La razón estimula a reanudar el viaje de la vida al que se llega exhausto por el exceso de equipaje, cargado de bagaje pesado con baúles de recuerdos, como viajan las damas de alta alcurnia con chofer propio sin preguntarse por la vías arteriales elegidas para un trayecto seguro sin incidentes, y se confía tan gran responsabilidad a un desconocido que dirige o elige la travesía, como si fuera sólo suya.

Uno de los bultos es la maleta del antídoto de amor, henchida de oprimidos sentimientos repelidos, y largas vigilias de llanto en la oscuridad pétrea de la noche. Cuando se comienza a hacer el equipaje se siente el cosquilleo de estar en completud de amor que tranquiliza, protege y sosiega como la ternura de los padres, que todo lo puede. La realidad es una simple ilusión idolatrada que se disipa, por no llevar las gafas graduadas apropiadas de realidad. Repleta de harapos sangrientos, desgarrados y mugrosos, se abandona en el camino trazado por el amor a sí mismo a coger el billete equívoco hacia ilusiones efímeras. Subrayado con rotulador rojo en el plano de todo viaje inexperto, se obvia por la cegara el precipicio que pone fin al alma de la dicha, al no vislumbrar con los prismáticos el puente o el atajo ¡alguno siempre hay! para cruzarlo. Es la ilusión ante un safari arriesgado, que aviva la curiosidad de viajar hacia lo desconocido y, donde otros estuvieron, que inserta la misma necesidad a los demás para recorrer esa ruta incierta.

Una alimaña desconocida que ahuyenta a los lobos y leones que salen al paso por la sabana, aparece el “adonis inhumano” cual monstruo hambriento de maldad, perversión y lujuria, que como Júpiter, prefirió devorar con sus mandíbulas a sus propios hijos con dientes de desapego, arrojados lejos de su templo con el rayo fulminante de la indiferencia y el olvido, de los sagrarios de adoración de su creador. Hoy, si bien, lacerados errantes acarician sus heridas injustas del desprecio, lentamente cicatrizan e indican fortaleza de vida y templanza en la lucha. La ignominiosa venganza engañifa, de no querer proteger lo construido de supuesto amor, que en otro tiempo pareció ser la revelación de su propia existencia, se escondió en la cueva de la lujuria, la mentira, la traición, embriagado del vil metal de la apariencia, donde no logra esconder el narcisismo y facha de un dios falso ídolo autoidolatrado, y traslada lo creado al ostracismo y destrucción, como entregado enamorado.

La desesperación al perder el rumbo del camino, que se presenta con pocas rectas, augura el desvío del giro, al querer atrapar el horizonte y acariciar la cercanía de la proximidad. Edificado el castillo de aparente piedra, resultó ser de arena y el anhelo de adentrarse de nuevo en una humana civilización sin sospecha, revelación primitiva sin afecto ni pasión por ser observador cauto y reflexivo, acampó a la intemperie. En búsqueda del sentido, de una minúscula realidad interiorizada consciente, orientaba el ascenso a una nueva montaña y alcanzar la cumbre en la escalada. Las protecciones, zapatillas de gato, agua, proteínas, guías y arneses, para evitar caerse en el ascenso, se quedaron en el cuarto olvidado de la locura. Las uñas quedaron encarnadas adheridas en las rocas escarpadas. No, no fue suicidio, fue asesinato con grados de vueltas de traición y, las ilusiones de un mañana que parecían paradisiacas en el horizonte de abril, reflejaban en la tarde la oscuridad ocupada de la noche y el frio de la cueva.

La tristeza era el más pesado de los cofres, ¡no por exceso de oro ni piedras preciosas!, la exquisitez era de plomo azabache opaco, tallado a fuego de amargura con una de las mejores sonrisas, acompañante de una larga senda de la vida, haciendo escalas en él para su deleite, pero el brillo de sus ojos revelaban la animadversión a cualquier inicio de apego que pudiera desplegar alas de mariposa.La ausencia del amor sin interés alguno reventó la rueda de la confianza y ajustaba la constancia del tramo de viaje programado como fin, en la parada de un destino absorto de realidad, dirigido por el fugaz delirio de levantarse aunque se caiga. El desánimo conduce como fiel compañero en caminos insólitos, como una losa de acero, retrasando arribar al encuentro en la otra orilla, que llevado en la huida persigue el secuaz viaje dilatado, sin espacios para idas y venidas, ejecutando los segundos, minutos, horas, días, semanas y años. Esa áspera sensación de llegar al lugar donde ya nadie espera a secar el llanto. Destino de los fragmentos del recorrido que tasan el exceso de equipaje, que o bien se paga o se deja guardado en consigna por si hay regreso. Es la hastiada carga de los puntos que conforman las rectas y parábolas geométricas que entorpecen la belleza de la proporción áurea, de la vida perfecta y sin desarmonías.

Aún así, se continúa el viaje de las fantasías del camino de mil curvas para llegar a algún puerto y, encontrar el navío del consuelo y bienvenida. Desplazamiento ya, sin equipaje con descosidos sueños, sólo quedan las palabras dispuestas a saltar a tierra firme, a batirse con la pluma en el escrito, en este nuevo duelo que exige acabar el viaje, ahora.

Somos náufragos en un barco a la deriva, si alguien tuviere el trayecto fijo no sirve como brújula para encontrar el norte individual. El navío viaja solitario entre las aguas de mar y tierra, en océanos sin costa a la vista, cuando arribe al último puerto sin vuelta, escribiré desde lo alto del techo del cielo con tiza de colores en la arena, en los árboles o en la piedra de mi tumba:

Encontró el lugar allá, en otro mundo.

Vino a completar un viaje, como todos a la deriva.

Aquí duerme la ilusión, el amor, la cordura, la alegría y la ira.

“Tesoros” terrenales los tuvo ¡todos!.

Sólo le falló la vida”

Fin del viaje.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS