Amado:

Hoy fui a su mar, cerré los ojos y me llené de usted, del bálsamo de nuestros cuerpos sumergidos en el perfecto azul. Después, extendí mis brazos y respiré profundo para absorber la fuerza de su presencia. Ahora entiendo cuando decía que este mar, era su mar. Pude sentirlo en el viento que enfrió primero mi nariz que las palmas de mis manos, mi vientre, mis piernas o mi pecho. Imaginé su sonrisa, el calor de su piel, sus besos.

Puede negarlo si quiere, pero fue usted quien envió la gaviota en el cielo para demostrarme que, a pesar de estar sola, como yo, era feliz en la libertad de su vuelo.

Fui consciente del momento, del sonido de las olas que fueron y volvieron, de las pulsaciones que recorrieron con fervor su recuerdo. Perdóneme por las veces que me negué visitar su mar, quería hacerlo, pero con usted. Ahora que sé que no regresará pronto, le prometo que mis palabras serán los ojos que le permitan ver y sentir más cerca su mar. Pediré a su inmensidad para que la guerra no nos quite volver a dejar nuestras huellas en la arena y esta vez, para siempre.

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