No es que sea un gran viaje pero es lo que mis familiares estaban dispuestos a pagar de acuerdo al listado de mis peticiones… a pesar de la gran fortuna a la que asciende la herencia que ya he firmado. El caso es que no está mal, me han enviado a un conocido y pequeño pueblo costero en el que a estas alturas de la primavera aun no hay demasiados turistas.

—¡Cuidado señora!, ¡controle a los perros, por dios!

Casi vuelco, pero, en el punto en que me encuentro, ni una caída virtual me va a matar ni que se me aparezca el doctor House va a devolverme la salud. Al cruzarme con esa pareja y sus tres yorkshires, el del petral rosa se me ha metido entre las ruedas dispuesto a acortar camino hacia un crisantemo naranja de la jardinera, primero lo olió y, luego, soltó un pequeño pero irrefutable pis. Los crisantemos ahuyentan a los parásitos pero hacen que los perros caigan rendidos a sus tallos. A ver si puedo hacerme con uno sin que me vea el jardinero…no quiero más parásitos en mi vida, sin embargo, adoro a los perros.

<<Espero que en el viaje hayan incluido un chapuzón>>, me digo. Intento ponerme en pie. <<¡Que va!, imposible, igual que en la vida real. Parásitos egoístas….>>

Paso cerca de un chiringuito. Un corpulento negro está limpiando las mesas antes de abrir al público. “Ellos” han tenido el detalle de dejarme unos billetes en el bolsillo. El camarero de color los acepta, le digo que conduzca la silla desde el paseo de albero hasta la playa. Luego le pido un último favor. Soy peso ligero para esos antebrazos, y con una leve inclinación y un golpe de cadera me deja en la orilla. Yo he reptado hasta sentir que flotaba. Él espera, con la punta de los zapatos y los puños de la camisa mojados. El jefe lo llama desde su puesto de trabajo. Me alienta a que salga, si no tendrá que dejar que me las apañe sola. —Lo segundo— le digo—, márchate—. El negro sabe que no podré salir por mis propios amorfos pies. —¡Márchate!—, repito, esta vez soy más convincente. El jefe lo vuelve a reclamar con la misma capacidad de persuasión que la mía. Se va.

Ha llegado mi hora. Trato de inventar que un megalodón hambriento me engulle. Lo consigo. <<Ahora soy una megalodona, y mi nueva silla es cartilaginosa>>, pienso satisfecha. <<Hasta pronto, babies…! >>, me despido entre dientes…


—Chicos…la vieja no ha sido capaz de soportar el viaje virtual. Lo que no entiendo es porqué eligió un destino de costa, siempre dijo que cuando la medicina encontrase el remedio para su esclerosis viajaría hacia las grandes montañas, negándose a acompañarnos en nuestros viajes a alta mar. La arrogante se excusaba diciendo que, tarde o temprano, en una de esas travesías encontraríamos la muerte, y mira por donde, ¡se nos muere ella en un viaje virtual por la orillita!, jajajajaja jajajaja, jajajaja jaja…..

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