Las casualidades existen

Las casualidades existen

Lo bueno “o lo malo” es que cada día se parece al anterior. Tengo que pensar en qué mes estamos, aunque en realidad me de igual. De niño sí que era consciente. El verano era mi estación preferida. Sólo el hecho de hacer calor, hacía que me levantara alegre. Pero eso ocurría en la infancia, que no sé cuando la perdí, pues nunca he dejado de ser un niño. ¡Cuánto echo de menos aquellas tardes de verano jugando en la calle con los amigos en aquel viejo auto que no funcionaba!

Ahora estoy esperando ayuda Asistencial. Tengo que pensar que le voy a decir. No quiero que sea como en otras ocasiones donde al final no he conseguido nada, sólo dinero para un viaje y así tener que cargar con mi mochila y mi soledad a otra ciudad. Espero más suerte. Estoy cansado ya de dormir en un cajero, pero no me queda otra. Realmente no me importa demasiado, duermo con otro tipo. Solemos coincidir en cuanto oscurece un poco. Si tarda me impaciento y a él le pasa igual, me confesó.

Hoy quiero contarle en su despacho cómo me siento, como el miedo me invade con frecuencia. Me veo cada vez peor cuando me cruzo con la gente «normal» por la calle. Me parece imposible que yo pueda volver a ser uno de ellos como lo fui. Me derrota la apatía, no tengo ganas de nada, me muevo por la ciudad para lo justo. Voy a comedores y albergues, pero ahí se hace más grande mi miedo y mi ansiedad. Veo gente peor, pero eso no me anima. Gente tan hundida que sé con seguridad que sólo les queda esperar la muerte. Precisamente esa apatía es la que me impide decirle a la Asistente cuál es mi problema. -¿Le parece poco, duermo en la calle, estoy solo, me avergüenza pedir ayuda?- Como podré superar esto de una vez por todas, acabar con esta agonía.

A veces bebo vino, no lo niego, es de los pocos ratos en los que me olvido de todo y me divierto, incluso algún día me dan algunos pesos y entonces la fiesta es mayor y mayor también es la resaca. Pero eso no puedo contarlo hoy, en el despacho.

Algunas noches pienso que lo mejor sería no despertar, pero también la desidia que me invade me impide mandar todo al carajo, además yo no soporto el dolor. Pero seguir así tampoco es solución. He perdido todo y a todos, ahora solo me queda el colega del cajero. Bueno, hoy tengo a alguien más: la trabajadora social. Ojalá me toque una que me entienda sin hablar. Echo de menos a mi familia, el hogar. Gente con quien hablar, o simplemente compañeros del bar de abajo de mi casa con quién podía reír, conversar y arreglar el mundo en voz alta.

Quizás hoy consiga algo distinto, no sé qué, pero tengo que salir de este espiral sin fin. Me tendré que esforzar, pero necesito saber cómo y hacia donde encaminar mis pasos. Porque si no volveré a lo de siempre, deambular con mucho peso en la espalda aparte de la mochila. Pido a Dios que me ayude, que no lo soporto más.

Tal vez pueda cambiar mi vida, mi manera de verla, mi camino se enderece y algún día pueda ser mínimamente feliz.

La Asistente social abre la puerta, pide que pase el que sigue. Entro a la oficina y veo unos ojos grises que me parecen conocidos. Me siento, se va y vuelve con una carpeta.

-Su nombre?–pregunta, —Juan Luis Rama, contesto.

Levanta la cabeza, me mira con asombro. Los dos quedamos petrificados.

–Eres tú papá?— Si, contesto con la cabeza. Me siento tan mal que creo que voy a desmayarme.

–Hija!! Eres la Asistente en esta ciudad?—Si,me mira asombrada,–Hace seis meses me recibí, con mucho sacrificio de mamá y acá estoy… atendiéndote a ti.

Siento que se me para el corazón. La piel de gallina. Qué le digo, podré abrazarla y pedirle perdón?

Ella rompe el hielo y me hace una serie de interrogatorios. –Pasaron casi diez años. Solo sé lo que vivimos y lo que mamá me contó antes de morir hace dos años– me dice sin mirarme.

–¿ Qué le digo, me perdonará? Siempre la tenía en mis pensamientos, la soñaba, la veía crecer, cuando estuve los nueve años en la cárcel. Pero ahora tenerla frente a mí… me parecía imposible.

Me pidió que nos encontremos en la plaza de la otra cuadra. Sin mirarme, dijo que me fuera, debía seguir trabajando.

Salí como un zombi. Caminé sin rumbo. Me senté a pensar. Era mi hija y quizás entendería, que estar en prisión para proteger a su madre, había sido una dura decisión. Me pareció que ella la podría criar y educar mejor que yo.

La esperé más de una hora. Se sentó en silencio a mi lado. Tenía ganas de abrazarla, era toda una mujer. – ¡Cuánto había crecido!—Vi en sus ojos tristes que estaba llorando. No sería fácil para ninguno de los dos.

–Tengo un departamento cerca de acá, estoy viviendo con mi pareja, trabajamos los dos. Mamá nunca dijo dónde estabas, hasta dos días antes de su muerte. Me contó qué habías ido preso en lugar de ella, para no separarnos.

No tuve tiempo, en su agonía a reproches. Solo nombró el lugar que estuviste preso. Decidí con Andrés buscarte. Todo fue en vano. Ahora te tengo aquí y no sé qué decir. Solo sé que las casualidades existen.

Todos estos años, ella trabajó para que estudiara. Nunca pude saber bien la verdad, parecía que ocultaba algo, me sobreprotegió siempre, hasta que enfermó.

Solo sé que no tengo la culpa, era solo una niña. Perdón en nombre de ella.

Te extrañé mucho papá. –¿Puedo abrazarte?

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