330 días a la deriva.

330 días a la deriva.

Karola Cosme Ruiz

15/08/2018

Lunes, 19 de Marzo, Cabo verde 2013

Tana, una de las cocineras de a bordo me retira el polvo con un paño húmedo y me acaricia como a un cachorro desvalido. No sé qué fue de las otras botellas pero intuyo en la templada voz de la Tana que hoy será el día en que yo también abandone este barco.

Me llaman María y hace tiempo que estoy olvidada en la bodega del buque de la armada española Juan Sebastián Elcano. Meses atrás, marinos en tierra bebieron de mi sangre que caía por sus gargantas como un buen augurio hasta dejarme semivacía. El momento álgido: cuando el capitán me alzó e inauguró así el venidero LXXXIV crucero de instrucción.

Poco después de embarcar, terminaron de vaciarme en un guiso de pollo que llenó los estómagos de quienes preparaban el barco para salir a la mar. Y una vez listo el bergantín, la soledad se apoderó de mí. He pasado mucho tiempo contemplando las grietas de la alacena y compartiendo repisa con silentes botellas de aceite, hasta que al fin ha llegado la dotación (sé que son ellos porque hacen más ruido que la sala de máquinas). ¿Qué toca ahora? Aunque ya no me queda ni gota, todavía siento el aroma a fruta roja madura que dejó mi sangre tempranilla en mi cabeza de corcho. Luzco con orgullo mi origen sobre el pecho: Ribera del Duero, donde el vino es casi una religión. Ese caldo, nacido en los mejores viñedos de un pueblo de Burgos, madurado en barrica y afinado y redondeado en mi cuerpo bordelés verde oscuro, me acompañó en todos mis viajes. Pero ahora es solo un eco olfativo, y mientras la Tana me sujeta fuerte por el cuello, me pregunto a dónde iré a parar esta vez.

Diario de a bordo, 19 de Marzo 2013

Me llamo Ignacio, soy guardiamarina de segundo de la 414ª promoción del Cuerpo General de la Armada, llevo un mes a bordo de este buque escuela. Nos encontramos navegando a vela, a poniente de la isla de San Antonio del archipiélago de Cabo Verde. Hoy tutelo el cuarto de derrota, es costumbre lanzar un mensaje en una botella, a mediodía, con la fecha y posición del barco, para ver en qué lugar del mundo aparece. Siguiendo el formato prestablecido he escogido un refrán de Cristóbal Colón: «El mar dará a cada hombre una nueva esperanza, como el dormir le da a los sueños».

Muestro el mensaje al oficial de guardia y me da su aprobación. Lo introduzco en una botella de vino vacía, le coloco el corcho con ímpetu y la beso. La suerte está echada. Me acerco a cubierta y la lanzo deseando que llegue a buen puerto.

De las manos de la Tana a las de uno de los marineros, y de las suyas a… ¿qué diablos hace ahora?

Vuelo por los aires y aterrizo en la mar.

El océano Atlántico me engulle por unos segundos, y salgo a flote. ¡Oh, no! moriré ahogada o acabaré en el estómago de algún cetáceo hambriento. Los vientos alisios me empujan, un hormigueo se arremolina en mis entrañas, pero no se parece al vino: ¡Llevo un papel enrollado! No sé qué dice ni dónde debo llevarlo. Veo alejarse la majestuosa silueta de cuatro mástiles; mi última casa, se marcha sin más haciendo cosquillas al horizonte.

Estoy completamente perdida.

Viernes, 14 de Febrero, Cayo Ambergris, Belice 2014

Ignoro cuanto tiempo llevo a la deriva. Han pasado cientos de atardeceres hermosos y noches serenas, y muchas otras noches terribles de tempestades y oleajes salvajes, pero hoy el sol ha salido con una fuerza imponente y sus mordiscos se hacen notar. Es cierto que sus rayos envejecen, pues el manuscrito que guardo en mi interior ha empezado a encanecer. Aunque no tengo idea de mi posición, esta vez me siento acompañada. Viaja conmigo una gaviota errante que hace rato se posó a mi lado sin emitir sonido alguno, sólo picotea mi cuerpo de vidrio sin cesar, y entonces me doy cuenta: mi sello, mis raíces burgalesas, se las tragó la mar salada; ahora luzco desnuda, sin nombre, sin rumbo.

El mar está tranquilo, mi amiga de dos patas ha dejado de picotearme, y del mismo modo que llegó se va sin despedirse, desplegando semejante envergadura. ¿Pero… qué?

El cielo está lleno de gaviotas que vuelan bajo. Debo estar llegando a tierra firme.

El sonido de las olas se ha vuelto un susurro. La arena me acaricia con un aleluya. Me he detenido, pero aun siento cómo me golpea el agua en la espalda. Una y otra vez.

Un nuevo atardecer arranca nuevos reflejos de mi verdosa figura, la luna enfría mi esperanza.

El silencio invade la playa, hasta que escucho unos gritos de euforia. Un niño rubio me recoge de la orilla y sosteniéndome en alto, vitorea en un español con acento extraño:

— ¡Un mapa, encontré un mapa pirata!

Termino en las manos de un hombre mestizo que lo acompaña. Con doble giro de cabeza, el hombre, saca el papel enrollado; trato de resistirme pero todos los intentos son en vano. No quisiera perder lo único que me queda, dudo si serán ellos los destinatarios del mensaje porque parecen tan sorprendidos como yo.

  • —¡Increíble, esta botella ha recorrido más de 3.500 millas! Aquí dice que la lanzaron hace… 330 días. ¿Cómo habrá llegado hasta Isla bonita? —pregunta el hombre de piel morena mientras el niño me sostiene como un tesoro.

Ya no guardo vino, ni contengo un mensaje, pero soy un tesoro. Nunca me sentí tan llena, estando tan vacía.

Agradecimientos a Gonzalo Vallespín Terry, alferéz de navío y al buque escuela Juan Sebastián Elcano, por su aporte fotográfico e informativo.

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