Cuando era pequeña vivía en una calle estrecha, muy estrecha , oscura, húmeda, llena de vida y movimiento.
La calle se partía en dos, la parte baja donde transcurría el ir y venir de hombres y mujeres durante todo el día, llena de bares y pocas tiendas, tan solo recuerdo una granja, una bodega y al final de la calle donde se abría a la luz del sol, la plazoleta con sus columpios donde me pasaba alguna tarde jugando, alrededor una perfumería, una peluquería y no recuerdo mucho más…¡sí! también estaba el restaurante de pollos a l’ast donde íbamos a comer algún domingo.
Esta era la parte más oscura de la calle, la que tenía prohibido pasar sola, aunque hacía caso omiso a la prohibición. Yo era una privilegiada, vivía en la parte alta, la más familiar, comercial, tranquila.
Salía de casa y el noventa por ciento de las veces iba hacia arriba, a la parte permitida por los adultos ( aunque no entendía muy bien el motivo). Antes de subir nos pararemos en la farmacia del señor Juanito, parada no muy grata para los niños del barrio, allí nos ponían las inyecciones recetadas por el médico, que en aquella época eran muchas. La farmacia tenía dos puertas que daban a calles diferentes , intenté escapar alguna vez de la inyección sin mucho éxito.
Entre la farmacia y mi portal teníamos un horno industrial encargado de proporcionar las pastas a todo el barrio, recuerdo el dulce olor que desprendía en las noches de verano, nos hacía correr a buscar una ensaimada recién hecha, era todo un placer para los sentidos.
Vamos hacia arriba!
Justo saliendo de casa, en la misma finca encontrábamos la granja de la Dolores, donde compraba nata fresca a granel,mantequilla, pastas diversas para el desayuno o la merienda y los días especiales coca-cola.
Seguimos subiendo: por la misma acera ( si se puede llamar acera a algo tan estrecho) encontramos la pollería, donde despachaba una señora muy mayor y que más tarde fue regentada por los mismos dueños, justo delante estaba la droguería del «Siscu», lo más significativo de aquel comercio era su suelo irregular el cuál tenías que ir esquivando para llegar al mostrador y ser atendido por un personaje tan peculiar como su local.
Un poco más arriba , en el número ocho vivía mi mejor amiga, era parada diaria al ir y venir de clase.
Seguimos andando hasta la bodega donde podías comprar todo tipo de bebidas embotelladas y a granel, como vecino tenía un colmado con toda clase de comestibles y al lado una lampistería.
Ya llegando al final de la calle, donde se empezaba a intuir la luz del día y el ruido de algún coche o del autobús llamado » La Monyos» pasando por la calle Hospital, parada obligatoria en la cestería del barrio, el lugar más emblemático de la calle. Un local lleno de sillas con el asiento de cuerda o de paja esperando para ser arreglados, taburetes, cestos, mecedoras de todas las formas y medidas. Dos señoras mayores con sus delantales oscuros eran las encargadas de tanto remiendo mientras charlaban con cualquier vecina que pasara por allí con ganas de compañía. El local no tenía puerta, así facilitaba a las vecinas pararse a charlar un rato sobre los temas del barrio.
Llegamos a la esquina y volvemos por la otra acera hasta la droguería: pasamos por el bar «Los Picantes», un bar como tantos otros, donde disponíamos de un teléfono público a un módico precio. Más abajo abrieron una tienda que era la atracción de todos los niños del barrio, un «sex-shop». No podíamos evitar abrir la puerta y salir corriendo sin poder ver nada, estaba demasiado oscuro. Al lado , la peluquería donde me peinaron para mi primera comunión, siempre estaba llena,mi madre era clienta habitual.
Como podéis ver mi calle tenía de todo. De esto hace ya muchos años , hoy el barrio ha sufrido una gran transformación , posiblemente para mejor. Pero este pequeño tramo de calle se ha quedado anclado en el pasado, la suciedad y la miseria, ya no existe nada de lo que os he contado, ha desaparecido junto con mi infancia ,mi inocencia, mi madre y mucho más que vivía en mí.
Han conseguido muchas mejoras en todo el barrio y buenos equipamientos para los vecinos, en algunos casos intentando respetar la historia y en otros no lo han conseguido.
Hoy he paseado por ese pedazo de mi infancia y me he perdido en el recuerdo.
Pasan los años, las modas, las obras, las transformaciones, los cambios y en mi calle sigue sin entrar el sol.
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