Ahora estoy aquí, pero ni siquiera se quien soy. Reconozco que es un avance saber dónde esta cada uno. Sin ese dato casi nada vale para nada. Uno, sea quien sea, por lo menos está en algún lugar. La localización de cada cosa es a menudo un dato imprescindible. Sin embargo, eso no me basta en absoluto. Como ser humano creo necesario saber más cosas de mí. Me intuyo, pero no me basta. Creo que no. Quizá me bastara con suponerme, pero no con intuirme. Y eso es a lo más que llego. Si me supusiera sabría más de mí mismo y de los demás. Podría suponer que soy un hombre, o que soy una mujer. Y a lo mejor eso me serviría para suponer a su vez porqué los demás se comportan conmigo de determinada manera. También podría suponer mi edad, que soy joven o que soy viejo. Y eso seguro que me daría muchas pistas de porqué me suceden algunas cosas.

Pero no. No supongo nada. Apenas intuyo algo. Tímidamente intuyo que soy una persona. Es decir, creo con reservas que tengo un alma y una inteligencia. Una personalidad no, eso seguro. Si además me esfuerzo mucho intuyo que no soy viejo. De serlo pienso que tendría más recuerdos. Pero tampoco soy joven, porque adivino que ciertas cosas me quedan ya muy lejanas. Intuyo que alguna vez fui un hombre, y tampoco de eso estoy cierto. Un hombre tiene deseos, me parece. Tiene antojos, tiene orgullo. Y si no he perdido todo el sentido puedo apostar a que yo no tengo nada de eso.

En cuanto a mi cuerpo, con enorme dedicación, intuyo en mi figura algunos rasgos que me son familiares. Lo que intuyo dos piernas largas salen de mi tronco hacia un lado, y aunque desde luego no llego espero que al final acaben en dos pies. Por los lados intuyo que lo que sale son dos brazos. Flacos, pellejudos. Uno se mueve y me sirve de contacto conmigo mismo. El otro está ahí. Solo eso. Hacia el otro lado intuyo que está mi cabeza. Lo que parece ser melena es largo. Lo que parece ser barba es larga. Lo que parece ser nariz también es largo. Y fino. En medio de todos aquellos apéndices intuyo que está el tronco, más bien que sigue estando el tronco. Inmóvil, sólo sube y baja rítmicamente al compás de la triste respiración. Sube y baja. Como la marea.

No siento ningún dolor físico. Tampoco siento ningún placer. Pero por algún motivo intuyo que debo estar contento. Como si lo uno tuviera que compensar lo otro. Como si supiera que de sentir placer debería sentir también dolor. Como un castigo. Ser desgraciado para poder ser feliz. Un precio. Así es que no me importa. No demasiado.

Fuera de todo esto no intuyo más. Ni por supuesto sé más. Con un hálito dememoria juego a imaginar. Imagino que soy un hombre, un joven. Mi fuerza es suficiente para caminar, aunque sea despacio. Un pie tras otro avanzo. Siento la hierba húmeda. Incluso puedo ver, aunque no recuerdo de ningún modo los colores. Mis brazos se agitan lentamente. Pesadamente, como se mueve las cosas en al agua, me muevo en el aire en mi sueño. Y siento. Que soy feliz. Que soy alegre y que quiero y que me quieren.

Sueño un sueño común. Sólo que camino lentamente y que muevo las piernas y los brazos. Y que quiero. Sueño algo que aburriría a cualquiera. Lo reconozco. Pero a mí me mantiene vivo. Si estuviera muerto no podría soñar, y si no pudiera soñar es que estaría muerto. Y eso que no me importa. Cuando sabes donde estas pero no sabes quién eres. Cuando has perdido la identidad, has perdido el nombre, has perdido el cuerpo, has perdido el deseo, has perdido la memoria, has perdido todo…, ya estas muerto. Intuyo que eso de jugar a imaginar no es una vida. Pero es toda la vida que puedo vivir. Pobre. Lenta. Aburrida. Leve. Triste. Intuida.

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