a Martín Heidegger.

Martín camina la noche. La noche cae sobre la ciudad, no así la oscuridad. En la ciudad no se escucha al silencio. El silencio profanaría el culto a esa luz artificial. La noche cae; y sin embargo esa noche es distinta: 25 de enero de 1979, cumple 23 años; 23 años de estupidez.

Martín se aleja. Se aleja de quienes considera sus afectos. Sale en busca de una historia que no conoce. Zafar de su eterno condicionamiento. Burlar al destino, ese destino que está en esas calles, en esas galerías de pesadillas. En cualquier otro sitio su sombra sería otra, o no tendría. Mundo existente en sueños, mundo de otro lugar.Así va. Va con sus pérdidas a un punto de desvanecerse. Va con el olvido a un punto de ganarse. El cambio. El adiós a los muertos. El encuentro. Su propio destino. Se va con una sonrisa en los labios. El comienzo de la vida. Encontrará permanencia. Hogar. Se va con una sonrisa en los labios.

Cerca de su patria los pasos son lentos, detenidos por el peso de la duda. Su sonrisa comienza a desdibujarse. Camina, no corre. Frente al espejo, calla. Piensa. Añora. Retrocede tiempo. Oculta recuerdos. No olvida rencores. Olvida rostros, no espectros. Sus sueños se desvanecen. Sus pesadillas resurgen. Su patria está lejos. El mundo está cerca. La distancia se llena de muertos. La palabra: condenado. Condenado a la existencia. Los espacios cada vez más grandes. Espera un cambio. Quizás suceda…

Esa puerta. El remoto cielo. El cielo relativo. El suelo cubierto de nieves. Busca un papel. Dibuja antiguos mapas, antiguas fórmulas mágicas.

Martín no camina. Entra en un bar. Un bar rústico y sucio. Sucio como los borrachos que noche a noche lo frecuentan. No hay luz. No hay ruido. Martín pide vino y murmura: “En un bar de este país. Uno cualquiera, uno más te tomo compañera y te evaporás en esta noche de adioses; y yo ausente, perdido bebiéndote…¿A quién busco entre tus aguas turbias? Al desamor que en la sinrazón me acompaña. Bebo por nadería de loco, según totalidad de cuerdos”. Murmura para sí y para quienes no lo escuchan. Martín pida otra copa, toma otro trago. ¿Y a quién le importa? ¿A la que lo abandonó? ¿A un amor nuevo? Será viejo anteayer.

Busca un papel. Dibuja un bar. Dibuja el espacio. Mientras pronuncia una sentencia insobornable que ni admite ser escrita: Te fuiste, te vas, te irás. Brindo por las partidas y los tiempos.”

La mano y el pensamiento de Martín se detienen. Siente el amor que se le desdibuja y se interna en el tiempo. El destino no lo sorprenderá más. Ese bar es uno más. Ese país acaso el único que existe.

Martín no se aleja. Ha comprendido. Los hombres habitan en el tiempo. Él no logró zafar del suyo. Está eternamente enclaustrado. Él no es más que manifestaciones de un solo momento; pasado, presente y futuro, y un sinnúmero de expectativas.

Cambiar sería vivir las cruzadas, Julio César. O realidades no tan distantes; el universo de Borges, el universo de Perón. Ninguno de ellos lo ha sobrevivido. Están inevitablemente muertos.

Los seres están ubicados en el tiempo. En su tiempo. El tiempo, su duración relativa. Dios es su ausencia. Lo humano, marioneta que debe ubicar todo según plazo: largo, mediano o corto plazo. No se vive, no se es sin la idea de plazo. Toda expectativa tiene un cuando. También todo placer. También todo dolor.

Esa puerta. El tiempo remoto. El tiempo cubierto de nieves. El ser humano cubierto de sus días. Martín quisiera partir. Partir de esa galería de pesadillas. Ganar el cambio. Ganarle al absoluto.

Los tiempos cada vez más breves. Cada vez más instantáneos. Su época lo acorrala. Su época y sus muertos. No será suyo el rostro del mañana.

Sus 23 años, su tiempo le pertenecen. En la tierra sólo el cielo permanece igual, hoy y los siglos venideros. Pero ese cielo no significa nada.Su fiesta de cumpleaños, los invitados lo están esperando. Está retenido en el instante único. Es un condenado más a la cárcel del Tiempo.

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