Sabía, y le pesaba, que estaba envuelto, ensordecido, aturdido. Y caer vagamente en nociones espiraladas de la vida le resultaba molesto, poca posa, y hasta a veces perturbador. Preguntarse si acaso le sirviera leer una novela mal escrita era una de las tentaciones con que se estorbaba, al punto que le resultaba indiferente si caminar o jugar al ajedrez, o podar la enredadera cuando de momento su verdadera mira estaba en encontrar el silencio, como el aire y como la luz del día. Sucede que este animo se prolongaba al punto de que se dijera que esto o aquello lo había aprendido durante aquella inusitada travesía de la que cualquier campaña antirrevolucionaria le daría la generosidad de resumirlo a “buscar la paz interior” o “está en el plumaje del aquel cisne del lago” o atemperarse o buscar el equilibrio. Esperaba que se le comprendiera al cabo de que sus amigos primero asimilasen una vasta serie de símbolos y signos que como llaves fueran ascendientes accesos a más íntimas bodegas. Le parecía muy costoso meditarlo para ver la paradoja dimensional de que cuanto más estrecho y más cercano sea el lugar al que se llegase conversando, más universales y consientes serían los tópicos que se comenzaran a tratar, a la manera del matemático que no goza dar con el problema sino con la solución del enigma. Conseguía así no rechazar el ánimo filosófico, sí viéndose preciso de reafirmarlo.

No obstante que estas cuestiones eran un vago recorte de sus formas, de sus intemperancias y demás. No era, por lo tanto, tan siquiera un narcisista. A veces bebía con regocijo un vaso de agua, como otras la cuota de cloro. Así, le amedrentaba tanto el haber descubierto el camino para estar bien a cada instante como haberlo olvidado. Me pregunto con qué animo se inclina usted ante este proyecto. Os otorgo una palabra entonces: trazara un vínculo entre nosotros. ¿Eres alma de graznidos, y abates al clima con tus tempestades?

Compromiso a tu ansiedad, coloquial a tu costumbre, mar a tus nostalgias, y esplendido a tu mirada. Se tiene que convenir con la razón. Guardaba en algún archivo de su memoria los cielos rojizos de lejanas tormentas, las mismas bajo las cuales ahora creía verse tanto como lejanas aquellas tardes. Es entonces una picardía remontarse a las mañanas en que desde la cama dividía con la mirada sin despegar el rostro de la almohada, en diferentes secciones el viejo tamarisco que unas veces movido por el viento cuadraba de otra forma entre los marcos de madera del vidriado de la ventana lo mismo que cambiaba la gracia de su color según las nubes y la hora por las que los ruidos del lavarropas, o probablemente de la cortadora de pasto, como también lo fuera la intensidad de los pasos de su madre, indicaban lo temprano a tardío de su sueño.

Una acción acomete a un tiempo específico, a un determinado lugar, y demás. Y el irrefutable hecho de que se planteara encontrar en el descuido de abrir la canilla de agua caliente por el agua fría una cualidad reveladora de sus circunstancias fue sutil para que a su edad lo percibiera.

Morir para vivir era demasiada historia para tan trivial y pasajero espejismo, era también un trivial espejismo para tan solo un pasajero.

El niño se precipita. Siempre se ha de hablar en tiempo presente de aquel para quien todas las cosas fueron nuevas. Se abalanzaba. Sobre la demora, sobre lo desconocido, carece de faltas, lleva en sí muchos otros enigmas, el adulto bien podría llevarlos, pero este encuentra por ejemplo mayor acojo en un papel. Le adormecía el dulce tiritar de las noches calurosas, hecho gracioso cuando se piensa que dicha emoción se sucedía en reducidos elementos de sus años y que difícilmente el estaría tan afuera de la cama constituida de las cosas que alzaban su historia a un hecho meramente sociable y o memorable, como para apreciar de sí algo que de a prolongados saltos se arropaba en aquel vagón en el que viajan las costumbres.Por ejemplo, que jugando un 25 en el aro de básquet de su patio, para el que ganaba básicamente el primero en acertar dicho número de tantos, sucediera que uno de los jugadores se pasara de largo, teniendo que empezar de cero, y así el que iba perdiendo pasaba a estar primero con reservas.

De todos modos, sé que estaré hablando mejor de mi cuando menos hable de mí. Y menos hablaré, cuanto más procure hacerlo. Y cuanto más procure hablar de ello, para eludirlo, y así encontrar algún atisbo de mi rostro, menos habré hablado de mí.

Como todos conocen la espiritualidad que tiene el capitalismo, me animo por reavivar qué ocurría mientras yo aprendía los errores de la obsesión y las vulnerabilidades de la palabra, poco consigo más que recobrar el camino costero, y el coloso Pesuarsa, sobre el que se posaran las aves viajeras y un montón de nada.

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