-Vivimos dignamente. -Decía mi madre cada vez que de mi boca se exteriorizaban los lamentos por la ausencia de un bien material. Para ella, a nosotros no nos hacía falta nada, pues ya habíamos disfrutado de todo lo que otros codiciaban. Esa mujer, se las ingeniaba para solventar las carencias y que no pasáramos por infortunados en la escuela. Recuerdo que recortaba de los abrigos aquellas mangas largas, las remendaba en alguno de sus extremos y refería:-Medias nuevas para mis niños.
No sé, si era bueno su oficio de costurera, pero por ello, accedíamos a gozar de una que otra prenda nueva para vestir, lo que excusaba tener que ir a las tiendas por rebajas y también permitía gastar el dinero sobrante en botines. Además, esos zapatos por orden de ella, debían ser limpiados a diarios con flor de cayena y remendados de ser necesarios con hilo y aguja, antes de dormir. Puede que por debajo, esos calzados estuvieran rotos, pero, por la excesiva pulcritud al que se sometían, muy pocos lo percibían.
Mi madre, intentó evitar que nos excluyeran pero obviamente la penuria hiede, por tanto todo su esfuerzo era en vano ante la vista de muchos que parecían tener olfato para oler la ausencia del dinero.
Sin embargo esos recuerdos de desprecio, lo olvidábamos al llegar a la casa. En temporadas, podíamos disfrutar de los pignis que hacíamos en nuestro jardín. Lo inventábamos, al sacar las sillas de listones y la mesa; que cubríamos con tela. El escenario para eso, era el terreno amplio que había detrás de nuestro palacio de madera. Lo creábamos, junto al conuco que diariamente suscitaba nuestro sustento.
Mi madre nos hacia viajar, por medio de la imaginación, por muchos países del mundo. Ella semanalmente recortaba de revistas y periódicos imágenes de sitios hermosos y esos días de campo lo mostraba y leía para nosotros.
Al mismo tiempo, también recuerdo los momentos de guerra de lodos, que se hacían en ese mismo lugar. Mis hermanos y yo esperábamos ansiosamente el chaparrón. Puesto, que cuando llovía, corríamos de un lado al otro, intentando tener puntería unos contra otros, con las grandes bolas de lodo. Luego de largo rato de risas o alborotos y al cesar la lluvia, aparecía nuestra progenitora, pues de ninguna forma consentía que desfiláramos a la sala en las condiciones en las que nos dejaba el barro. Por ello, pasaba al patio las cubetas con agua y la panela de jabón para que allí, nos quitáramos el resto del barro.
Añoro aquellos momentos que muchos llaman pobreza y a los que yo llamo riquezas.
Ciertamente ella tenía razón: Vivíamos dignamente. Ahora ya con avanzada edad, cada uno ha hecho su vida y hemos logrado estabilidad económica, con esfuerzo, estudio y trabajo duro. Pero… han cesado los días de pignis, las añoranzas de la lluvia, para las guerras de lodo y los viajes por el mundo a través de los recortes de revistas y la dulce melodía de la voz de mi hermosa madre.
Por tanto, he descubierto, que no hay tal riqueza o tal pobreza, sino aquella que en las mentes se gestan y te hacen dejar de vivir, porque regocijarse de la existencia en comunión con los tuyos es:
VIVIR DIGNAMENTE
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