Estuve a punto de hacerlo pero finalmente, no pude viajar a la isla, de la que hablaba el bueno de Raphael Hiptlomeo. Estuve construyendo una embarcación, hecha con la madera con la que se fabrican los libros, los diarios y las revistas, a cambio de destruir millones de árboles, hasta que apareció uno de los ángeles de silicio, que ahora duermen en mis sueños. Un optimista impenitente, que me enseñó que se puede viajar a la isla, sin necesidad de acumular papeles, como si fueran un gran tesoro.

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