El viejo del papalote

El viejo del papalote


En un pueblo de la campiña, en México; en el patio de su casa, el viejo barría las hojas de los árboles, que caían con alegría. Barría lento, y no, porque estuviera cansado; lo hacía así, para disfrutar del día. No tenía prisa, acababa de jubilarse, gozaba de una buena pensión, y, vivía solo. De pronto oyó un ruido a sus espaldas, volteó, había caído un papalote. Lo tomó, y, se acordó de su niñez, de cuando su madre lo llevó a trabajar a una peluquería. A don Cecilio, el peluquero, le gustaba hacer papalotes. Los hacía con mucho esmero. Cuando los terminaba,se los regalaba a los niños, obteniendo una sonrisa.

—“A mí, él me enseñó a volar papalotes”. –Se acordó.De pronto, oyó, una voz infantil a sus espaldas.

— ¡Abuelo!, ¿me pasas el papalote, por favor? –Era un niño de entre siete y ocho años. Descalzo, sin camisa, con un pantalón roto. Él “abuelo”, se lo entregó cuidadosamente. La casa no era grande, pero era confortable, estaba rodeada de árboles.

El viejo, siguió barriendo sin perder de vista al niño, que contento, se fue enfrente, a un terreno muy amplio, veía que el niño no lograba subir el papalote; quiso ir a ayudarle, pero, había comprobado, que el papalote no estaba hecho correctamente. Luego, se bañó, y cambió de ropa.

— “Desayunaré en el restaurant, sirve que saludo a mis amigos”. – Pensó, y se fue. En el camino, se acordó cuando se casó la primera vez, no se había dado cuenta, de la verdadera inclinación sexual de su mujer, ni ella sabía, según le comentó, cuando se divorciaron. Aunque él resolvió su problema de eyaculación precoz, ella, cada día que pasaba reconocía su inclinación sexual. Después vino la plática, y quedaron, como buenos amigos.

Llegó a una papelería grande, donde compró material para hacer veinte papalotes. Después fue a desayunar con sus amigos, a quienes veía dos veces a la semana. La mayoría de sus amigos, vivían solos, a veces se jugaban bromas a causa de sus separaciones. Se imaginaba la plática entre ellos cuando él se iba.

— “¿Oye Miguel, porque Justino, no se vuelve a casar? –Pensó que alguno le preguntaría, al otro.

— “¡Quedó Traumado el pobre!, ¡tantas mujeres que hay!, pero creo que, de vez en cuando, va con una, pero… creo que es casada”.

— “Pero, ¿traumado por qué?”

—“¡Que no sabes que la primera mujer, le salió lesbiana!, y, la segunda, muy ligera de cascos, imagínate, se le fue con un trailero”.

Justino se acordó cuando había conocido a la segunda, ella trabajaba en una empresa, donde él era asesor contable,la conoció, y, hubo atracción. Era bonita y agradable. Él la analizó bien, tuvieron relaciones sexuales, y, descubrió que los orgasmos eran ilimitados por parte de ella. Después se casaron, ella era amable, y cariñosa. Él, a veces llegaba tarde por cuestiones de trabajo, pero a ella no le molestaba. Tenían buena solvencia económica, ya que éltambién trabajaba en la universidad como profesor. Por fin, llegó el hijo, los dos felices, pero más él. Un mal día, al entrar a su casa, encontró en la mesa, una carta, en donde ella le decía: —“Lo lamento, te dejo en libertad, me voy con el verdadero padre del niño, él se ha divorciado por mí, no pido nada, solo pido que te vaya bien, que encuentres realmente una mujer que te quiera, yo te deseaba, pero no te quería, lo lamento. Gracias por todas tus atenciones. Eres un hombre bueno, podrás encontrar, alguien mejor que yo”.

— “No te preocupes hermano, las viejas así son”. –Lo animaba un hermano que se había casado y divorciado tres veces, que además, tenía como veinte hijos con diferentes mujeres. “Ahora si vas a disfrutar como Dios manda, vas a tener las viejas que quieras, y, a la hora que quieras”.

Justino, en ese tiempo, fue apoyado en su trabajo, con un psicólogo, con el tiempo olvidó. Ya no se acordaba de sus matrimonios, pero, jamás se volvió a casar.

Por la tarde llegó a su casa, y, se puso a hacer el mejor papalote posible. A otro día, por la mañana, no barrió, tomó el papalote, se fue al terreno de enfrente, y, se puso a volarlo. Cuando ya lo tenía muy alto, sintió la presencia del niño sin huaraches.

—¡¡Que chido papalote!! ¿Quién lo hizo, abuelo?

— ¿Te gusta?

— Si, ¡está “chingón”!

— Ven aquí, tómalo con cuidado, hálalo así, contra el viento, no dejes de darle “jalones”, verás cómo sube.

El niño estaba contento. El viejo también. Se regresó a la casa, hizo de desayunar, pero, en lugar de utilizar dos huevos, utilizó cinco huevos, revueltos con jamón. Después, el niño empezó a caminar hacia donde estaba el viejo.

— ¡Abuelo, ayúdame!, ¿ahora como lo bajo?

— Síguele dando “jalones” pero ya no le sueltes cuerda.

— ¡Ya me cansé abuelo!

— Préstamelo pues, pero mira como le hago. El viejo y el niño, desayunaron juntos. El niño no dejaba de preguntarle cosas, al mismo tiempo que devoraba la comida.

— Ya me voy abuelo, mi mamá ha de andar buscándome. ¿Puedo venir mañana?

— Aquí te espero, Camilo, que te vaya bien.

En la tarde hizo dos papalotes más. A otro día llegaron tres niños, Justino se quedó sin volar papalote. Cocinó, diez huevos con más jamón. Camilo les había enseñado a los demás. En los días siguientes, hizo veinte papalotes, aunque solamente se usaban doce. Tuvo que “echarle más agua a los frijoles” para completar el desayuno. En pocos días, los niños del pueblo se ganaron un abuelo, pero Justino, se ganó varios nietos.

— Un día, sentado, y observando el espectáculo, dijo para sus adentros: —“Es cierto, los hijos y los nietos, te los da Dios”. –Pensó, y, gracias a Dios, Justino, cambió su vida, por el resto de sus días.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS