—¡Mmmh uh uh eiii tsss!

—¡No, ahí no!

—Ñaaam tss.

El líquido caliente y amarillento caía sobre las baldosas. El vigía entró y se dirigió al guardián.

—¿Qué hace? ¿Cómo se le ocurre tratarlo así?

—¿De qué otra manera usted cree que ese imbécil haría caso?

—El protocolo lo dice. Cero empujones, nada de gritos. Evítele el estrés. Para eso nos pagan, dijo conteniendo la ira.

— Si al menos fuera mejor la paga.

El vigía estaba harto de oír las mismas excusas y reportó el incidente al área supervisora de recursos humanos. Cada día compadecía más a los voluntarios y sin embargo, los envidiaba. Las implicaciones éticas que conlleva la responsabilidad humana lo sobrecogían y agobiaban. Aborrecía algunos actos del ser humano.

Fue a casa después del turno. Mientras el piloto automático conducía, él comparaba el enunciado de un aviso de la empresa para la que trabajaba: La conciencia tal como existe ahora, será cosa del pasado, con una promesa biotecnológica del retorno al paraíso. La compañía pretendía regresar a los voluntarios a un estado ideal de la mente prístina. Recordó las hipótesis científicas del último milenio. Hace millones de años algo asombroso le ocurrió a su especie: Pasamos de ser bestias irracionales a ser algo peor.

Perdimos los registros inéditos de una era de ensueño. —Se dijo así mismo, recostado en el único asiento del vehículo—. Cuando éramos como el leopardo que caza un simio en la penumbra, como el bonobo que comparte su sexo con la comunidad de primates hermanados, como las madres que dejan morir a las crías defectuosas o como el animal que respeta la vida de los de su especie pero no siente piedad por la otredad. En este lugar te despojamos de la humanidad. Sin conciencia no hay remordimiento ni culpa. La prohibición tal como la conocemos es irrelevante en nuestro sistema. Así que bienvenido. Bienvenido a Proyecto Edénico. Escuchó una vez, decir a la voz programada —en periodo de prueba— del androide recepcionista.

Si alguien le garantizara que todo saldría bien, que no sufriría abusos, como los de Lucas el guardián, entraría al programa sin dudarlo. No deseaba que lo redujeran a una mole orgánica sin derecho a comprender. ¿A entender qué? A comprehender que una empresa no tenía por qué engañar a gente desesperada por conseguir empleo. Nadie les dijo —claramente— a esas cobayas humanas que una vez se les hiciera la deshumanización era imposible dar vuelta a la hoja.

—Wa wa mmhh ehhh…

Después de unas horas el espécimen fue llevado al bosque de niebla y la orina turbia seguía empozada en el rincón de la sala del laboratorio. Llegó a casa, comenzó a leer un libro holográfico que le llamó la atención y palpó uno de los epígrafes que decía:

классовая война, all right. 这是我的, учебный класс, the rich class, 这是在发动战, и мы winning.

WARREN BUFFETT

Pensó: ¿Acaso los ricos son enemigos de los pobres? Sintió angustia, dejó de leer. Fue a la sala del simulador. Pulsó: “On” .Se puso el casco, escogió una de sus películas favoritas, minuto doce y trece. Seleccionó a Moonwatcher, el líder de una horda de homínidos en una sábana de África. Presionó: “Play”. Dormía junto a otros, despertó. En la pantalla apareció un monolito oscuro y transparente. Miró esa columna alta, se levantó, gruñó: ¡Gja, gjaa, gjaaa! Quiso decir: ¡Es una pantera de piedra, no la toquen!), gritó: ¡Gjaaaaa! y todos se largaron despavoridos. Somnoliento, — Antes que rodaran los créditos del filme— gozó del frío post orgásmico de otra noche incierta. Off.

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