Dos mujeres y una duda

Dos mujeres y una duda

«Solo sé que no sé nada»

¿Sócrates?

Una mujer muy alta espera, en una parada, el autobús. Una muy baja se acerca.

—Hola —dice la mujer baja.

—Uy, qué mala cara.

—Calla, calla, tengo un disgusto…

—¿Y eso? ¿Qué ha pasado?

—Nada. Que he muerto.

—¡Venga ya! ¿Con esa carucha?

—Sí.

—Nadie lo diría…

—Pues así es.

La mujer alta la mira desde arriba.

—Y te quejas… tú es que nunca estás contenta, ¡ni muriéndote y pudiendo hacer una aparición!

La mujer baja la mira desconcertada.

—Que no, que no es una alegría morir, créeme.

La mujer alta se pone en jarras, pega los pies al suelo y se balancea de izquierda a derecha.

—Uy, uy, uyyyyyyy… Tú no has muerto.

—¿Cómo que no?

—Estás descontenta y demacrada. Eso no es propio de una muerta, hazme caso.

—He muerto —insiste—, lo vas a saber mejor tú que yo…

—Que no, mujer. Eso es que necesitas vitamina &7.

—¿Tú crees?

—Claro.

La mujer baja saca un espejo del bolso y se mira.

—Pues yo me encuentro estupenda —dice mientras lo guarda con mucha dignidad—. Ayer morí, no me líes…

—¿Pero cómo vas a haber muerto si estás hecha una piltrafa disgustada? Ve a por la &7, anda. Y a por otro espejo, que ese ya caducó.

Un autobús se acerca, reduce la velocidad, no frena del todo y sigue hacia delante. La mujer baja se sienta en el suelo, enfurruñada.

—Tú es que nunca me tomas en serio: ni de viva, ni ahora de muerta.

—Empiezas a preocuparme…

—¡Mírame! ¿De verdad me ves viva? —dice mientras se pone en pie con torpeza.

La mujer alta la rodea, escrutándola.

—Estás igual, pero con bastante peor aspecto. Y todavía mas quejicosa: no has muerto.

—Qué envidia me has tenido siempre…

La mujer alta sonríe y le ofrece la palma de su mano para chocarla.

—Si tú estás muerta, es que yo también lo estoy —dice.

—¡Ahhhhh! ¿Cuándo moriste? ¿Antes que yo?

—Choca, anda, choca.

Sus palmas suenan como dos piedras cuando coinciden dentro de una ola que las ha arrancado de la arena del fondo, las ha hecho flotar y las ha lanzado, juntas, a la arena de la orilla. En ese momento llega otro autobús. Para. Abre las puertas. El conductor las saluda con la mano, cierra las puertas y arranca. Ellas lo miran alejarse.

—Ha parado —dice la mujer baja—. Y nadie salió.

—No. Qué raro.

Las dos se miran durante unos segundos, calladas.

—Entonces, al final, ¿estamos vivas o muertas?

—Ni idea, yo ya no estoy segura de nada —dice la mujer alta.

—Horror. ¿Y ahora qué hacemos?

—Cómo que qué hacemos. Empezar desde el principio, como siempre. Vete y vuelve, a ver si esta vez conseguimos enterarnos…

Una mujer muy alta espera, en una parada, el autobús. Una muy baja se acerca.

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