Adrián vivía en Vinateros.

Joel en Conde de Casal.

Adrián se levantaba a las seis.

Joel a las seis y media.

Y todos los días coincidían a las siete y cuarto en la línea 6.

Tardaban casi una hora en llegar a la Complutense y siempre se sentaban uno en frente del otro.

Uno iba escuchando música y mirando por el ventanal, y el otro, no apartaba la vista de los libros, cada semana uno diferente.

Sus miradas nunca coincidían, siempre estaban perdidas en la velocidad en la que las vías pasaban y en mundos nunca vistos.

Hasta que un día, sin saber ni cómo ni porqué, sus miradas se encontraron y un millón de emociones y preguntas recorrieron sus cuerpos y mentes… Aunque no se atrevieron a decir palabra, simplemente sonrieron y volvieron a sus mundos, pero no pudieron concentrarse.

Joel releía una y otra vez la misma línea y Adrián solo miraba a la nada.

A partir de ese momento, no hubo días en los que no sintiesen mariposas en el estómago cuando notaban sus respectivas figuras una enfrente de la otra.

No había semanas en las que Joel llevase el mismo libro para releer la misma línea y en la que Adrián no escuchase canciones sin prestar atención a ellas.

De vez en cuando, pensando que ninguno de los dos se daba cuenta, intercambiaban miradas fugaces que les hacía sonreír.

Cada día, sus cabezas se llenaban de preguntas vacías que nunca se atreverían a formular.

Cada vez que uno no asistía a esa cita nunca programada, el otro se preocupaba, se sentía vacío y ese día se convertía en el peor de la semana.

Y nunca se atrevieron a conocerse, nunca se atrevieron a hablar después de bajar del metro. Los demás no hubiesen entendido esa extraña y mágica conexión que les une, pero ellos, no eran como los demás. Y pasaban los días, las semanas, los meses e incluso los años y sus sentimientos siguieron creciendo.

Sus miradas a veces se escapaban de sus jaulas para encontrarse y duraban mucho más. No se sentían incómodos, se sentían seguros, como en casa.

Con solo un gesto, una mueca, uno sabía lo que le pasaba al otro y aunque no se preguntaban, el simple hecho de estar ahí, de sentir sin saber muy bien porqué lo qué el otro sentía, les curaban todas las heridas y les alegraban cada día.

Pero ambos sabían que eso no podía durar por siempre, sabían que ese año sería el último que coincidirían en la línea seis porque estaban en el final de sus carreras y tendrían que tomar caminos separados y eso les dolía más que un balazo en el corazón.

Solo de pensarlo sentían que les faltaba el aire, que el mundo se acababa y que sus vidas dejarían de tener sentido.

Después de todo ese tiempo silencioso, con sentimientos simples e inexplicables, después de haberse prometido las estrellas y la luna con solo mirarse, con solo estar ahí, son pasar la páginas del libro ni cambiar de canción… Después de todo lo que no pasó y podría haber pasado se maldecieron, maldecieron esos temblores, esos miedos a ser rechazados, a que todo lo que han vivido haya sido, simplemente, una ilusión. Un producto de la imaginación.

Así que, el último día de clases, Joel no releyó la misma línea y Adrián no escuchó música ni miró por la ventana. Se miraron a los ojos durante todo el camino, ambos retorciéndose de dolor por no poder dar el primer paso.

Joel no pudo soportarlo y bajó la mirada, se estaba rompiendo, no podía continuar.

Adrián quiso hacer algo, sentarse a su lado, rodearle con los brazos… Incluso besarlo, pero el miedo y la inseguridad eran demasiado reales.

Cuando bajaron del metro, Adrián se adelantó a Joel y se puso en frente de él, cortándole el paso.

— Hola.— dijo tendiéndole la mano a Joel.

— Hola.— dijo Joel dándole la mano. Ambos temblaban, se les salía el corazón del pecho.

— Me llamo Adrián, ¿y tú?

— Joel.

— ¿Puedo decirte algo, Joel?

Joel asintió, estaba apretando la mano de Adrián muy fuerte.

— Creo que te quiero.

De pronto Joel soltó la mano de Adrián y de lanzó hacía él y ambos se unieron en un beso y se convirtieron en uno.

Y al día siguiente, en la línea seis, en los mismos asientos, un chico y una chica se sientan uno enfrente de otro… No se conocen pero, con solo mirarse, parecen que llevan juntos toda la vida.

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