Gotas de sudor resbalaban por su frente, la mayoría se quedaban empapando sus frondosas cejas, pero las mas fuertes competían por llegar al final.

Una meta, un lugar que no estaba nada claro. Podían acabar en la comisura de sus labios y hacerle sentir que este desierto sabía a un mar seco, o caer por su barbilla y ser una minúscula gota, como la primera que forma un gran torrente. El que inicia una catarata al caer por un precipicio.

Una gota sigue a otra y al final un barranco las junta y crea un río.

A veces un río de sudor y lágrimas.

La misma competición se creaba entre las cuatro ruedas de su vehículo.

Una ley mecánica reconocía que las ruedas de atrás nunca ganarían.

Pero el notaba como su ganas de competir las hacían rugir y derrapar en cada curva.

Todo era competición en este truculento viaje por el desierto.

Había dejado atrás a sus perseguidores, ya hacía mucho que iba en cabeza de este viaje, la carrera más dura del mundo.

Octava etapa. 6 de enero, a doscientos Km. de la salida, Paris/Dakar 1996.

Su cabeza le decía que tenia que aminorar la marcha, que estaba perdiendo la concentración , su cuerpo empezaba a sentir que no estaba a la altura, pero su parte racional no escuchaba, competía con la razón lógica de su ser animal. Esta parte en el, sabia de sobra que este viaje no estaba en buen camino, pues de esta manera no llegaría al ningún lugar, lo lógico es terminar, no morir en el intento, no se, que quería demostrar, a lo mejor una vida mediocre se recompensaría con un triunfo.

-Chico ¿donde vas?, ir en cabeza te esta haciendo perderte, le decía su parte animal.

La racional.. le decía:

-Arriesga, si no nunca ganarás, Jean Clou, demuéstraselo a todos.

Solo hacia una semana que empezó este viaje y cada vez se hacia mas fuerte , ese virus.

¨La avaricia¨ de ganar, de viajar sin copiloto, conseguir títulos por el solo. Mejores que los de sus viejos amigos, sus compañeros de trabajo o de desconocidos vecinos, cualquiera en su camino tenia que estar por detrás.

Creía saber como contrarrestar a esa lógica, estaba solo en el desierto, sus actos solo le repercutían a el, y solo su persona sufriría las consecuencias.

A unos kilómetros de él, un padre Tuareg se disponía a montar una pequeña jaima, solo provisional, su viaje hasta Atar, la ciudad mas próxima con aeropuerto no se había planeado, todo lo que hacia Mustafá Qassim Haddad en su vida hasta hace solo unos días estaba bajo la voluntad de su Dios. Hoy empezaba su viaje mas difícil.

Sus creencias eran fuertes, pero no sacrificaría a su hija,

Recosto a su hija bajo la sombra, su pequeña de nueve años, no tenia que morir.

Había visto desaparecer a su tribu, su ganado su cultura y siempre creyó que era la voluntad de Ala.

No se resistía a ver morir a su niña, Shayla necesitaba de una intervención médica, con algo mas que fe y buena voluntad, necesitaba mucho más que rezar. Tenían que llegar a un gran hospital.

Mustafá Imajeghan, de la casta superior de los Huymezzys. Grandes guerreros Tuareg.

Hoy no aceptaría su destino, no permitiría ver morir a su linaje en el desierto.

Hoy era su viaje mas difícil.

Solo hacia unas pocas horas que los camiones de asistencia de la Paris/Dakar habían pasado por su pequeña aldea, los vio alejarse y vio como todo esa tecnología pasaba de largo sin hacer caso a su señas, el solo quería ayuda para su niña.

Apostado sobre una duna con su viejo rifle, con el sol sobre el , convirtiéndole en una mancha difusa en el desierto, espero su sencillo plan. Pronto pasaría un vehículo de esa maldita carrera y lo abatiría como si fuera un gran venado.

Entonces vio un vehículo, saltaba de duna en duna, bajaba y subía pendientes, poseído por esa magia que siempre renunció su tribu, la magia de la tecnología. Ahora la necesitaba.

Shayla empeoraba y el también estaba en una carrera, hacia la vida.

Cargo su Martini-Henry, solo dispondría de un disparo, su viejo fusil nunca antes habia atentado contra personas, o por lo menos desde que el lo compro a un mercader Iraní.

Mustafá necesitaba ese vehículo, conocía el movimiento del desierto y aunque no sabría manejar ese monstruo de metal sabia como encararse a el , espero en el sitio adecuado y apunto con cuidado,cuando estaba a cincuenta metros se levanto y apunto su arma.

La lucha de la vida y la muerte, un monstruo de hierro y solo una bala de un viejo fusil.

Jean Cloud, encaró al Tuareg, también sufría una lucha, parte de su cabeza le decía que su viaje tenía que ser algo mas profundo que un triunfo ante los demás.

Las ruedas de atrás aceleraron, pero su parte animal freno y dió un volantazo.

Se precipito por la duna, volteo y volteo , mas de cinco vueltas de campana , la suave arena amortiguo y le hizo llegar hasta los pies de Mustafá, este dejo su fusil y corrió a socorrerle.

Esa noche, los tres pasaron la velada en silencio bajo la jaima, no necesitaban hablar, Las miradas entre ellos se entendían mas que largos diálogos.

Por la mañana Mustafá se disculpo de haber apuntado a Jean Cloud.

Este se dio cuenta que su viaje por fin apuntaba hacia una meta, daría la vuelta, llevaría a Shayla a un hospital, por fin, en su vida una carrera habia tenido sentido, empezó un viaje lleno de avaricia y se convertiría en un triunfo de su razón, la razón animal por encima de la racional, la materialista y la que no necesita de medallas, si no de la sonrisa de una niña.

Shayla mejoro, Jean Cloud volvía a la carrera , la supervivencia de los nómadas Tuareg y Mustafá Imajeghan agradeció a su Dios no haber disparado esa bala.


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