Caminaba por la calle directo a ninguna parte, calzando sobre su mente un mundo, un universo, que !universo! iba pensando en su corta vida, en su soledad y su andar, en cómo hacer para elevarse y acababa en las nubes, como siempre, siempre en las nubes, alargando la mente hasta casi casi tocar el cielo.

Comenzó a andar y andar sin dejar de llevar en su mente aquél momento, su perrita iba a su lado y pensaba, a pesar de sus 8 años, en qué iba a ser de su vida, imaginaba una vida ligera, libre y como estaba en ese momento, sin peso. Con tiempo.

La tarde caía sobre el pueblo y sin más, llegó a su lugar mágico, su rincón, junto a aquél pino que tanto le gustaba, que abrazaba mientras lloraba, y parecía que le aliviaba, que sabía su pena y que leía su mente.

Sin querer, había ocupado su tiempo vacío y había transitado con su alma desde la calle al cielo, recibía la energía de aquél lugar, parecía que no había pasado el tiempo, como si aquella se hubiera convertido en tiempo vacío. Para él.

Allí pasaba sus tardes, refugiado y aliviado, se sentía acompañado por la tierra y las retamas, por el pino y por seres que no veía, pero sentía, allí aquél niño por el que tanta imaginación pasaba por su mente, allí se sentaba y no lograba llorar, allí sólo sentía paz.

El pueblo seguía funcionando con normalidad, al menos, la realidad que los ojos podían ver, pero él no, él andaba en otro lugar, imaginando y viajando por todo el universo, para él, esa calle era ajena, pareciera que él mismo había sido dejado ahí, ajeno a todos, con un tiempo en el que no contaba los momentos por felicidad pues, ni siquiera parecía que estaba aquí.

Allí conoció un mundo diferente lleno de elfos, con su edad, visitaba ese rincón mágico, para hablar con los elfos y aprender sobre la vida, en un futuro podría llegar a ser un pequeño elfo, pero tenía que dejar su enseñanza, su mérito. Su aprendizaje.

Se hizo muy amigo de un elfo, maní, maní era un elfo perdido, no lograba encontrar la puerta que le llevara a su casa, y ahí llegó y se encontró con el niño, y ambos, se hicieron uña y carne, como hermanos, Maní le contaba sobre su mundo, un mundo en el que no existía la tristeza.

Para el niño, ese era un mundo maravilloso, en ese tiempo no era tan común creer en seres mágicos, al menos para los adultos, bien anclados a la realidad como estaban, para él, ese mundo era un mundo especial, donde cada árbol, planta y árbol cobraba vida, en forma de energía, luz y vibración, con Maní, el niño se sentía menos raro.

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