ocasión, Hernán decidió ir de paseo a la finca de su hermano Simón, lugar que solía frecuentar él solo, para descansar del bullicio y el afán de la ciudad. Pero esta vez quería compartir este espacio con su hija y Lucía, y ellas aceptaron gustosas.

¡Estaban felices! Al llegar al pueblo se encontraron con unos amigos de Hernán, estuvieron jugando billar y comiendo hasta que llegó la tarde, antes de que anocheciera decidieron emprender el camino hacia la finca, era un camino de aproximadamente una hora a pie, por la carretera destapada de la vereda. Era un camino que Hernán conocía a la perfección, pero algo extraño sucedió. Hernán se desorientó y se llegó la noche sin que él pudiera encontrar el camino correcto.

La lluvia comenzó a caer y oscureció demasiado, era una noche sin luna, difícilmente podían verse los rostros. La pequeña Sofía comenzó a asustarse, sin embargo sus padres trataban de darle tranquilidad. Caminaron por horas intentando encontrar al menos una casa dónde resguardarse de la lluvia, pasaron entre los árboles, las rocas y los peñascos. En esta búsqueda tropezaron, se cortaron con las hojas de los árboles, Sofi perdió uno de sus zapatos, se torció un piecito y de repente… escuchó un grito de su madre. Muy asustada cogió la mano de su mamá.

  • -¿Qué pasó?
  • -Tu padre rodó por el barranco y no puedo verlo.

Sofía comenzó a llorar muy fuerte, estaba realmente asustada. En ese instante unas luces se encendieron al otro lado del barranco. ¡Al fin! Era una finca y sus habitantes escucharon el grito y el llanto de la niña; así que salieron de inmediato a ver qué ocurría.

Encendieron linternas y lograron ver dos siluetas al otro lado. Pero hubo algo más que alcanzaron a ver los campesinos.

  • -¡Cuidado! – gritaron – ¡allá va una bruja!

El miedo se reflejó de inmediato en el rostro de Lucía. Y con el deseo de haber escuchado mal, gritó:

  • -¿Qué dice usted?
  • -¡Cuidado! – Gritó de nuevo el campesino, con un tono de urgencia en la voz y agregó – ¡Va una bruja! Es una bola de fuego, miren arriba.

En ese momento Lucía abrazó a Sofi quien continuaba llorando llena de miedo, y comenzaron a orar.

  • -Ya se fue – gritó de repente el campesino.

Lucía alzó la mirada y vio que ya no había nada; también que los campesinos estaban desplazándose para llegar a ellos.

Minutos después vieron entre los árboles las luces de las linternas y escucharon los pasos de los campesinos. Eran personas supremamente amables. Ayudaron a salir del barranco a Hernán, los llevaron a su finca, les dieron bebida caliente, les facilitaron con qué secarse y les ofrecieron su casa para que pasaran la noche y ayudarlos a llegar donde el tío Simón.

  • -¿Qué fue lo que les pasó? – Preguntó Fausto, el campesino.
  • -En realidad no lo sé – contestó adolorido Hernán, quien aún no comprendía cómo se había perdido en un lugar que conocía tan bien.
  • -Que suerte que no les pasó nada más – agregó Romina, la esposa de Fausto.
  • -¿Por qué lo dice? – Preguntó una angustiada Lucía.
  • -¿Lograron ver la bola de fuego?
  • -Sí, pero de repente desapareció.
  • -Pues la bola de fuego es una bruja, que probablemente está enamorada de don Hernán, nunca había pasado nada porque el siempre viene solo; pero, como lo vio con ustedes, hizo que se perdieran y quiso hacerles daño por ser la familia de él. Lo que hizo que se asustara y se alejara fue el llanto de Sofía, por ser un espíritu inocente y angustiado; también ayudaron sus oraciones. – Explicó Fausto.

Aún asustados e impactados por todo lo sucedido, lograron conciliar el sueño y llegar al día siguiente a la finca del tío, sin embargo las cosas no estaban del todo bien; a Lucía le subió una fiebre altísima, y cuando se quitó su ropa para darse un baño y tratar de bajar la fiebre, notó unas quemaduras en sus piernas.

No eran quemaduras normales, tenían la forma de dos manos que la habían cogido de frente por sus piernas. Lucía en ese momento comprendió el gran peligro que habían corrido y que aunque no habían creído del todo en lo que Fausto les había explicado, ahora tenía la evidencia en su piel.

Volvieron a casa y a Lucía le duró la fiebre algunos días, las quemaduras se ampollaron y se fueron curando poco a poco. Lo más extraño fue que tras curarse las quemaduras, la silueta de las manos quedaron en sus piernas en un tono más blanco que la piel de ella, la cuál era de por sí bastante blanca, las siluetas duraron en sus piernas unos seis meses, recordándole constantemente lo sucedido.

Lucía jamás quiso regresar a aquel lugar, de hecho Sofía también temía volver a vivir aquella horrible experiencia. Hernán iba solo y de día para evitar que le sucediera de nuevo algo parecido.

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