El viaje de la verdad

El viaje de la verdad

Federico Buyolo

26/06/2018

«Quiero que quede claro desde el inicio, que no haya la menor duda: ¡odio viajar! No sé qué placer encuentra la gente en meterse en un avión, un tren o un coche y recorrer miles de kilómetros para ir a otro sitio donde las personas tienen los mismos problemas e ilusiones que nosotros aquí. Claro, ahora me dirán que hay que ver otros paisajes, otros monumentos, otras civilizaciones. Chorradas. Todo lo que quiero saber lo tengo en internet, en los documentales y mejor aún, en los libros.

Leer sí que es un verdadero viaje, tiene todas las ventajas y ninguna de las incomodidades de los aeropuertos y estaciones de tren. Sumergirte en otros mundos, imaginar el entorno donde se desenvuelven las aventuras, sentir el calor, el miedo o la ilusión de cada uno de los protagonistas. ¿Acaso van a negarme que después de la Odisea, hay un viaje más interesante que el que vivió Ulises? Pues claro que no. No creo que Homero necesitara hacer el viaje para escribir la aventura más fascinante que nadie haya descrito. Viajeros, pobres idiotas que a lo único que se dedican es a coleccionar sellos en el pasaporte siguiendo mis inventadas historias.»

Ella no daba crédito a lo que estaba leyendo. Estaba perpleja. Toda una vida pensando que su abuelo había sido un aventurero y ahora, por casualidad, descubría que él odiaba viajar. Su mundo se acababa de desmontar. Ella estudiaba turismo para emular a su abuelo, quería dedicar su vida a recorrer todo el mundo como él hizo cincuenta años atrás. Ahora no sabia qué pensar, ni qué hacer.

Amancio Beltrán Calderón estaba considerado como el primer gran escritor de guías de viaje. Su pericia para combinar la ficción con la historia real de los lugares que visitaba hacía que sus libros se convirtieran en best seller a los pocos días de publicarse. Relató la vida en las aldeas de África, la espiritualidad de la india, los paisajes de naturaleza casi virgen de América Latina, la belleza blanca de los países nórdicos, y siempre, siempre, la humanidad de todas las gentes en todos los países y culturas. Leer sus relatos, era vivir en presente lo mejor de cada parte del planeta. Sin embargo, para ella ahora todo era una gran mentira, su mito, su héroe, se había revelado ante sus ojos como un gran farsante.

Cerró la libreta y dejó de leer. No podía soportarlo. Estaba en una encrucijada, por un lado no podía contarle su descubrimiento a nadie, por otro lado, no podía vivir con esa gran mentira que le oprimía el pecho y la dejaba sin respiración. Estuvo dudando, por un momento, donde esconder el cuaderno de su abuelo. Estaba claro que nadie podría descubrirlo. Su buena reputación quedaría en entredicho y además se enfrentaban a posibles demandas por parte de la editorial, aunque eso era algo improbable, durante muchos años y aún hoy, sus libros se vendían aportando pingües beneficios a todos.

Decidió mantener la mentira en secreto, como el mal menor, aunque eso no le hacía sentirse mejor, al contrario, toda la responsabilidad de la verdad ahora recaía sobre sus hombros, sobre su conciencia y sobre su futuro. Aunque el peso era grande, lo que más le dolía era que su ilusión de dedicar su vida profesional al turismo se había quebrado por completo. El fundamento de sus valores se había construido gracias a las enseñanzas de su abuelo, pero ahora repudiaba todo aquello.

Durante toda la noche no pudo pegar ojo. Se encerró en la vieja biblioteca del abuelo. Cogió los libros de viajes que había escrito aquel admirado y ahora desconocido Amancio Beltrán Calderón, y comenzó a leerlos nuevamente. Esta vez con ojos críticos, sin miramientos ni admiración de nieta, lo hacía con desprecio ante el engaño de un hombre sin escrúpulos. Pero se dio cuenta que cuanto más leía, más amaba aquellas historias y los lugares recónditos que tan magníficamente había relatado en sus libros. No podía ser cierto que su abuelo fuera un impostor, pero la realidad era que sus ojos no le mentían y aquel cuaderno relataba la realidad con su propio puño y letra. Tenía que comprobarlo.

Seleccionó diez destinos en varios continentes. Viviría la realidad tal como aparecía en los libros, sin poner de su propia cosecha, se dejaría llevar y comprobaría si los libros se adaptaban a la realidad o era todo una ficción. Planificó todo el viaje con esmero, cada detalle siguiendo las indicaciones que encontró en los libros. No pensaba volver a Madrid hasta no tener toda la información y vivir su particular Odisea.

Comenzó por el destino más lejano, la majestuosidad de los templos en Japón; siguió hasta las libertinas playas de California; se perdió en los frondosos bosques de Canadá; cruzó el océano para contemplar la pureza de las tierras nevadas de Laponia; se adentró en la cultura de la ahora decadente Europa del este; vivió entre los parias de la India; navegó por el Nilo hasta llegar a la Sudáfrica racial de Mandela. En cada punto de su viaje, no dejaba de consultar la guía correspondiente al lugar, al mismo tiempo, en el mismo cuaderno de su abuelo escribía y escribía y reescribía. Afrontó las dos últimas paradas con la misma incredulidad con la que comenzó su viaje. Con escasas fuerzas y el dinero justo, recorrió la Pampa Argentina hasta llegar al Brasil de los contrastes entre favelas y rascacielos.

Aquel viaje, secreto para todos y revelador para ella, le dio la información que estaba buscando, pero al mismo tiempo, le quitó lo que más había querido, seguir los pasos de su abuelo. Con el dolor que da la decepción, cogió el ordenador y comenzó a escribir todo aquello que había visto y vivido. Al fin pudo descansar, pudo ser ella aunque su destino siempre quedaría ligado al de su abuelo. Su libro Desmontando a Amancio Beltrán Calderón se convirtió en un best seller y ella, en el nuevo referente de la literatura de viajes.

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