Una cena distinta

Una cena distinta

Toño Araujo

10/02/2019

Cuál es para ti la palabra más importante.

Este whatsapp de número desconocido lleva varios días intrigando a Sara. Nada más leerlo, contestó con un quién eres. La respuesta, por ahora, es el silencio. Sara trabaja como redactora en un periódico digital. Comparte un pequeño piso a las afueras de Madrid con Mireya, que trabaja en un supermercado.

—¿Qué cenamos hoy, Mire?

—Aire, que no engorda.

—Venga, en serio. Tengo un poco de hambre. ¿Te apetece empanada?

—¿Qué quieres, que mañana me odie y tenga que salir a correr antes de ir al trabajo?

—Qué exagerada… venga, que no me apetece ponerme a cocinar.

—Vale, pero ponme un trozo pequeño.

Mientras abre el frigorífico, Sara siente vibrar la encimera. Estira la cabeza forzando la postura para alcanzar a ver la pantalla del móvil. ¿Ya la has pensado?

—Apaga el móvil, Sara. Siempre estás con el móvil. Si te lo quitan, yo creo que te mueres.

—No es que me muera, es que me corto las venas. Me acaba de mandar otro whatsapp el personaje misterioso.

—¿Llamaste a ver quién era?

—Sí, pero tiene las llamadas restringidas.

—¿Y qué dice ahora?

—Me pregunta si he pensado la palabra. No tengo otra cosa que hacer que ponerme a pensar en tonterías.

—¿Y si lo hacemos? ¿Y si contestamos, a ver qué pasa? Me gustaría saber de qué va esto ¿A ti no?

—Prefiero seguir viendo la serie que empezamos ayer, estoy enganchadísima y después del día que llevo no me apetece pensar.

—Ya… la serie está muy bien. Pero me pica la curiosidad. Además, si no contestas, me temo que seguirá insistiendo.

—Puedo bloquear el número.

—¿Y si es alguien conocido? Por ejemplo ese compañero del trabajo con el que tonteas, que quiere hacerse el interesante.

—Ojalá… vale, pesada, pero tú me ayudas.

Se sientan a la mesa. Sara sirve agua en los vasos. Pone el teléfono en medio, a la vista de ambas. Busca algo de música relajante para que baile la inspiración.

—No me pongas el canto de las ballenas, que me duermo.

—No, boba, es chill out.

—Venga, empecemos… di una palabra, la primera que se te ocurra.

Comida, por ejemplo… ¡Qué rico está esto, por Dios!

—Comida, ya tenemos una. Ahora yo… Trabajo. Deberíamos apuntarlas.

Sara abre el editor de texto del móvil y teclea ambas palabras. Luego dice Salud, y Mireya dice Vida, y a Sara se le arquean las cejas, sorprendida de que aquella palabra tan corta tuviera un alcance tan largo. Las otras le parecen importantes, pero VIDA la anota en mayúsculas.

Amor… o mejor, noviomacizorroquemeadore— prosigue Sara.

—Qué mala, ¿y qué pasa con tus papis, tus hermanos, tus sobrinos, tu compi superguay? ¿no nos quieres?

Sara alza la mirada, como si buscara un pensamiento en sus cejas, y Mireya suelta algunos sapos risueños, acompañados de un manotazo donde pille que cae en la mitad del antebrazo derecho de esa mujer a la que ahora interpela a la voz de tía, serás guarra.

—¡Ay! Me ha escocido, burra— Sara frota su antebrazo mientras intenta dejar de reír. —¿Qué pongo, amor o AMOR?

Inician entonces un momento intenso, como Mireya los suele llamar, donde sopesan si el amor está a la altura de la vida, enredando reflexiones, se vive sin amor, pero el amor genera vida, eso no es amor, es atracción sexual, pero una vida sin amor qué es, pues una cena a dos velas con una compañera de piso, eres muy tonta, lo sé, venga ponlo como quieras y sigamos, qué antipática, ya voy.

Se produce un momento de reposo, mientras beben y dejan de reír. Entonces la palabra LIBERTAD rompe el silencio.

—Sabes, Mire… pienso mucho últimamente en eso. Me encantaría poder levantarme un día cualquiera sin prisas, sin quehaceres, sin preocupaciones, desayunar tranquila, dar un paseo, perderme por las calles, sentarme en un banco a leer una novela. Me encantaría decirle a mi jefe que valgo para algo más que para rellenar huecos en la sección de noticias insípidas que nadie lee. Pero en el fondo tengo suerte. Al menos puedo elegir la manera de esclavizarme.

—Te veo muy negativa, ¿no crees en los sueños? Apunta Sueños, mayúsculas o minúsculas, como quieras…te decía…ser libre es algo más que elegir la forma en que queremos ser esclavos. Nada te impide hacer lo que dices, es tu elección. Seguramente perderías el empleo si lo haces, pero puedes hacerlo. Y puedes aspirar a un trabajo mejor.

—Tú tienes un título universitario y trabajas de cajera. ¿De verdad crees que somos libres?

—Sabes…no es lo que soñaba de niña, y no me veo así toda la vida, pero este trabajo me abrió las puertas para marcharme del pueblo. Allí no hay futuro. Futuro… apunta. La vida en mi pueblo se cae a pedazos, solo queda en pie la gente mayor. Volver allí tras la universidad fue deprimente, mis padres son un cielo, pero me ahogaba. Trabajar de cajera es otro paso del camino que he escogido, así que… sí, me siento libre a pesar de todo.

—Quizás tengas razón. Bueno, tenemos bastantes palabras, ¿hacemos recuento y escogemos una?

—Sí, por favor, que tengo las neuronas a punto del desmayo.

—¿Quieres algo de postre?

—Algo con chocolate, si hay.

El tiempo, sigiloso, da vueltas en el reloj de la cocina. Mireya y Sara debaten al calor de dos copas de vino sobre cuál es la palabra más importante. Cuando por fin eligen su mejor candidata, contestan al whatsapp indicando su veredicto. Diez minutos más tarde, vibra el teléfono de nuevo:

Te felicito por tu elección, es una magnífica respuesta. Pero si me permites, te indicaré otra palabra que es aún más importante que la que escogiste. Esa palabra es: YO. Si lo deseas, me encantaría poder ayudarte a descubrir la grandeza y el enigma del yo, durante un taller de tres meses de duración que puedes realizar, si lo contratas ahora, por un precio muy especial.

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