La Extraña

Hace 4 años Fabiola llegó al barrio pero no como lo hace cualquier gente, no llego con un camión de mudanza  y muebles, ni con familia o pareja, tampoco llegó a pie ni en taxi.  Una tarde la trajo el chofer en el carro recolector de basura y le pidió a una mujer llamada Claudia un poco de ayuda para la extraña y un lugar donde dormir.

De apariencia famélica y mirada triste, la recién llegada bajó del apestoso cacharro y se fue acercando tímida a hacia la mujer a la que le pidieron ayuda, sus únicas pertenencias eran una pequeña caja de cartón y un bolso plástico.  A leguas se veía el dolor crónico de su alma y el miedo a la incertidumbre,  era difícil no sentir compasión por ese ser solitario y desvalido, sin embargo pese a sus gritos silenciosos poco se podía hacer por ayudarla.  Con el dilema de no saber qué hacer, Claudia no tenía la menor idea de dónde colocar a la recién llegada, ¿Quién querría hacerse cargo de una desconocida? Ella no tenía los medios,  lo único que se le ocurrió fue señalar con el dedo en la dirección opuesta de donde se encontraban e indicarle que tal vez en la otra colonia o sector podría encontrar algo o alguien que le tendiera la mano y se olvidó del asunto.

Pasaron varios días sin saber de la mujer, hasta una noche que de nuevo apareció de la nada.  Se veía que no la estaba pasando bien, sus ojos cristalinos y transparentes que expresaban más de lo que su lengua torpe podía enunciar  gritaban que algo muy malo le había pasado. En su espalda se veían rastros de tierra y paja: ¡malo, hombre malo! Balbuceaba entre dientes al tiempo que de sus ojos brotaban lágrimas de desesperación y miedo.  Claudia tuvo que reconsiderar su postura y condolerse de la pobre infeliz y hacer algo para tenderle una mano.   Fue con Mary la tendera para pedirle alojamiento provisional y alimento para la mujer, tal vez su moneda de cambio y la retribución por el favor podía ser algo de trabajo por parte de la recién llegada.

Fue allí en donde la vi por primera vez.  Una mañana que entré a la tienda para comprar comestibles escuché lo que parecía ser una conversación entre Mary la tendera y ella, los sonidos procedentes de la boca de aquella extraña eran una andanada de ruidos ininteligibles, una mezcla de castellano y un idioma proveniente de otro planeta. Intenté hurgar en lo profundo de mi mente para ver si algo de lo que esa mujer decía tenía la etiqueta de algún idioma extranjero o si acaso estaba drogada pues nada de lo que hablaba era comprensible, luego entonces miré un tanto maravillada a la tendera que irritada manoteaba y le refunfuñaba acerca de algo que no recuerdo mientras su interlocutora discutía con una verborrea imparable. Me parecía increíble que Mary la tendera entendiera los códigos y sonidos de esta mujer y les diera sentido.  Me acerqué a pagar los artículos que compré y curiosa le pregunté a la “interprete” qué era lo que tanto decía y discutía esa chica, para mi sorpresa me dijo:  ¡No lo sé,  no le entiendo nada, no sé qué le pasa!  ¡Amaneció peor que otras veces! –. Confieso que su respuesta me decepcionó un poco porque la creí con una facultad especial inexistente en mí. Vi la interacción entre ambas mujeres tan convincente, era una conversación puntual,  palabras iban y lo que parecían palabras venían, era un dialogo bizarro bien coordinado que yo no pude entender y por lo que ví, ella tampoco.

Su historia:

A Fabiola se le terminaron las palabras a los 6 años.  Un desdichado accidente en el que se le rompió la cabeza le robó el habla, la paz, la credibilidad y hasta la consideración de los suyos. La ignorancia y la pobreza extrema en la que estaba sumida su familia le impidieron recibir el tratamiento adecuado que la ayudaría a lidiar con las secuelas del accidente y en su lugar recibió el maltrato y  abandono.  Su madre una mujer ignorante, negligente y desprovista de compasión no quiso o no supo cómo  hacerle frente a este nuevo dilema y la ignoró pensando que era un caso perdido.

