Entre azules

Te había esquivado desde hace un tiempo, insistías e insistías. Eras tentador, tengo que reconocerlo. No era precisamente el viaje que había soñado, pero era inevitable penetrar en ti. Anoche, justamente a las dos de la mañana, sin calcular tiempos ni contratiempos, me detuve frente a ti y me sumergí en el estallido de azules que copaban el centro del lienzo. Una vez pude ponerme de pie, caminé cautelosa entre los amarillos vangoghianos, seguí los trazos sueltos hasta estrellarme en los trazos negros que delataban el torso, una mano, unos senos, unas caderas que yacían en el vacío de la nada. Vacío que escrudiñaba mi alma a las dos de la mañana. Perdí la noción del tiempo. Saqué mi cabeza desde tus entrañas, pero nadie había notado mi ausencia. Decidí regresar a ti, a ese calor cercano que emanabas (inusual a esas horas de la noche). Seguí explorándote, sólo conocía una pequeña parte de ti, tenía que deambular por los diferentes planos. Tenía que probarme la corona de espinas que adormece ensangrentada en una de tus esquinas. Esquinas de llanto, de olvido.

Llegó el cansancio y me senté en la esquina inferior izquierda, entre azules pálidos y ocres. Desde allí te aspiré cálido, misterioso y fui acariciando mis caderas, cada seno, cada muslo que yacían en el vacío, en la nada.

/SRF/

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