Las circunstancias son sorpresivas piedras aisladas, que emergen de la nada para construir un destino de incertidumbres. Son imposibles de predecir pero fáciles de detener cuando dejamos de existir.

Créanme, las circunstancias nunca muestran su verdadero rostro y prestamos más atención a sus apariencias que a lo que nos vienen a enseñar. Son como maestros eunucos con amenazantes espadas desenvainadas en mano que nos humillan y bajan nuestra guardía para degollar nuestra ignorancia. De lo contrario, nunca aprenderíamos.

Aprender nunca fue gratis. Tiene un alto costo que hay que pagar sin dinero. Y a mi ya me han embargado hasta el alma que tengo prestada de otras vidas pasadas.

Manny es una de esas circunstancias de carne y hueso que apareció en mi vida como una pedrada en el ojo; rápido, dañino y doloroso. Llegó sin anuncios y sin que nadie lo espere, como un desafortunado accidente.

Hasta ese momento, no tenía conciencia de quién en realidad era yo. Manny fue ese detonante que me ayudó a descubrir una extraña habilidad de leer el mensaje que traía en su desesperada alma.

Cuando lo vi sentado por primera vez en esa silla de plástico blanco, me pareció que lo conocía de antes. Es una sensación de vacío mental, donde uno pretende encontrar respuestas donde no las hay porque están escondidas en la nube de la inconsciencia, y sólo queda ese frustrante sentimiento de “¿dónde te he visto?” como una imagen incógnita que se escurre de la mente a los labios. Pero hay respuestas que no quisiéramos oír.

La curiosidad por saber más de él, me atraía como pan a la mantequilla, y tan frenéticamente, que daba miedo. Me gustaba sentir ese cosquilleo atrevido, y que a veces resulta doloroso, y como dicen, se parece a miles de mariposas volando. Más lo observaba, más me fascinaba y más fuerte eran los revoloteos de esas metafóricas alas en mi estómago.

Mis pensamientos se iban enturbiando por una extraña sensación de lujuria que nunca había sentido. Estaba cayendo en una seducción hipnótica. Mis labios, desde una clandestinidad imaginaria, parecían abrirse descaradamente a su libre albedrío, dispuestos a robarle un beso a los labios que tanto apetecía.

Confieso que me siento avergonzada, teniendo en cuenta quien soy yo, y quién es él.

¿Pero quién soy yo?

Me llamó Susan Sullivan y soy voluntaria en una clínica comunitaria que sirve a personas con problemas mentales que no pueden pagar por un tratamiento que les ayude a aliviar sus sufrimientos. Soy la psiquiatra.

Hasta ese momento, Manny parecía no darse cuenta de que alguien lo observaba casi con un éxtasis exacerbado. Aunque creo que un hombre como él, debería estar acostumbrado a que las mujeres lo acechen y lo devoren con la mirada.

Creo que estoy siendo invasiva. Manny ha levantado una de sus cejas negrísimas y bien pobladas que lo hacen más varonil. Está incómodo por mis miradas que cada vez se hacen más agresivas. Me sentí como una cargosa mosca gorda volando bajo a su alrededor, mientras él hacía deliberados esfuerzos por estar en paz.

Su ropa era demasiado pequeña para aquel cuerpo de musculatura prominente, y naturalmente esculpida por el trabajo duro de la construcción. Su camiseta azul y sus pantalones de mezclilla del mismo color, se veían impecables a pesar de estar desgastados por el intenso trajín a que eran sometidos a diario por el rudo trabajo.

Aquellos afortunados atuendos parecían ser las únicas piezas de un guardarropa mezquino que tenían el placer de cubrir su bronceada desnudez, pero que también, revelaban una terrible obsesión por la limpieza y su casi indigencia.

Manny era un extraño «minotauro» de increíble magnificencia y desequilibrio en su creación, a quien se le dotó de perversidad en la misma medida que de belleza física. Una compensación natural que lo convirtió en un atractivo monstruo. La perfecta trampa mortal para una amante distraída.

Por un instante, nuestras miradas se cruzaron desolando mi alma. No podía creer que, en tan insignificante lapso de tiempo, se pudiera compartir tanto sufrimiento y horror. Era un fuego interno que parecía provenir del infierno que sólo podría fulgurar en una mente perturbada.

Retiré mi asustada mirada hacía otro lugar para evitar seguir “leyendo” lo que todavía no podía descifrar ni entender. Confieso que escudriñar su alma a través de sus hermosos ojos verdes, sería mi obsesión y mi agonía hasta el último día de mi existencia.

Como mujer de ciencia no puedo dejarme llevar por situaciones paranormales ni dejarme guiar por los instintos. Tampoco creo en amores que nacen de miradas furtivas a primera vista. Pero en la mirada esquiva de Manny había algo que no podía ser entendido a través de la razón. ¿Cómo pretendía ayudarlo? Curarlo usando la moderna medicina y terapias, era imposible.

Manny se veía indefenso y abandonado a su suerte. Estaba atrapado en las garras despiadadas de su propia enajenación que había trastornado su mente llevándolo por el camino del sufrimiento, el odio y la violencia. Había que hacer algo para rescatarlo y yo era la única que podría tener éxito; de lo contrario, tendría que sepultarlo.

¿Debería tomarlo como cliente, o referirlo? De esa decisión, dependería mi futuro: lo hacía parte de mi vida asumiendo las consecuencias que podría acarrear involucrar mis sentimientos personales o fingir que nunca existió, y continuar con mis planes de tener una vida normal.

¿Podría ser tan egoísta? No era eso. Sacarlo de mi mente era ya imposible. Manny marcó el comienzo de una serie de trágicas coincidencias que me mostraron que las circunstancias, a veces, no se pueden alterar sin sacrificio. Ese sería nuestro destino.

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