El monstruo y la niña

El monstruo y la niña

La vida de aquella chica, era tan miserable, ella cada noche lloraba, gritaba silenciosamente, se preguntaba a ella misma si merecía tal agonía, escuchando pasos por los pasillos, ella con todo temor se tapaba con sus sábanas, escuchaba el crujido de la puerta mientras se abría, una sombra caminaba hacia ella, la toma de la mano, empuja contra la pared sin remordimiento, saca las palabras de su boca, toma su garganta mientras le hacía nudos, le arranca la lengua.

¿Alguien puede oírla? él la ha enterrado bajo tierra, ¿Ella está hablando consigo misma? pues nadie la escucha.

El monstruo, muerde su cuello dejándole un veneno mortal, recorre cada parte de su cuerpo, con sus asquerosas manos, lentamente; ella jamás olvidará ese sentimiento de asco hacia su persona, ese sentimiento de desearle la muerte a ella y al monstruo.

Grita, grita, grita, se decía ella, pero tenía nudos en su garganta, sentía el dolor de su lengua cortada. Ella siente su cuerpo tan quebrantado, vacío, lleno de veneno. No importa cuántas veces limpie su cuerpo, el veneno sigue recorriendo cada parte de ella, lo sigue corrompiendo.

Ella despertó, se convenció a sí misma de que solo era una pesadilla. Era una mañana tan brillante, pero, ¿por qué se veía tan nublado? El monstruo la miraba con tanto morbo, con tanto deseo, ella sentía cada una de sus miradas, y recordaba que aquella noche no fué una pesadilla, ella no entendía como el monstruo podía sonreír sin pesar alguno. No entendía como una persona a la que le entregó su confianza podía lastimarla tan cruelmente. El besa a la progenitora de la niña, como si no pasara nada. La niña no entiende como puede arrebatarle su inocencia, su infancia, su felicidad. Ella pensó, seguro no volverá a pasar, pero fue un error creerlo, pues el monstruo se movía sigilosamente entre los pasillos, abría la puerta, le hacia pasar una pesadilla noche tras noche; se alejaba de la casa, era la oportunidad de la chica por desenterrarse de la tierra, desatar sus nudos y recuperar su lengua.

Pero, fué en vano, ella por más qué lo intentase, no podía, pues el le había arrebatado el alma. Se preguntaba si era demasiado tarde mientras él se satisfacía con su sangre y lágrimas. Sólo cerraba sus ojos, mientras inyectaba más veneno sobre ella. Mientras el monstruo no estaba, era la oportunidad perfecta para buscar la llave y así poder encontrar su alma, pero el camino era confuso. ¡Era un laberinto!.

Nuevamente abre la puerta, sonríe descaradamente a su progenitora, y la abraza como si no tuviera culpa alguna.

La niña se ahoga en un mar de preguntas sin respuesta, sube al techo de la casa, brinca deseando caer, pero el ángel en el cielo la sostiene para no dejarla caer al vació, ella le grita y le dice: ¿Por qué no me salvas del monstruo? el ángel le contesta, no es mi deber, tú tienes la llave para liberar tu alma, y abrirle los ojos a tu madre, ya qué ella es casi tan ingenua como tú, pequeña niña.

Tú tienes la valentía suficiente para desenterrarte de la tierra, desenredar tus nudos, recuperar tu garganta. La niña confundida se despierta, se pregunta si soló fué un sueño, sea lo que fuese, ella tenía la salvación en su boca, ella tenía que recuperar sus palabras arrebatadas. Ella tenía miedo, meditaba en silencio, se preguntaba será mi culpa que el sueño de una «familia» ¿se derrumbe?

El monstruo llega a la habitación, se mete entre las sabanas de la pequeña, ella le dice: No podrás arrebatar mis palabras nunca más, el monstruo sonríe sarcásticamente y le dice: «niña ingenua, si nuestra familia se destruye será ¡TU CULPA!»; la niña llora, llora, y llora sin consuelo, y le responde: «¡CÁLLATE! no sabes de lo que hablas, es ¡TU CULPA! por utilizarme». Él le da una bofetada y se queda inconsciente. El monstruo recorre su cuerpo, y finalmente rompe su corazón frágil.

Ella despierta desconcertada, sin ánimo alguno por encontrar su alma, pues piensa que la batalla ya fué ganada por él. Cierra los ojos, el ángel le da una sonrisa cálida, y le dice: «no te preocupes pequeña, ya casi termina todo, tuviste mucho valor al confrontarte a él, pero, aún tienes qué quitarle la venda a tu madre». La niña entre lágrimas le dice al ángel: «¡Pero, será mi culpa, ella no será feliz, ella lo ama, será sólo mi culpa, mi culpa, mi culpa!»… «Te entiendo niña, pero, no es tu culpa, es culpa de él por quebrantar tu cuerpo y alma».

La niña abre sus ojos, mira su corazón destrozado, y sabe qué tiene que hacer para ser libre al fin, ella recuerda su valor, sabe qué no merece tal agonía. Ella corre, corre y corre, hasta llegar a su progenitora, ella la abraza, arranca sus nudos frente a ella, desentierra su lengua, muestra cada parte de su cuerpo roto, rompe la venda de sus ojos y ambas lloran, pidiéndose perdón.

El monstruo llega a la casa, ellas se apresuran buscando una salida, el monstruo corre, y corre para alcanzar a sus presas y así corromperlas. La niña ve el corazón roto de su progenitora, pero ella con una cálida sonrisa le dice: Todo está bien ahora, tu sufrimiento ha terminado.

Mientras corrían por encontrar la salida, la niña se preguntaba ¿El monstruo realmente es un monstruo? acaso es algo más profundo, algo más que una enfermedad, ¿acaso tiene justificación sus atroces actos?; ambas encuentran la salida y saltan sin pensarlo hacía la luz.

Lo que parecía un final de sus vidas, rotas y vacías, realmente era un comienzo, una oportunidad nueva por vivir. Una búsqueda para aquella niña, una búsqueda de su valor, una búsqueda de amor propio. Un camino nuevo, una búsqueda de luz. La niña miró al cielo y sonrió con lágrimas en los ojos, por fin aquella pesadilla había terminado, pero, también sabía que una lucha interna había comenzado…

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