Contar hasta 100 en dictadura

Contar hasta 100 en dictadura

Mi cara la tapaba con las manos. Estaba parado detrás del viejo tronco de un solitario árbol que se erguía a un costado del patio de nuestra vieja escuela. Contaba en voz alta …- ¡ sesenta…setenta…ochenta !- Era mediados de Diciembre. El calor que emanaba del sol abrasador de verano, nos hacìa sudar . Sin embargo, con sed y jadeantes, para nosotros era màs importante el juego de » la escondida «.

Tenìa tan solo 10 años de edad. Aún recuerdo la Escuela. Un añoso recinto ubicado al final de un camino tiznado de carbón en la afueras de la ciudad de Lota, lugar que en esos años, toda actividad estaba ligada a la extracción del carbón. De milagro, el edificio se mantenía en piè.

Eramos tres niños de edades casi similares y muy unidos durante un periòdo de seis años. Yo y el negro Miguel tenìamos casi la misma edad y Roberto, era mayor por dos años. De los tres, Miguel se distinguía por su habilidad y su astucia. También, era el màs robusto. Para él no existía la palabra peligro. Nos defendía y nos apoyaba. Era nuestro » líder » En este y en otros juegos siempre nos ganaba. Era màs rápido . Recuerdo, la ultima vez, ya cansados de buscarlo, le gritamos que saliera. No nos dimos cuenta como apareció desde lo alto de un àrbol gritando… – ¡ LIBRE…AHORA Y SIEMPRE ! y nos volvió a ganar.

Al año siguiente, vino la triste separación. A mi padre lo trasladaron a la capital y me matricularon en un liceo de la ciudad. La familia de Roberto emigrò a Buenos Aires y Miguel, viajò con sus hermanos a la ciudad de Concepción. Entre abrazos y lágrimas, nos separamos con la esperanza de volver a juntarnos.

Desde ese día, transcurrieron diez años. En Chile, estábamos en la época de los ochenta y la junta militar gobernaba con la fuerza y no con la razón. Eran tiempo duros, difíciles. de mucho temor y de impotencia frente a una dictadura que no escatimaba esfuerzos para silenciar por cualquier medio, todo atisbo de protesta

Pese a todo, logrè el título de profesor de Matemáticas. Un amigo de la familia de Roberto, me informò que este se había especializado en inglés y turismo. Con esos estudios, decidió viajar a Canadá, país donde se radicó.

En cuanto a Miguel, por los periódicos me enterè que era un combativo dirigente gremial. Habìa sido detenido en varias oportunidades y se le exiliò. Tiempo después, entrò en forma clandestina al país y en estos últimos días, había vuelto a aparecer en la capital para seguir combatiendo al règimen dictatorial. Formaba parte de una lista que tenìa precio por su captura.

Dos meses despuès de esa noticia, me citaron para asistir a un seminario relacionado con nuevas leyes y ordenanzas para los profesores. Normas y reglamentos que se aplicaban y renovaban cada 90 dìas por el Ministro de Educaciòn que era un general de ejèrcito . El lugar de la reuniòn obligatoria era la Universidad Tècnica.

Bajè del bus y caminè algunos metros. Un control militar revisaba la documentaciòn personal. De repente, sentì disparos. La gente corriò en varias direcciones sin saber en forma exacta el lugar de donde surgìan las ràfagas de metralla. Se olìa el miedo. Camine de prisa hasta un hospedaje universitario que estaba al otro lado de la calzada, casi al frente del recinto universitario.

Yo conocìa ese sitio porque tiempo atràs, estudiando en casa de unos amigos, me olvidè de la hora y me sorprendiò el » toque de queda » y no tuve otra opciòn que pedir ayuda. Esa semana, hubo manifestaciones y enfrentamientos en el sector. Debido a ello, estuve hospedado » a la fuerza » por dos dìas hasta que los tiroteos, sirenas de ambulancias y el ronco sonido de los vehìculos militares, se apagaron.

Corriendo lleguè hasta la vieja casona y logrè entrar. Junto a otras personas, desde una ventana ubicada en la planta baja, pude observar como un grupo de seis jóvenes lanzaban panfletos y gritaban consignas en contra de los dictadores. Militares y agentes de civil los perseguìan disparando a matar.

Tres fueron apresados y dos quedaron tendidos en el suelo producto de las balas. Nuestra atenciòn se concentrò en el ùltimo joven que seguìa lanzando papeles. Tenìa gran agilidad y burlò repetidamente a los agentes de seguridad pero, finalmente sucumbiò ante la gran cantidad de uniformados que lo rodeaban. A todos los que miràbamos la escena nos produjo escalofrìos ver como era golpeado en forma despiadada. Aturdido, lo arrastraron y afirmaron contra una pared. El oficial a cargo, levantò con su bota la cara ensangrentada del hombre. Mi corazòn por segundos dejò de latir porque pude reconocer el rostro de Miguel, mi amigo de infancia.

No pude contener el grito y lo llamè por su nombre. Girò su cabeza y me sonriò. Los policìas y militares al sentir que estaban siendo observados, le dispararon en varias oportunidades. Acto seguido, subieron ràpidamente a sus vehìculos desapareciendo del lugar. La calle quedò en silencio. Pese a las advertencias de las personas que me rodeaban en la ventana, corrì por el pasillo abriendo la puerta de par en par y crucè la calzada. En segundos, lleguè donde yacìa tirado Miguel. Me acerquè y vì que no se movìa. De su cabeza emanaba un hilillo de sangre formando un pequeño charco rojo. Aùn vivìa.

Lo mirè y vì que su turbia mirada la mantenìa fija en el àrbol que tenìa cerca.

Me arrodillè junto a èl.Tomè su cabeza ensangrentada y la puse sobre mis manos. Me mirò y me dijo con voz muy baja …- ¡ amigo !… ¿ ves ese àrbol ?…yo asentì con un movimiento de cabeza porque un nudo de llanto retenido en mi garganta me impedìa hablar. Me dijo…- ¡ quiero que cuentes hasta 100 para ver si me puedo esconder de la muerte ! –

Apretò mi mano y cerrò sus ojos para siempre.

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