Aquella madrugada fría salió en automóvil sin despedirse de Patricia, con quien había comenzado un noviazgo monótono hacía tres meses. Nunca pensó en absoluto que su cuerpo inerte sería lo único que regresaría a «ese pueblo» como solía decir, tampoco hubiese imaginado que los cuarenta y cuatro mil pesos que había ganado haciendo horas extras para un patrón pusilánime y con el rostro marcado por las cicatrices de un fuerte acné que atormentó su adolescencia miserable, serían reducidos a dieciocho mil, siendo éstos escasos para cubrir en su totalidad los gastos funerarios aquel día lúgubre.
Al llegar a Guadalajara se percató de que la aguja que marca el combustible casi llegaba al límite y de inmediato se detuvo en una gasolinera, cargó combustible y fijó rumbo a Nayarit, donde lo esperaba su primo Cristian.
Pasadas las horas, se reunió con Cristian en el bar Peace Frog. Discutieron entre copas el trabajo que habían de desempeñar durante dos meses. Pues bien, era simple; demoler construcciones viejas y construir nuevas con un diseño novedoso, según la compañía Construcciones Guayabitos, donde Cristian trabajaba desde adolescente.
Don Mario, el actual contratista de la compañía, que resultó ser un verdadero hijo de perra, se encargó de explotar a esos pobres diablos con una «jornada para negros», según los demás trabajadores. No había que quejarse, pues el trabajo era escaso en la actualidad.
Los días transcurrieron, aparentemente de forma lenta para Eduardo, el protagonista de éste realato. Su juventud estuvo marcada por las miserias de la vida, hijo de campesinos modestos y taciturnos, miembro de una familia extensa, pero de recursos limitados, sin oportunidades de crecimiento económico y pertenecientes a un pueblo que apenas si radicaba en el mapa estatal.
>>Me he cansado de ver como los demás progresan de manera favorable al salir a la capital, conseguir trabajos estables y alimentar a sus familias gordas. Algún día me largaré de aquí y les demostraré a todos que puedo salir de esta mediocridad, anhelo un automóvil mejor, una casa mejor, una vida mejor<< . Era el sermón de siempre.
Así mismo, en la fiesta del pueblo, coincidió con el antes mencionado Cristian y le rogó por una oportunidad de mudarse a Nayarit y trabajar a su lado. Hacía mucho tiempo que los primos no coincidían. Eduardo se quedó en el pueblo a cuidar animales y a duras penas, acabar la educación secundaria. Por su parte, Cristian terminó la secundaría y se mudó con su padrino Daniel a Nayarit. Su calidad de vida mejoró indudablemente, motivo por el cual Eduardo sintió cierta envidia y clamó por esa oportunidad.
No obstante, Eduardo no soportó las crueles jornadas laborales de catorce horas (sin incluir horas extra) y terminó por renunciar tres semanas antes de lo previsto. Supuso que el dinero que había ganado era suficiente para emprender un negocio y vivir de ello durante toda su vida, pero de forma desafortunada conoció a Rocío dos semanas antes, una joven adicta a los estupefacientes, con la cual compartían piso en el lugar donde rentaban y misma que influyó de forma perjuiciosa en la conducta e ignorancia de ese imbécil atrabancado.
Ya estaba todo listo, un grupo de jóvenes vagabundos harapientos y psicodélicos con rumbo a San Luis Potosí en busca de las maravillas y aventuras que la «madre Tierra» les pudiera proveer. En todo caso, fue el idiota de Eduardo quien patrocinó económicamente a aquella comitiva rebelde y de forma absurda, el único pago que recibió a cambio fueron unas dosis atroces de psilocibina, clases de cultura general, cambio de pensamiento intelectual y espiritual (Anarquía), ropas elaboradas con basura (en mi humilde opinión), viajes a la deriva, orgías diurnas y nocturnas y un no sé qué diablos de caricias y besos abrumadores que efectuaba con su Rocío; sin pensar que en el pueblo la boba de Patricia ahorraba parte de su mesada para comprar un teléfono y comunicarse con él a todas horas, pues el bueno para nada no había escrito siquiera una carta para ella. De forma evidente ya no se usan en la actualidad, pero pretexto no había para ponerse a la defensiva y decir que era muy caro el tener un teléfono y que por tal motivo no había entablado una charla.
Así mismo, en los tres meses de noviazgo que llevaban juntos, solamente se habían dado unos cuantos besos, habían salido a caminar dos ocasiones, se habían regalado chocolates baratos y de forma casi inocente los habían sorprendido (pillado) en el granero del padre de Patricia tratando de hacer el amor de forma frenética porque no sabían como comenzar y tampoco sabían como calmar los nervios y los latidos de sus corazones al tratar de desnudarse.
Retomando la anécdota de los vagabundos a punto de emprender un viaje sin retorno para Eduardo, decidieron hacer paradas recurrentes en los poblados atractivos durante el transcurso del viaje a Real de Catorce (municipio del Estado de San Luis Potosí). Estúpidos por los alucinógenos, hacían bromas pesadas a los pequeños que jugaban en los parques, sacaban la lengua y mostraban sus ojos rojos haciendo muecas de terror para que los tontos niños salieran corriendo a refugiarse en las faldas de sus madres, mientras ellos carcajeaban por las consecuencias de sus fechorías.
Más tarde, el grupo de chicos acampó en un valle tranquilo y decidieron experimentar con algo bueno, según testigos. Una droga potente que los tiró pasados quince minutos y el único que comenzó a tener convulsiones fue Eduardo; ojos ensangrentados, espuma que emanaba de su boca.
Espantados todos, decidieron comunicárselo a la policía, dieron la localización exacta del suceso. Husmearon la maleta de Eduardo y por compasión solamente sacaron dos mil pesos para provisiones. Dejaron en un lugar visible los teléfonos de los familiares del occiso y metieron un objeto dentro de la chaqueta. Se largaron del lugar del siniestro a toda prisa, dejando huellas entre el fango.
-¿Qué es eso que sacó de la chaqueta del cadaver?- dijo un policía.
-Es heroína- respondió el perito.
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