VIAJE A TRAVÉS DE UN CIGARRILLO

VIAJE A TRAVÉS DE UN CIGARRILLO

Netty Del Valle

29/06/2018

Tiene pereza y está tendida en una de las poltronas blancas del salón, con su fiel cigarrillo entre los dedos. La nicotina estimula su inspiración y no necesita hacer mucho esfuerzo para viajar a través de la imaginación y escribir lo que vaya apareciendo: con solo fumar basta. Está claro que para ella el cigarrillo es su piedra filosofal que convierte el placer de fumar en imágenes, ideas y pensamientos que primero manuscribe en una libreta con hojas recicladas y luego las transcribe en el computador. Así pretende hacerse escritora.

Aspira varias veces la colilla que lleva entre los labios, expulsa el humo por la nariz y escucha una noticia en la televisión que dice que la OMS reveló que el cigarrillo es causa del cáncer de… y que… Apaga el aparato y sonríe. ¡Qué importa la forma de morir si se obtienen resultados! ¿Cuál es la diferencia entre morir atropellada por un autobús, de desamor o un cáncer de garganta? Sonríe de nuevo al reparar en esta tonta conclusión y continúa fumando.

Se aleja de los convencionalismos que encasillan y cercenan el libre pensamiento y deja que la imaginación merodee por donde le plazca. Aparecen realidades y ficciones en la historia que entre humos se va entretejiendo, a tal punto que ella tampoco logra identificar qué es lo verdadero y qué lo falso. Pero le da igual si lo que escriba más adelante, sea verdad, una mentira o una realidad ajena que no le pertenece. En todo caso, ella se abandona y deja que la mujer que aparece envuelta en la humareda negra de la nicotina, continúe viajando a su propio interior para descubrir el por qué no es lo que ha querido ser. Pretende que en este viaje ajeno, tal vez ella también encuentre respuestas al vació infinito de un alma huérfana de tantas cosas.

La vida de la mujer de humo de este relato ha transcurrido por escenarios de dramas, conflictos, deseos insatisfechos, ansiedades y hasta luz en algunos episodios: toda una contradicción. Así ha sido su transitar: preñado de momentos de alegría y de derrota, especialmente en el escabroso tema del amor. Este sentimiento le llegó prematuramente cuando aún sus senos estaban en formación y su virgen sexo apenas se poblaba de vellos púbicos. Tuvo muchos amantes pero no se casó con ninguno porque jamás fue correspondida como ella pretendía. Le dijo adiós al amor, fingió orgasmos para que su flor rosada no muriera de silencio y dejó de juzgarse con severidad.

Solo estudió hasta el primer grado de secundaria porque la sacaron del colegio con el fin de prepararla para las faenas del hogar por si acaso se casaba. Aprendió a cocinar arroz con coco, a fritar huevos y tajadas de plátano verde. A zurcir los rotos de los calcetines de sus hermanitos, barrer la casona de once habitaciones donde vivía con sus padres, tías, abuelos, primos, tres perros y dos loros. Bajo la sombra del árbol de mango que refrescaba el traspatio, estudiaba sentada en un taburete. Muchas veces allí se quedó dormida y cuando despertaba se daba cuenta que la cabeza la tenía cagada de pájaros y un gran mutismo le daba la apariencia de una muerta. Era en esos momentos de mudez y de letargo cuando su imaginación comenzaba a funcionar, y a fabricar sueños e ilusiones que se paseaban por los paraísos artificiales de su juventud: alucinaba con ser una destacada profesional, una escritora, dueña de un cabaret o cantante de rancheras en la plaza Garibaldi. Ella quería ser reconocida por algo sin que importara a qué se dedicara; solo quería ser recordaba como alguien que pasó por la vida y supo hacer bien hecho lo que le tocó.

Años más tarde,ingresó a la universidad sin llenar los requisitos académicos. Uno más de los actos deshonestos que cometería a lo largo de su vida. Un amigo, decano de una universidad de su ciudad, le dio la oportunidad de calentar durante seis semestres, una banca del claustro. Solo tuvo que firmar el libro de matrículas. Su gran amigo conocía que ella era una ignorante y no sabía nada, pero la apreciaba tanto, que quiso ayudarla. Llegó hasta allí faltando a la verdad y a la integridad que sus padres se afanaron por enseñarle. No terminó los estudios; quizá la vida le aplicó el refrán «El que mal empieza, mal acaba».Esta es una mujer que ha cedido a muchas de las tentaciones del demonio pero, también,ha sido tocada por el Bien y esta mezcla, hecha carne, es la que deambula por un mundo surrealista con olor a tabaco y nicotina.

Es empírica en todo: no tiene diplomas que colgar a la subida de la escalera ni un currículo para lucir en la contraportada de una novela. Solo tiene la resistencia de la tierra arcillosa que la parió y la vitalidad de la exuberante selva donde jugó junto a sus riachuelos con lombrices, hormigas y tortugas. Disfruta de tonterías como el grito de un boga que sale de pesca por la ciénaga; las contorsiones de los bailadores de cumbia en la Plaza Bolívar; el pregón de los vendedores callejeros que pasan todas las mañanas por la puerta de su casa con sus carretillas repletas de verduras y frutas del trópico y el sonido de un tambor que sube en espiral hasta la ventana de su habitación.

Así fue construida su vida: como un verso que se recorta, se alarga, se borra, se cambia, se contorsiona, se retuerce. Unas veces las cosas le salieron extraordinariamente bien y otras extremadamente patéticas.

Una última colilla aún humeante, agoniza en el cenicero de cristal cortado. Se acomoda en la poltrona , se quita los zapatos y descansa la memoria.

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