La inmensidad del dolor

La inmensidad del dolor

Estoy rota por dentro, siento un vacío profundo e intenso que lucha por expandirse más allá de mi, que empuja, de manera incansable, los límites físicos de mi cuerpo, y, nunca cesa. A veces, lo siento con más fuerza, como si su profundidad fuese un imán que me arrastra y hunde hacia la razón de ser del mismo, pero no consigo alcanzarla, y continuo cayendo hacia ningún lugar. La conciencia de ese no-lugar me lleva a caer en la desolación absoluta, porque la inexistencia de un final deja sin sentido a la razón de ser de este vacío. Es tal su inmensidad, que resulta imposible poder recoger su significado con palabras, está por encima de ellas, en un plano superior donde estas no llegan a alcanzarse, puesto que, la mayoría de veces, la comprensión que tenemos de las cosas supera nuestra capacidad para definirlas, por eso, el dolor que intento explicar se define al sentirse.

He podido comprobar que ni siquiera llorar consigue evitar la sensación de estar ahogándome, y, aun así, no puedo parar de hacerlo, como un intento de despojarme de lo que duele, de eliminar con suspiros, aquello que algún día, momento, o segundo, fue inspirado para calmar, rellenar y completar el vació causado por otro suspiro pasado. Allá donde voy me sigue un sufrimiento constante que me aleja de mi, de lo que soy, y me deja sin fuerzas para volver a buscarme. Cada vez me siento menos, supongo que el dolor que emana del vacío de mi alma no es más que la sensación de haberme perdido a mi misma, de no luchar por mi, pero si no lo hago es porque realmente no puedo. Esta oscuridad que me cubre, intenta hundirme y lucha constantemente para que me rinda, para separarme de mi, y, a pesar de mis intentos por salir de este callejón sin salida, siempre termino regresando al mismo sitio, al dolor.

Es en la desesperación y en la angustia continua de vivir así, donde busco y encuentro otra salida, donde, por un segundo, puedo respirar tranquila al pensar que todo este sufrimiento insignificante puede desaparecer, aunque eso signifique que tenga que hacerlo yo con él. Cuando cobro la conciencia, aquí sigo, postrada en el filo de un abismo que yo misma he creado, que mi dolor ha creado, y, no se qué hacer, no consigo moverme ni hacia delante ni hacia atrás, me siento atrapada, yo solo quiero avanzar, pero ya no me importa la dirección.

Ojalá y pudiera ser capaz de decir lo que siento a viva voz, de decirle al mundo que estoy muerta por dentro, y de poder escucharme decirlo sin que las lágrimas caigan sobre mis palabras, pero, no puedo. Estoy segura de que el dolor tan fuerte que siento irá conmigo siempre, porque, como decía Jorge Luis Borges «la intensidad es una forma de eternidad».

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