Aquella chica era abusada por el esposo de su hermana desde hacía ya varios años y nadie hacía nada por evitarlo.  Sin palabras convincentes para denunciar al degenerado y argumentar en su defensa la tildaban de loca enajenada e ignoraban sus quejas, el lenguaje tan limitado y tan limitante no fue su aliado; no hubo quien le creyera ni la protegiera, ni su madre ni su hermana ni el resto de su familia, la desolación y dolor llegó a ser tanto que se vio obligada a huir, a emanciparse de su familia y a declararse huérfana por decisión propia.   Dueña de su voluntad un día salió de casa para no volver más, tal vez la calle sería un sitio más seguro que el “hogar” en donde estaba garantizado el maltrato y la crueldad de la que era víctima y que ya la tenía harta.

Puede que le faltara claridad a su lenguaje pero no a su mente.  Un día, convencida de que no quería esa clase de vida recogió lo que consideraba esencial y lo empacó en una caja de cartón, tomó un bolso plástico con unas cuantas monedas y se fue.  Estaba lista para un nuevo comienzo.

Pero empezar de nuevo no ha sido ni será fácil.  Vive  sola en una casa abandonada pero no vive de la caridad, trabaja duro para conseguir el sustento diario.  Alta,  de piel bronceada y sonrisa tímida recoge sobre la nuca su cabello largo y rubio a fuerzas, se enfunda en una ropa cómoda para la ocasión  y se lanza a las calles en búsqueda de una oportunidad para ganar el pan de cada día.  Afanosa,  con el rostro perlado en sudor y las mejillas coloradas  no es raro verla en alguna esquina del barrio meneando la escoba de acá para allá.  Es minuciosa y bien hecha al hacer su trabajo,  nadie barre como ella y lo sabe pues solo acepta billetes como remuneración por su labor no importa que no sepa su valor, el color es un buen referente.

Un tanto niña y un tanto mujer defiende los veintitantos años que su piel y su rostro le contradicen sin pudor. Es curiosa y limpia con su persona,  le encantan las fiestas y las disfruta. Ignorante de las formalidades se emperifolla y asiste con regalo en mano aunque nadie la haya invitado.  Desprovista de educación y de maneras al principio las personas a su alrededor no asimilan su presencia con naturalidad y desconfían de ella porque al tener un lenguaje indecifrable y limitado la creen loca, otros destacan sus carencias o peculiaridades y se burlan  de ella provocando un permanente efecto deja vú que duele siempre y la pone a la defensiva.  Pero ella no está loca y es más lúcida que muchos miopes emocionales que solo ven el  exterior.  Estoy segura que ella tampoco es consciente de lo extraordinaria que es, ha hecho tanto con tan poco ¿Cuántas mujeres con sobrada inteligencia y un miedo infinito dejan en manos de otros sus decisiones y su vida aunque sea miserable?   Ella en cambio ha sido muy valiente y se ha enfrentado a situaciones complicadas con lo único que ha sido su protección aparte de Dios: su increíble sentido común.

La figura escuálida y desgarbada que un día llegó al barrio nada tiene que ver con la mujer que es hoy, para ella la vida es bella a pesar de los pesares, –“La felicidad está en la ignorancia de la verdad”- diría Giacomo Leopardi, nada más cierto en su caso, la ignorancia es la bendita salvaguarda que le permite ser feliz con las cosas esenciales de la vida, así deberíamos ser el resto de los mortales más libres y felices.

A Fabiola hace mucho las palabras se le quedaron en el tintero para siempre,  indecibles e  inefables guardadas a piedra y lodo,  más su espíritu guerrero dice lo que su boca no.

Luciérnaga resplandeciente en medio de la obscuridad libre dirige su vuelo a donde el viento sopla porque es libre y su vuelo no es utopía.

Esperanza tendría que ser su nombre porque ese nombre posee lo que todo ser humano debería tener cuando pareciera que todo está perdido.

Nunca he cruzado palabra con ella, pero la observo atenta desde los sitios donde me la topo y sonrío para mis adentros y me congratulo por ella y con ella por sus pequeños y grandiosos logros, espero que algún día encuentre el amor de alguien que junte los pedazos rotos de su vida y la ame como siempre debió haber sido.

Fin.

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