La manzana cayó al suelo y la vista tan bendita que poseían se redujo hasta una linea que se dibujaba en el Paraíso y a su vez condenaba a que contemplasen un área menor de la creación. A este límite, Eva lo denominó «horizonte». Todo parecía mas pequeño. Antes lograba ver las estrellas y ahora se había dado cuenta de su desnudez. Los animales que parecían haber estado en constante comunicación habían dejado de hacerlo. Todo el Paraíso seguía conservando esa «libertad divina». Todos excepto ellos dos. Habían conocido los opuestos que les brindó el árbol de la vida. Ahora conocían el bien y el mal. «Serán como dioses» esa fue la mentira que les condenó a apartarse de la esencia «eterna» de Dios, de tal manera: no tiene principio, no tiene fin. Conceptos que ahora ambos conocían pues condenaron el sentido de su propia divinidad. «…aunque no puedas ya escucharme, sentirme e incluso entenderme, el mecanismo del amor que yo mismo he creado por ti se mantendrá protegiéndote muy de cerca «.
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