TRECE MINUTOS
Que te hable, insisten. Qué coño quieren que te cuente. Que mi vida es un caos, que todo se va al carajo. Que Patricia me ha dejado, que los chicos no quieren saber nada de su viejo. Que tengo un trabajo de mierda que apenas me alcanza para subsistir después de pagar pensiones, piso, recibos y demás gastos habituales… ¿Quieres que siga? Pues que estoy hasta los huevos de tener que venir aquí día tras día para que me cuenten lo mismo de siempre, que permaneces estable dentro de la gravedad, que un día no te funcionan los riñones, que al día siguiente sí, que hoy te empiezan a retirar la sedación, que mañana te la vuelven a subir, que la única puta realidad que no nos atrevemos a asumir es que te estás muriendo cada minuto, cada hora, cada día un poquito más, que apenas existe una mínima esperanza de que vuelvas a abrir los ojos y que, en tal caso, las posibilidades de que tu cerebro no haya sufrido daños irreversibles, son ínfimas. Lo único cierto es que no volverás a ser quien fuiste. Este tipo de enfermos, afirma el jefe de servicio de neurología sin siquiera mirarnos a los ojos, es muy difícil valorar que grado de consciencia alcanzarán, en caso de recuperarla. Lo más probable es que necesiten atención las 24 horas del día, así que después de un periodo de rehabilitación de 2 a 3 meses en el hospital, cuando reciben el alta, lo recomendable es ingresarlos en una residencia, donde se ocupen de ellos los profesionales. ¿Alguna cuestión más? lo dice como quien se quita un peso de encima, aliviado por haber cubierto el expediente. Trato de mantener la calma, eso hago, respiro hondo, trago saliva tratando no alterarme, aunque lo que me pide el cuerpo, es agarrarlo por la pechera antes de cantarle las 40. No lo haré, se supone que soy un tipo civilizado.
-¿Cree usted que merecieron la pena los 13 minutos que invirtió el equipo médico de guardia en arrancarla de la muerte?
Se aprieta las gafas contra el entrecejo, lo noto desconcertado por la pregunta.
-Nuestra obligación es seguir los protocolos para salvar el mayor número de vidas posible…
-¿A pesar de que esa vida se convierta en una pesadilla? Mire doctor, mi madre tiene 81 años y un diagnóstico incierto, en un cuerpo abrasado por los antibióticos en antiguos procesos infecciosos… ¿era necesario que se ensañaran con ella durante 13 interminables minutos, cuando a partir de 4 los daños cerebrales suelen ser irreversibles?
-¿Sugiere usted que lo mejor habría sido no hacer nada?
-No, solamente afirmo que seguir con una reanimación a partir de ciertos umbrales es una canallada, una estúpida manera de desafiar a la naturaleza, a los dioses, para alimentar la vanidad humana. Sugiero que tener una madre convertida en un vegetal, encerrada de por vida entre las cuatro paredes de una residencia, con visitas semanales los sábados de 5 a 7, aguardando a que deje de respirar, no me parece la mejor opción?
-¿Entonces usted cree que deberíamos haberla dejado morirse?
-Yo ya no creo nada doctor, cada vez en menos cosas. Lo único que sé es que somos más humanos con los animales de compañía, a los que sacrificamos para evitarles mayores sufrimientos, esa estúpida agonía a la que nos sometemos cuando en la vida no hay esperanza y solo quedan dolores, angustias, desesperación. calmantes y aguardar la muerte con impaciencia,
Como cada día durante los últimos tres meses escucho tu nombre por el altavoz de la sala de espera. Una voz aséptica, metálica, impersonal: familiares de fulanito de tal. Como un ritual atravesamos la puerta, nos colocamos bata, patucos, gorro, nos restregamos las manos con el gel en seco, para que ninguna bacteria nos acompañe durante la visita. Día tras día nos recibe Carita-de-Ángel y con la mejor de las intenciones, nos repite que hablemos contigo, que te digamos cosas bonitas que seguro que nos escuchas, y yo observo tu hierático y empecinado silencio y aunque no me creo nada, te hablo. Me resulta muy tierno su interés por mantener la moral alta, por alimentar la vana esperanza de poder recuperarte. Es una mujer bella la enfermera, por dentro y por fuera, tiene un corazón que no le cabe en el pecho y una admirable determinación. Por fortuna, estoy lo suficientemente desengañado para evitar enamorarme de ella.
-¿Hoy ha venido usted solo?
Le he dicho a Elena que no hacía falta que viniera, hay cosa que uno tiene que hacer solo. No necesito compartir la culpa, tú ya me entiendes. Hace mucho tiempo que dudo que quieras seguir ahí dentro, prisionera de un cuerpo ajado que se ha convertido en la peor de las cárceles. Lo he meditado mucho no te creas, no es una decisión que se pueda tomar a la ligera. Necesito liberarte de esta agonía, aunque puede que luego me arrepienta, y tenga que cargar con esa culpa. Me tiembla el pulso, pero mi determinación no flaquea. Estoy dispuesto a asumir las consecuencias, las responsabilidades que se deriven de mis actos. No espero que nadie me apoye, siquiera que me comprenda. Estoy convencido que tú harías lo mismo estando en mi lugar. Vivir pendiente de un soporte vital básico no es vida. Tus latidos cada vez son más débiles. Tu corazón se apaga. Las manos de Carita-de-ángel se posan dulces, consoladoras, sobre mis hombros. Un último beso, tu mejilla yerma, fría, sin vida.
Ahora ya eres inalcanzable. Libre.
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