La culpa es de la primavera

La culpa es de la primavera

Paulo Neo

15/02/2019

Si tenía un libro o un trago entonces no pensaba demasiado en otras cosas.
Los tontos crean su propio paraíso.

Charles Bukowski


Aquí presentamos un hermoso ejemplar de Fratercula Arctica en plena época de apareamiento. Observen Uds., queridos lectores, qué elegancia tan soberbia, qué porte tan digno, qué majestuoso peinado. Se trata del Frailecillo Atlántico, un encantador espécimen que vive en Islandia, Noruega, Groenlandia y algunas islas en el norte del Océano Atlántico.

Ahora bien, si nos imaginamos que los peces que asoman del pico son simples palabras, nos meteríamos en un buen embrollo dialéctico, sin duda. Pero como aquí no le quitamos el cuerpo a los inconvenientes, y mucho menos si son imaginarios, vamos a intentar el ejercicio, a ver qué resulta.

Para empezar: nótese como el pez/palabra que cuelga del extremo superior derecho tiene los ojos desmesuradamente abiertos. Como si no entendiera muy bien que hace allí fuera y no dentro del cerebro, que es el hábitat natural de las palabras. Los peces/palabras de la izquierda en cambio, poseen una condición diferente: ya parecen haber aceptado su destino de pronunciamiento, su rotunda imposibilidad de volver al seno materno, a la vieja sensación de seguridad que brinda el líquido amniótico neuronal. Que si no, no se entiende que miren al piso con tamaña resignación. Podríamos decir que son ese tipo de palabras de las que uno se arrepiente apenas alcanza a pronunciarlas y a las que les sigue siempre, un profundo silencio, un vacío sempiterno.

Si seguimos observando, encontramos que hay palabras sin cabeza ni cola, que son puro cuerpo, podría decirse. Esas, podemos suponer, son las más peligrosas: uno nunca sabe de dónde vienen ni adónde van, pero como bien se aprecia en la imagen, conforman la gran mayoría.

Ahora bien, como aquí nos gusta pensar que contamos con lectores atentos y detallistas, pediremos que centren su atención en la media cabeza del pez/palabra que aflora aproximadamente a mitad del pico del Frailecillo. Estamos, claramente, ante el peor de los escenarios posibles: son las detestables medias palabras. Las que dicen un poco y callan otro tanto. Las que insinúan algo que termina siendo otra cosa muy distinta. Para ser lo más claro posible: la eterna maldición de paranoicos y obsesivos.

En fin, perdonen Uds. queridos lectores, tanto palabrerío inútil. Es que en esta clase de ejercicios, uno nunca llega a una conclusión tajante.

La culpa, en todo caso, es de la primavera.

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