No recordaba como la conoció. Solo sabe que un día la vio sentada frente a él, casi virginal, y su sonrisa le enamoró. Su pelo rizado le hizo pensar que nada más importaba en la vida. Lo dejó todo y a todos. No le importó. No le importó el exilio, el desdén, el rechazo. Lo hizo y no se arrepentía. Cada paso que dio en más solo lo alejaron más y más del sentido común y las buenas decisiones. Su caída empezó la misma noche que había descubierto el paraíso encarnado en el cuerpo de una mujer, de esa mujer, su mujer. Recordó a un amigo que pasó por lo mismo y como él perdió todo cuanto tenía y era. Decidió, entonces, que era otro el camino que debía tomar y se alejó. Vendió lo que tenía y comenzó su viaje el mismo día de su cumpleaños. No volvió a casa por siete años. En esos 84 meses envió una postal desde la frontera con Perú y otra desde el canal que une a Inglaterra con Irlanda. Después de tres años de su partida, sus padres decidieron no esperarlo más. El silencio fue la mejor despedida que ellos podían hacer.

Por años los rumores se acrecentaron hasta convertirse en historias y las historias en mitos. Cuida la tumba de Lenin, es guía en la ciudad vieja de Jerusalén. Cada historia que pasaba solo acrecentaba esta figura irreal de un tipo que, probablemente, estuviera escondido en la buhardilla de alguna casa abandonada o simplemente se refugió en la casa de algún amigo y no ha vuelto a salir al sol. De algo si estaba seguro y era que no había muerto. Era muy cobarde para haber tomado decisiones fatales o haberse arriesgado a vivir situaciones límites. Algo hizo clic en mi cabeza. Intenté pensar como los tipos que hacen esto, que huyen, ¿qué los lleva a dejar todo y abandonar el mundo para vagar por las orillas de sus carreteras? Y me imaginé haciendo lo mismo, abandonándome y naciendo de nuevo. Esa medianoche tomé el bus hacia la frontera, puse un poco de ropa en un bolso y dejé todo atrás para mirar hacia adelante.

Vi la bandera de mi país por última vez al amanecer de ese frio día de enero. Una vez dejamos los páramos de nuestro país, sentí que un peso muy grande quedaba detrás. Como si un saco de lastre hubiese caído del bus y este tomó más velocidad y se enfiló hacia las montañas sin nombre que se perdían en el horizonte. Lancé el equipaje por la ventana, deshaciéndome de todo lo viejo, de todo lo que me ataba y me hacía infeliz. Extrañaba todo, pero ya no estaba triste ni vacío, ahora podía comenzar una nueva vida en libertad. Nuestra primera parada fue para cargar combustible, a comer y a pasar a las duchas publicas porque ya apestábamos a transpiración y a orines por tantas horas de viajes en esa micro destartalado que desafiaba la física y la gravedad. Un tipo, no cualquier tipo, me habló mientras tomaba una cerveza mirando la carretera desde la ventana del restaurant. Ud. no tiene nombre, me dijo. Ud. no tiene pasado ni presente. Tampoco futuro, pero por eso toda la vida se abre ante Ud. Soy Zarate y voy a Colonia Vela. Espósito y voy a cualquier lugar. Busco a un hombre llamado Vargas, hace siete años dejó su pueblo y voy en su búsqueda. Soy amigo de sus hijos y me comprometí a encontrarlo. ¿Me va a creer que yo soy la muerte y aún no lo tengo en mi lista? Así que le deseo suerte y sé que lo va a ubicar en algún rincón del mundo. Pero no intente estar con alguien por no estar solo, no es una idea sensata. Algunos buscan una persona para llenar su propio vacío, y eso no es justo para el otro. Si no es capaz de aguantarse, mejor deje de respirar. No puede venir a este mundo a usar a los demás, a servirse su cariño y su nobleza…eso es de malas personas. Ahora le invito otra cerveza y váyase en búsqueda de ese tipo para que, finalmente, haga una acción noble en su vida. El conductor hizo sonar el claxon del bus para invitarnos a continuar nuestro viaje. Ya llegó su hora, me dijo Zárate. Es hora de decir adiós, gracias por la cerveza. No, gracias a Ud. por seguir buscando. Uno no sabe cuán importante es hasta que ya no está y su relato me hace pensar que mi partida no fue en vano, a alguien le significó algo, aunque sea una ventaja pequeña. No soy estúpido ¿sabe? En casa nadie me extraña, se fue lo más importante que tenía y que ya ni siquiera recuerdo. Solo siento no haber visto a mis hijos crecer, pero finalmente no tuve las agallas para ser un hombre consistente y opté por el camino incorrecto. Hacer lo debido es siempre, e irremediablemente, lo más difícil en la vida. El bus se alejó traqueteando por la carretera. Lo vi alejarse y perderse en un espejismo que se fundía con la ruta. Para viajar no es necesario moverse, después de todo en un segundo la tierra se mueve a 30 kilómetros por segundo y mi destino no es otro que encontrarme. Me senté en el taburete del bar y le pedí otra cerveza a Zárate y otra para mí. Nos reímos de lo sucios que estábamos y que a él le faltaba un diente. La aventura es infinita, espetó, y se bebió el líquido dorado de un sorbo.

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