Los ocasos en Clonis, el planeta Jardín, son siempre sorprendentes. Tanto por los dos soles asincrónicos y sus eclipses con las tres lunas, como por los colores de la nube amoniacal que serpenteante anilla la capa exterior de la atmósfera, cristalizándose cuando cesa de ser iluminada por los soles, pero permaneciendo iridiscente por el reflejo de las lunas.

—K’lm, Sandra y Remes —las nombra murmurando el Pensador Más Joven, observándolas con la misma curiosidad de todos los crepúsculos.

—K’lm, Sandra y Remes —repite en su mente la segunda de sus Infantas de Cristal, transmitiendo el pensamiento a cualquiera que desee percibirlo.

El uni-Memoria de la Pensadora Gris tenuemente se ha materializado en la terraza de la Pirámide Mayor, por la senda que proviene de su espacio:

—Siempre estarán ahí —piensa para sí pero igual lo repiten con voz melodiosa el Coro presente de las diez Infantas de Cristal, cuyos espejos reflejan mucho más de lo que perciben.

El Pensador Más Joven observa a los cuatro restantes Pensadores junto a sus uni-Memorias, escrutando sus ojos pálidos, sus intensas carencias físicas en comparación a sus Infantas y Edecanes, los Segundos en Artes, o los Biólogos, para regresar la mirada y la mente al ocaso, a las lunas, al recuerdo de los soles ya desaparecidos tras los horizontes.

Sostiene la mirada sobre el cuerpo de una de las Infantas de Cristal del Pensador del Oriente, joven tornasolada como la nube de amoniaco, de espejos asombrosos, reveladores.

No le sorprende su hermosura, sólo le sorprende el que no sea igual a las otras, le sorprende el que nada en Clonis se repita.

Los cinco Pensadores de Clonis armonizan sus mentes en un nivel profundo, eliminando cualquier otra percepción, concentrando su mirada interna en el Pensador Más Joven que con temor recibe la Tabla que el Guardián de la Terraza ha subido desde la bóveda.

Con extrema delicadeza la deposita sobre su fuente de energía en el enorme trozo de piedra que hace de Altar.

—Ha llegado el Último Mensaje —canta con emoción el Pensador Más Joven, realizando una respiración completa para que sus ojos, ya adecuados a la oscuridad, puedan leer los brillantes signos.

La tabla emite un suave zumbido que recuerda la brisa sobre los bosques.

Si estáis recibiendo este mensaje a la hora y fecha acordada —lee con voz suave mientras las Infantas de Cristal repiten con su pensamiento lo que escuchan— yo, ApuQun’Tiqsi, vuestro último Dios, habré llegado con nuestro hogar y familia hasta el núcleo del Universo para reintegrarnos finalmente a la Idea Original. Ha sido un viaje largo, demasiado largo incluso al momento de enviar éste, cuando todavía nos queda tanto por vivir.

Hace una pausa para dominar su emoción, hacer una respiración completa y continúa con voz trémula:

—Lo dijo el Elohim, el Predecesor, antes de su partida: «Somos la Vida: un precioso accidente». Hoy, enfrentados a la certeza de nuestro esperado deceso, nos queda la intensa alegría de saber que ustedes, en Clonis, siguen vivos y que podrán conservar este soplo mágico de la misma manera que nosotros, como Dioses, hemos logrado la misión de llevarlo hasta ustedes aún a costa de nuestras propias existencias…

El Pensador Más Joven sigue leyendo el largo mensaje con lágrimas en los ojos mientras las Infantas de Cristal repiten con su pensamiento lo que dice.

Tiempo después, en un mundo enmudecido, termina con voz tan leve que las Infantas de Cristal apenas pueden repetirlo:

—Vuestro planeta hermano violó las leyes, se llenó de ídolos, quedó ciego en la oscuridad, se matan y devoran entre sí: son el Caos. Debéis tener cuidado porque no estáis solos, también están ellos.

Todos en Clonis sienten la misma ahogante tristeza.

El Pensador Más Joven desconecta la Tabla acariciando su cubierta con las yemas, tratando de impedir las lágrimas, hasta que por fin puede mirar al Guardián de la Terraza, que con su paso calmado se encamina a su frente con los Canteros, para recibirla y grabar el mensaje junto a los anteriores en la piedra donde ahora cualquier ser humano en Clonis, el planeta Jardín, podrá revisarlos en toda su integridad.

—No recibiremos más mensajes de nuestros Dioses —piensa mientras las diez Infantas de Cristal repiten con voz su pensamiento.

Los Pensadores se observan con curiosidad. Saben que quizás nunca volverán a verse, y sin decir nada más se levantan con sus respectivos séquitos, pero el uni-Memoria de la Pensadora Gris se enfrenta a la Infanta de Cristal brillante y tornasolada del Pensador del Oriente. La mira profundamente a los ojos y le entrega su pensamiento.

Ella, reflejando mucho más de lo que percibe, sonríe, se vuelve y enfrenta al Pensador al que ha cedido su vida:

—Debo seguir al Pensador Más Joven —habla con voz fuerte y clara.

El Pensador le sonríe agradecido:

—Lo sé. Te agradezco tu confianza.

La Infanta de Cristal lo enfrenta con timidez:

—Yo agradezco Su confianza, Maestro.

El Pensador del Oriente observa sus espejos que reflejan mucho más de lo que perciben, observa los que moldean sus pechos, su frente y vulva, con sus matices tan expresivos y llenos:

—En ti está nuestro destino —murmura desapareciendo por la senda que conduce a su Espacio.

El Pensador Más Joven la recibe con curiosidad, comparándola a las otras Infantas de Cristal, destacada por sus espejos que podrían enceguecer la vista de cualquier Ser Normal, espejos que acusan la desnudez de todos los demás, permitiéndoles parecer tan bellos pero que, igualmente, a ella la hacen ver como un Ser que debe ser Protegido por la Especie.

—Un Ser que debe ser Protegido por la Especie —repite ella con su voz dulce y suave.

El Pensador Más Joven le sonríe con simpatía:

—No todo debe ser repetido —piensa.

—No todo debe… —iba a repetir la Infanta de Cristal, pero entiende el mensaje y no le queda más que soltar una suave y melodiosa carcajada:

—Mi nombre es Iris —dice ella sorprendiéndolo antes que formulara la pregunta— y soy la Palabra Mil.

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