Anselmo miró su reloj y pensó que por fin acabaría esa locura. Faltaban apenas unos minutos para la puesta de sol y estaban a punto de cruzar la frontera.

Durante todo el mes Anselmo cartografió el entorno del penal de Llidoners. Mapeó carreteras comarcales, veredas y senderos que condujeran hacia Francia. Descubrió que Andorra también podía servir como objetivo. Hizo mediciones en los mapas que encontró en la biblioteca. Trazó tres posibles recorridos y consiguió hacerlos llegar a sus contactos en el exterior para que fotografiaran detalles importantes a lo largo de cada kilómetro.

La semana anterior a la fuga, el recluso ya disponía de fotografías suficientes para identificar cada uno de los caminos seleccionados. Tenía dudas entre dos de los planificados, cualquiera de los dos resultaban idóneos desde la celda.

El 12 de octubre, Anselmo y Lucas lucieron sus flamantes uniformes militares confundiéndose entre los externos que acudían a la tradicional celebración de la Fiesta Nacional en el Penal. A media mañana ya estaban fuera del recinto. Despojados del uniforme, que abandonaron en un vertedero cercano al penal, iniciaron el recorrido a pie hacia la frontera más cercana.

El trayecto fue más difícil de lo imaginado en la celda. Los zapatos de Lucas, demasiado estrechos y la botella de plástico que Anselmo había previsto para proveerse de agua tenía una leve fisura en la base que arruinó la sensación de éxito que les había acompañado a ambos en las primeras horas de fuga.

Caminaron durante todo el día. Débiles y desentrenados, además de sedientos, empezaban a pensar que habían hecho mal los cálculos. Lucas ya no podía más, necesitaba parar en algún momento. Ninguno de los dos había conseguido pegar ojo la noche anterior.

Anselmo volvió a mirar su reloj

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