«La noche devoraba la poca luz que aún había.

El frío golpeaba mi cuerpo y lo encogía…

Ya no está mi madre para abrigarme por las noches, me decía.

Ahora tengo un carrito con mis cosas,

unas ascuas que calientan poco

y un océano de reproches que me enfría.

El odio pudo conmigo.

Yo, que siempre fui optimista,

hoy me siento perdido.

¿Qué le digo yo a mis hijos cuando vuelvan?

¿Cómo explico que un papel nos ha privado de nuestra vivienda?».

Así decía el poema que encontré en los alrededores de la casa de César (perdón, la que fue su casa hasta hace unos días).

Conocí a César en 1998. Él dejó su país de origen, Ecuador, para buscar una vida mejor. Era albañil, y durante unos años estuvo bastante bien económicamente hablando.

Sus amigos siempre le decíamos que no ganaría esa cantidad de dinero durante mucho tiempo, y cuando estalló la burbuja inmobiliaria, todo le fue de mal en peor.

César mandaba dinero a su país todos los meses y pagaba los estudios de Pamela, su hija. Pero hace unos meses llegó el fatídico momento en que la gota colmó el vaso.

César llegó del INEM, había ido a ver si había alguna oferta o curso que poder hacer a la espera de que surgiera un trabajo, y en el buzón encontró una carta. Iba a ser desahuciado.

Todo este tiempo estuvo buscando trabajos de todo tipo, pero tener antecedentes penales de cuando era joven y el ser extranjero parece que en España no se perdona.

A mí personalmente me indigna que una persona como César, trabajador, optimista, legal… acabe siendo tratado como basura por un par de robos que hizo en la adolescencia y de los que está más que arrepentido. ¿Acaso una persona que ha sido presa no tiene derecho a rehacer su vida? ¿Acaso un extranjero que ha hecho los trabajos que ningún español quería hacer se merece ser tratado así ahora que no hay trabajo?

Hay una conversación que tuvimos una noche tomando una cerveza en la terraza de un bar. La última noche que vi a César…

—Tío, me han llamado para ser mozo de almacén. Sé que no me pagarán mucho, pero es lo que hay— dije mientras dejaba la cerveza en el posavasos.

César se quedó callado unos segundos y preguntó: –¿Cuánto dinero te pagan por hora?

–5,11 € brutos.

–Hace unos años hubieses llegado a 1.200 € mensuales por ese mismo trabajo– se terminó de hacer un cigarro de liar y siguió –pero la cosa está jodida, hermano.

–Ya, pero… puedo echarte una mano. Me gustaría darte algo cada mes a ver si así aunque sea puede terminar los estudios tu hija.

César miró a otro lado, dio un trago a su cerveza y se marchó sin decir nada.

Nunca me contó que su hija tuvo que dejar sus estudios porque no la concedieron la beca, que su hijo estaba en un reformatorio por unas trifulcas entre bandas callejeras, y que le había llegado la carta de desahucio. Hoy César no está entre nosotros. No pudo aguantar los desprecios en cada entrevista de trabajo por haber sido preso. No pudo aguantar más los insultos racistas de los jefes que tuvo en cada trabajo. No pudo pagar al banco para que no le desahuciaran. No pudo seguir viviendo. Y ya no podrá terminar ni retocar su último poema…

César se fue sintiéndose culpable de dejar a medias los estudios de su hija y la educación de su hijo. Yo, leyendo el poema que dejó a medias, me siento culpable de haber votado a un partido que no ha hecho otra cosa que recortar en derechos, en educación, en sanidad… Y que, como consecuencia, hizo aumentar la tasa de paro, la delincuencia, la exclusión social, el número de personas bajo el umbral de la probeza…

Lo siento, César. De haber sabido cómo acabaría todo, hubiese aportado mi granito de arena a tiempo, pero lo único que se me ocurrió hacer como homenaje es terminar el poema que tú dejaste a medias. Espero que no me mates por destrozártelo, pero yo a diferencia de ti, siempre fui de números y no de letras. Dice así:

«No digas nada, descansa.

Que la paz en mansa cuando yace en un poema.

No digas nada, descansa.

Que yo me ocupo de tus problemas.

Y de tus hijos, claro. ¡Faltaría más!

No digas nada, sé que soy un inútil en letras…

pero siéntete afortunado,

que si no me lo he currado…

¡al menos lo he intentado!».

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