– ¿Conocéis a la Yoli, que curra en el Simago de Aluche?

La pregunta la hacía un quinqui al que no habíamos visto antes. Parecía peligroso, pero no teníamos ningún miedo. Nosotros teníamos a Ernesto, al Zipi, … No había cuidado.

Todas las tardes, al volver del cole, hacía deprisa los deberes y me bajaba con la merienda y un taco de cromos. En la acera ya se había formado un corro, y estaban todos jugando a los montones, apostando. Me hice un hueco al lado de Jesus, que seguro que llevaba allí desde las cinco. Tirapu tenía la banca: barajó las cartas y puso sobre la acera 12 montones. Cada uno apostó sus cromos a uno de ellos. Tirapu dio la vuelta al que se había quedado sin cromos, el de la banca, y sacó una sota. Luego dio la vuelta a cada montón, quedándose con los cromos de los que tenían una carta más baja. Solo salió una más alta, a Jesus, claro, que ganó veinte cromos. Yo perdí los cinco que había apostado.

No había salido ningún Rey, así que Tirapu volvió a barajar. En ese momento apareció el quinqui, que preguntó por la tal Yoli. Nadie respondió. Había una jerarquía, y Ernesto, el Zipi o Salmerón, que era el mayor, se habían quedado callados.

El quinqui volvió a preguntar, un poco mosqueado:

– Que si conocéis a la Yoli, troncos…

– No, no conocemos a ninguna Yoli –Respondió Salmerón- ¿Por qué íbamos a conocerla, si es de Aluche?

– Porque su hermana vive por aquí, por eso… ¿no me estarás mintiendo?

– ¿y por qué iba a hacerlo, tú?

Salmerón se puso de pie, para que el quinqui se diese cuenta de que le sacaba una cabeza. El otro se llevó una mano al bolsillo, y entonces Ernesto y el Zipi se levantaron:

– Tranqui, tío, ¿qué pasa? No conocemos a la Yoli, pero, si nos dices algo más de ella, igual te podemos ayudar…

Se lo llevaron a la bodega del Chele, y allí siguieron hablando con él.

Al rato, Ernesto y el Zipi volvieron:

– Qué tío más chungo. Ojalá que no encuentre a la Yoli. ¿Alguno la conoce?

Nadie respondió, pero Salmerón preguntó:

– Y ¿quién es ese tío?, ¿qué quiere de la tía esa?

– Nadie, uno de Aluche, que no ve a su chica desde hace una semana…

– Venga, vamos a seguir…

Enseguida dieron las siete, y escuché la llamada de siempre:

– ¡Tiiitoooooooo! , ¡A caaasaaaaaa!

Recogí los cromos que me quedaban, y me fui. – Venga, empollón, que tú nos tienes que sacar de la miseria…- Me decía el Zipi.

Quién sabe, quizá fuese cierto. A ellos no les molaba estudiar, por eso decían que, en cuanto se sacasen el graduado, se pondrían a trabajar… Melero ya lo había hecho, curraba con su padre y su hermano en una obra, y fardaba todos los domingos invitándonos a un botellín en la bodega.

Yo era de los pocos que iba a hacer BUP, que quería ir a la universidad. Lo de trabajar tan joven no lo veía claro, aunque mi padre me decía todos los veranos que me iba a llevar a trabajar a la fábrica de cartón donde curraban mis primos, para que aprendiese… No sé de qué se quejaba, yo siempre sacaba buenas notas, y no me metía en líos.

Al día siguiente bajé a hacer un recado, y al lado del taller del zapatero me crucé con Salmerón, que iba con una chica. Nos saludamos levantando la cabeza, y yo entré en el taller. Saqué la cabeza para volver a mirar, y vi cómo se cogían de la mano.

En el barrio no nos juntábamos con las chicas. Éramos demasiado brutos: jugábamos a apostar, al churro, al tin, … Y cuando pasaba una a nuestro lado, siempre había uno que le decía alguna burrada…

Yo estaba enamorado de Rosana, la china, desde que llegó al barrio cuando yo estaba en cuarto. Todos se reían de mí, escribían con tiza nuestros nombres en las paredes, pero yo no me atrevía a decirle nada, solo la miraba.

Cuando volví al barrio, Salmerón no estaba, pero mis amigos estaban hablando de él:

– Creo que esa es la Yoli… Salmerón se ha metido en un lío. ¡Pero está bien buena!

– Aquí no va a venir uno de Aluche a robarle la novia a mi amigo –decía el Zipi, que ya olía una buena pelea…

El Zipi debió hablar con sus colegas del Bronx –así llamábamos al barrio donde estaba la boca del metro-, porque a partir de ese día, además de los habituales, había en el barrio una especie de guardia pretoriana esperando la aparición, casi segura, de la gente de Aluche, que vendría a ajustarle las cuentas a Salmerón y a su novia…

Una semana más tarde, Salmerón llegó al barrio con un ojo morado. Todos le rodeamos, y él nos contó: esa mañana habían dado una paliza a la Yoli, y por eso él se descuidó, y se fue a verla a su casa, para ver cómo estaba. Al salir debieron seguirle, y en el metro le cogieron entre varios… ¡Cabrones!

El Zipi tomó buena nota. A nosotros no nos implicó, ni siquiera a Ernesto. Se fue con sus amigos del Bronx, y se fueron a Aluche a ajustar las cuentas.

Una semana más tarde, cuando se paseaba ufano por el barrio por haber vengado a su amigo, dos polis de la secreta le esposaron, y no volvimos a verle hasta el año siguiente.

Cuando los padres se enteraron de todo, nos castigaron sin salir de casa. Ahora creo que lo hicieron para protegernos, pero entonces nos pareció un castigo muy cruel. De todas formas, en Navidad ya se habían olvidado, y volvimos a la calle como llevábamos haciendo toda la vida.

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