Una abeja, un violín y un día de suerte

Una abeja, un violín y un día de suerte

Aquella abeja obrera era muy optimista pero estaba hasta los ovarios; tenía la lengua en carne viva de tanto libar y libar. Se había cansado de recolectar y transportar polen, elaborar papilla real, limpiar la colmena, fabricar panales de cera y guerrear defendiendo la casa contra invasores mientras el zángano, venga a tocarse los huevos y comer y comer, se vigorizaba para morir mientras echaba un polvo a la reina. Otra a la que ya le valía; mano sobre mano todo el día, a mesa puesta, tocándose el papo, buscando zánganos como una ninfómana y venga a fecundar y fecundar pariendo dos mil huevos al día. Claro, como ella no los criaba, que trabajara la gilipollas de la chacha obrera.

Y encima tener que escuchar que las abejas eran un ejemplo de sociedad a imitar, ¡y una mierda como veinte catedrales! Ya le valía a la especie esa también, ¡menudo cuajo! Lo había decidido: viajaría por libre, dejaba el enjambre, abandonaba la colmena, quería ver mundo. Al fin y al cabo no le iba a ser difícil buscarse la vida. La reina y el zángano, esos sí que lo tenían crudo para independizarse como no fuese para montar un club de alterne.

Después de polinizar varias lavandas y con el néctar almacenado en su estómago se marchó zumbando. Rompió la cadena de abejas obreras, que se llevaron las patas a la cabeza llamándola “esquirola” al ver que se fugaba. Aceleró el vuelo y dio varias volteretas gozosas en el aire. No paró hasta asegurarse que no la seguían. Se posó en una amapola y se tumbó boca arriba sobre un pétalo con una pata sobre otra disfrutando del sol de mayo. ¡Ah!, ¡qué bien se vivía sin trabajar!; así, tumbada a la bartola, viajando de flor en flor donde le diera la real gana. De puro contenta comenzó a zumbar silbando: ♫ Zzzzzz Zzzzzz♪♫.

Ya bien descansada, siguió revoloteando hasta que el olor de unas mejoranas en un balcón la hicieron detenerse de nuevo: ¡hmmm!, ¡qué bien olían!, eran sus flores favoritas. Su optimismo iba en aumento. El balcón tenía rejas pero la puerta estaba entreabierta y decidió pasar sin zumbar para que no la descubrieran. Eso sí que era un «casoplón» y no la colmena. Se miró en el espejo del aparador, colocándose las antenas con coquetería. No escuchó ruidos. La casa parecía estar vacía; ¡genial!, podía cotillear sin miedo a ser vista. Recorrió el pasillo, picoteó una manzana del frutero en la cocina, limpió sus patas con la toalla amarilla del lavabo y quedó extasiada al ver que había un violín sobre un sillón del dormitorio. ¡Dios!, ¡un violín, un violín!, no cabía en sí de gozo, siempre soñó con tocar uno. Hoy era un día perfecto, sin duda.

Entusiasmada, subió a las cuerdas sujetándose con las patas traseras mientras tocaba con las otras. El violín no emitió sonido alguno, las cuerdas estaban demasiado tensas pero no iba a claudicar; a optimista no le ganaba nadie, si insistía un poco más y aflojaba las clavijas, lo conseguiría. Continuó tocando acelerada, moviendo desatada las patas como si bailase un sirtaki. Sudaba como la tapa de una olla hirviendo y perdió el equilibrio. Vomitó néctar y quedó pegada a las cuerdas del violín; una de ellas le seccionó un ala. ¡Mierda y más que mierda! Mientras batallaba por despegarse, sintió como otra cuerda le reventaba el abdomen; el jugo azucarado junto con las tripas se desparramó fijándola aún más al violín. Las patas se balanceaban sin control alguno. Bueno, no pasaba nada, solo había que mantener la calma, al fin y al cabo el viaje había merecido la pena y además era su día de suerte. Vale que le faltaba un ala y le había reventado el abdomen, pero estaba viva. Seguramente el dueño del violín la rescataría, los amantes de la música son gente afable, incluso era probable que fuera animalista. Solo tenía que esperar, tampoco demasiado; las cuerdas acababan de seccionarle dos patas y una antena, pero en unos minutos probablemente alguien acudiría en su ayuda. Mientras lo pensaba, se cayó el ala que le quedaba y el resto de las patas.

Mantenía ya solo la cabeza y una antena cuando escuchó vagamente el ruido de la llave en la cerradura. ¿No lo dije?, lo sabía, estaba segura que llegarían a tiempo.

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