Una especie de jersey verde pero de tonos grises por el paso de los años y la suciedad acumulada, unos pantalones grises de color y de tiempo. Unos guantes con los dedos al aire, un pañuelo en el pelo recuperado de una bolsa que hacia poco había rescatado del olvido. Era todo su armario y su riqueza. Abandonada por la suerte, por su familia y por esa costumbre rara para ellos pero de lo más normal para ella.
Se distrajo esa noche en repasar cada uno de los contenedores que había varias calles mas allá de su casa. Esos no los conocía y posiblemente tendrían muchas cosas que la gente tira sin saber bien porque.
En uno de ellos encontró una muñeca de niña desmembrada, se entretuvo en buscar los frágiles
brazos y piernas y tan solo encontró sus brazos. Los echó en la bolsa junto a las flores de plástico descoloridas y unas zapatillas de fieltro con un agujero en la punta. Tesoros del día.
Se detuvo en un escalón de la entrada al centro de salud. Allí muy pacientemente, y sin prisa, nadie la esperaba, se afanó no sin gran dificultad en unir aquellos miembros que habrían sido mordidos por un perro o gato. Cuando casi los tenía en su sitio, de la puerta salió un vigilante que de muy malos modos la echó de aquel lugar.
Con sus bolsas y su carro de compra desvencijado se dio prisa en salir de aquel rincón mientras miraba hacia atrás. Con la mirada lo decía todo. Que le molestaba que estuviera sentada en aquellos escalones.
¿Qué habré hecho yo? Se decía Adela. Y seguía su camino entre el mal olor y los desperdicios que se
acumulaban en una suerte de paisaje cotidiano. Se miraba las líneas negras de sus uñas mientras pensaba en encontrar algo nuevo.
Se paró y levantó la tapa de un contenedor que estaba hasta arriba. Era la hora en la que estaban así justo antes de la recogida. En el interior una lámpara sin brazos y un banco de madera al que le faltaba una pata. ¡Vaya esta noche parece ser de suerte!
Lo amarró al carro y siguió su marcha. Un juguete de niño abandonado, un bolso de señora al que le faltaba un asa, una rueda de plástico que no sabía muy bien que era, un jarrón sin flores, un marco de foto y una carpeta eran el trofeo de la noche. Todo guardado con esmero y con cuidado.
Cuando llegó a su casa el frío y la oscuridad ya estaban instalados en ella, y por entre el hueco que dejaban las bolsas fue buscando espacio para todo lo que traía. Encendió las velas que alumbraban aquel mal llamado hogar desde que le cortaron la electricidad aunque aun conservaba el agua como bien mas preciado. Comió unas latas de conserva caducadas encontradas en otro de sus viajes y se dispuso arropada por sus inseparables mantas a contar su tesoro.
Cuando el silencio se hizo compañero de Adela y el sueño su aliado se dejó caer en aquel colchón viejo y se quedó dormida.
La luz del día entraba por la ventana derramando algo de calor y un suave hilo de polvo que se mezclaba con
un olor a podrido que podría hacer vomitar a cualquiera. Pero su olfato estaba tan acostumbrado que apenas percibía nada. Esa luz apenas podía colarse entre las bolsas y las cajas que adornaban todas las paredes y los pasillos de la casa.
Esa mañana un ruido no habitual se instaló en la calle. Eran camiones y coches que aparcados en la acera junto a su ventana hacían maniobras. Unas voces fuera de lo común le trajeron un mal presagio. Llamaron a la puerta con insistencia mientras ella apenas podía pensar.
Y entonces llegaron ellos, la sacaron a empujones de la casa y la llevaron a una furgoneta. Mientras unos hombres de blanco con mascarilla iban sacando todos sus bienes, todos sus tesoros.
A donde iba a ir sin familia que la esperase, sin amigos y sin vecinos a los que hablar. Cajas, juguetes, latas, botellas, bolsas,e ilusiones rotas.Todo lo acumulado durante varios años y a lo que tenía todo el cariño que a ella le había abandonado.
Mientras anotaban sus datos, sus ojos se fueron volviendo rojos y la humedad de su cara apenas la podía contener con aquellos guantes rotos. Su vida, era su vida lo que se escapaba en aquel camión para siempre….
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