Visitas a la hora de la siesta

Visitas a la hora de la siesta

Los veranos son largos sin la escuela y la hora de la siesta es la más aburrida. Pero este verano fue distinto.

Más o menos una semana después de que terminaron las clases, Cristina, la hija del dueño del establecimiento frente a casa, llamó a la puerta. Eran las dos de la tarde y afuera había un sol de fuego. Ella no vive en el barrio, claro.

-¿Puedo pasar?- Dijo asustada.

Mamá le dio paso y le ofreció sentarse. Ella se acercó a la ventana. Cristina es muy linda, tiene una trenza rubia larga, parece una actriz de cine. Escondida, esperó un rato largo. Yo me moría de curiosidad. No pasa tráfico por esa calle, pocos autos y los camiones con ganado. Ni un ómnibus pasa por acá.

Por fin ella le señaló a mamá algo afuera. Era el auto del padre. Es un auto negro y él viene cada tanto a controlar la planta de faena de animales. Cristina nunca entró a casa, solo se saludan con mamá cuando pasa caminando. Después de que el auto se fue, ella se despidió.

Esa noche yo di vueltas en la cama. Papá y mamá siempre se quedan en el comedor, toman un café y recién se acuestan. Yo me levanté despacio y esperé descalza, pegada a la pared del pasillo para escuchar.

-…pero entonces, ¿por qué no habrá querido que el padre la vea? ¿Estás segura de que era él?

-Sí, y se quedó enfrente, esperando. Ya lo he visto ahí antes.

-¿Y ella viene una o dos veces por semana a la hora de la siesta?

-Si. Pasa caminando. A veces hablamos un rato si yo estoy en el jardín. Después de una hora o dos, vuelve hacia la parada de ómnibus. Hoy estaba de veras asustada.

-Ahí pasa algo raro, ¿no te parece? Esas visitas… el miedo al padre… muy raro, -dijo papá.- Por algo el hombre no querrá que ella venga sola.

Hubo un silencio. Yo ya tenía los pies fríos.

-¿Será eso? ¿Será que viene a visitar a la mamá de Liliana?- preguntó ella dudosa. No escuché qué contestó papá, porque prendieron la radio y no pude oír más, así que me volví a la cama. No tenía sueño.

Me quedé pensando. El establecimiento es un lugar inmenso y la casa de Liliana es grande y con un hermoso patio con flores donde jugamos todas. En la planta, atrás, faenan animales, pero no podemos ir. Aunque una vez nos fuimos a caminar sobre el borde de las piletas de cemento, llenas de grasa espesa y Carmen se resbaló y quedó con las piernas y el vestido manchados de grasa. No la dejaron salir a jugar por dos días. Si mamá me preguntara, le contaría que Cristina muchas veces viene a trabajar con la señora Monforte, así que cuando están en el escritorio, cierran la puerta y nadie puede molestarlas. Cuando terminan, salen al patio un rato y se sientan a tomar algo, nos miran jugar y charlan. Después Cristina se va. Pensando en eso me dormí.

Una semana después, una tarde, Cristina volvió. Después de mirar por la ventana un par de veces, se despidió y se fue rápido. Yo la miré caminar bajo los álamos, hasta que entró a la casa de Liliana.

-No está bien ser tan curiosa, -dijo mamá.

-Cristina viene siempre a trabajar. No sé por qué le va a tener miedo al padre, que es el dueño del lugar. Él debería estar contento de que la hija lo ayude tanto.

Un sábado volviendo del cine en el centro con mamá, quise ir al baño y como justo pasábamos por un hotel, entramos a pedir permiso. Resulta que, sentada en el salón, estaba Liliana leyendo una revista de Mickey.

-¿Qué hacés? -le pregunté.

-Esperando a mi mamá y a Cristina, que subieron un rato a charlar.

-¿Arriba?

-Si.

Mamá preguntó, con alarma: -¿Estás sola?

-No. Mi mamá me dejó encargada a ese señor.

El portero uniformado nos saludó.

-¿Hace mucho que esperas?- dijo mamá, todavía inquieta.

-Si, un poco. Pero ya van a bajar, cuando den las cinco en el reloj.

En casa mamá le cuchicheó algo al oído a papá cuando llegamos, y yo supe que le estaba contando de Liliana. Papá movió la cabeza, serio, como diciendo no puede ser.

El 6 de enero hice la Primera Comunión. Hubo una fiesta muy linda en casa. Yo feliz con el vestido blanco y mimada por todos. Más tarde llegó la mamá de Liliana y se quedó un rato con los otros invitados hasta que cortamos la torta. Yo le pedí que firme mi álbum. Y ella estampó la firma más linda de todas. Yo estaba encantada.

-Qué bonita es tu mamá, y qué importante,- le dije a mi amiga.

-Es una mamá como cualquier otra,- sonrió Liliana.

Para el final del verano, cuando empezaron las clases, Cristina había golpeado a la puerta por lo menos tres veces más.

De pronto un día, al volver de la escuela, mamá y todas las vecinas de la cuadra estaban en medio de la vereda. Cuchicheaban, mirando hacia la casa de Liliana. Entonces notamos en el camino de entrada, bajo los álamos, tres patrulleros y una ambulancia con las luces encendidas.

-¿Qué pasa?- preguntamos alarmadas. Pero nos mandaron adentro, a hacer la tarea antes de la merienda. Vimos la ambulancia y dos patrulleros irse ululando. El tercero quedó allí.

Nos enteramos de que dos empleados encontraron a la señora Monforte muerta, boca abajo en una de las piletas grandes. A Liliana no la vimos nunca más. Las amigas de la cuadra nos quedamos muy tristes, sin poder consolarla por su mamá. El papá se la llevó a vivir con él y la esposa a Buenos Aires. Ahora el establecimiento tiene un nuevo administrador que no conocemos. Todavía no se sabe quién la mató. Los vecinos siguen muy preocupados.

Pronto llegará el verano, pero no será lo mismo sin Liliana ni las tardes jugando en el patio.

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