El retorno a Buenos Aires de aquel verano del 93 fue toda una aventura, llena de anécdotas y emociones intensas. El tramo Lima- Mendoza, lo recorrí haciendo autostop. Viajando como lo hacen los mochileros, poniendo a prueba el instinto de supervivencia.

Después, vino el desafío de ir en tren hasta Buenos Aires. Por la distancia y la poca velocidad de la locomotora, sería todo un reto. Fueron más de mil kilómetros de increíble tour por la geografía argentina, como también, de vivencias inolvidables.

Apenas arribé a Mendoza, fui a la vieja estación del Ferrocarril General San Martín, a comprar mi boleto. Que me costó treinta pesos. El tren, partiría a las 16:30 pm. Como faltaba mucho todavía, fui a una cafetería, donde pedí un café cortado y tres empanadas de jamón y queso. Al terminar la merienda, paseé por los alrededores. Cuando me di cuenta, se había hecho tarde y faltaban escasos minutos para la partida. Comencé a correr, mientras la locomotora estaba a punto de salir. Agitado ingresé al andén, y subí aprisa a la formación 512. Al observar los primeros vagones llenos, me desplacé por su interior, sin encontrar asiento por ningún lado. Temí lo peor. Detuve mi búsqueda, y pensé en bajarme. En ese momento escuché una voz salvadora a mis espaldas – Hey muchacho de la campera negra, aquí hay un lugar, vení sentate y no sigas buscando – Al girar la cabeza vi a una carismática anciana, que agitaba la mano. Me acerqué, le agradecí el gesto y me senté.

– Hola soy Mariana ¿y vos cómo te llamás? – me dijo rompiendo el hielo –

– Un placer conocerla, soy Henry.

– Mucho gusto de conocerte Henry, ¿de dónde sos?

– Soy peruano.

– Ah, conozco Perú, tiene un pasado histórico fascinante, rica gastronomía y Machu Picchu, que es un portento. Viví allí a mediados de los 70.

– ¿Cómo así fue a residir a Perú?

– Te comento que fui activista política en La Plata, en tiempo de la dictadura militar. Cuando me di cuenta que mi vida corría peligro, me exilié en tu país.

– ¿Cuánto tiempo se quedó? –

– Me quedé más de 7 años, desde el 16 de abril del año 76, hasta el 10 diciembre de 1983, fecha en que volvió la democracia a la Argentina.

Estábamos en lo mejor de la charla, cuando de pronto, sonaron varios bocinazos y el convoy comenzó a avanzar lentamente. El reloj marcaba las 17:06. A través de las ventanillas observé mucha gente agitando la mano en señal de despedida. El viaje prometía ser muy emocionante para mí, ya que era la primera vez que hacía un recorrido tan largo en tren. Era todo un desafío a la resistencia. Porque el viajecito duraría aproximadamente 24 horas.

El inspector del tren apareció en nuestro vagón y comenzó a controlar los boletos de los pasajeros. Cuando llegó hasta el asiento de un joven, que estaba ubicado cerca al mío. Le pidió mostrara su boleto. Él muchacho, como respuesta metía las manos a los bolsillos de sus pantalones, sin encontrarlos. El controlador le comunicó que en la próxima estación se tendría que bajar. El jovenzuelo le suplicaba que no lo haga, porque le urgía llegar a Buenos Aires, por el estado delicado de su mamá, que se encontraba muy enferma y no había quien vea por ella. Entonces, Mariana intervino y propuso que hiciéramos una colecta entre todos y le paguemos el pasaje a Paulo, que era el nombre del polizón. Recolectamos 100 pesos, de los cuales 30 le pagamos al supervisor y 70 le dimos al adolescente, que nos agradeció con lágrimas en los ojos.

Eran las ocho de la noche y el hambre comenzaba a apretar. Para colmo no había comprado nada. Los demás pasajeros sacaron sus fiambres y empezaron a comer. Mariana, mi compañera de asiento, sacó de su canasta tres tapers con comida. Me alcanzó uno, otro se lo dio a Paulo. Nos dijo con voz cálida y amable – Coman muchachos, con toda confianza, estos ricos canelones están preparados por estas lindas manitas y espero que les guste –Le agradecimos al mismo tiempo. Comenzamos a devorar con avidez el potaje, que era una verdadera delicia. Nuestro ángel solidario, sonreía satisfecha por compartir con nosotros sus deliciosos platillos.

A las diez de la noche, sacó su equipo para matear y nos convidó. Estuvimos mateando y conversando los tres, hasta la madrugada, como si fuéramos amigos de toda la vida.

Amaneció, y el tren seguía avanzando a toda máquina. Cada vez nos acercábamos más al final del viaje. Un dolor de cintura me jaqueaba y tenía adormecida las piernas. Decidí ponerme de pie y caminar un rato por los vagones. Al parecer, todos amanecieron un tanto así, pero que bien que lo disimulaban. Bueno, después vino el desayuno con sándwiches de milanesa y cafecito caliente, que llevaba Mariana en un super termo. Después, seguimos con la interesante charla, que la verdad; hacía nuestro trayecto bastante placentero. Había surgido una gran amistad entre los tres. Pensaba para mis adentros, que cuando lleguemos a Buenos Aires, me daría mucha pena tener que separarme de ellos.

Los demás viajeros de nuestro vagón, iban llegando a sus destinos. Se despedían, como si fuéramos amigos entrañables. Luego se bajaban. Al final, los únicos que quedamos en él, éramos nosotros tres. Al llegar a la Estación Retiro, nos despedimos con un fuerte abrazo y con la tristeza reflejada en el rostro, partimos cada cual por su camino. Ahí terminó la travesía histórica, que iniciamos casi 360 viajantes, un 10 de marzo del 1993; se convertiría en la última en recorrer Mendoza –Buenos Aires. Después se produciría su clausura definitiva en las prestaciones de este servicio, por orden del gobierno menemista.

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