Profundidad de campo

Profundidad de campo

Aquí estoy. En la dirección indicada. Diez minutos antes de la hora. Me va a salir bien. Entro por la puerta giratoria. Subo a la décima planta en el ascensor. Vaya, esta oficina es enorme. Las paredes son de cristal y puedo ver a mucha gente trabajando con sus ordenadores. Se oyen risas. Veo fotos de niños en los escritorios de los empleados. Parece que hay buen ambiente aunque huele un poco a pimentón picante y eso me hace estornudar.

—Buenos días, soy Domingo Del Río, tengo cita con el señor Don Joaquín Núñez, de Recursos Humanos.

—Sí. Por favor, pase por aquí. Siéntese, el señor Núñez le atenderá enseguida.

—Gracias.

Vaya despacho. Hay granadas de mano a modo de adorno. Intimida un poco pero va a ir bien, lo sé.

—Buenos días, señor Del Río.

—Puede llamarme Domingo, si quiere.

—Prefiero seguir llamándole señor Del Río, si no le importa.

—Vale, como quiera.

—Bueno, sólo para aclarar las cosas, usted viene a hacer una entrevista de trabajo a nuestra empresa. ¿Por qué?

—Porque necesito trabajar, llevo dos años en paro y no me queda dinero.

—Bueno, pues creo que esta entrevista ya ha terminado.

—Pero ¿por qué? soy trabajador, soy responsable, soy resolutivo. Si me da una oportunidad, no se arrepentirá, ya lo verá.

—A lo mejor es usted el que se arrepiente de entrar a trabajar en un lugar como éste.

—¿Lo dice por el olor a pimentón picante?

—Usted sabe que lo que aquí vendemos mata a la gente, ¿eso no le crea ningún conflicto moral?

—Bueno, ahora mismo no. Total, yo no voy a matar a nadie. El puesto al que me presento es de administrativo para el departamento comercial. Sólo voy a gestionar facturas y material de oficina, ¿no?

—Mire, señor Del Río, antes de seguir con esta entrevista, le aconsejo que vaya a ver una exposición llamada “Profundidad de campo” para que se haga una idea del perfil que estamos buscando. Si después de verla, usted sigue interesado, venga mañana y seguiremos con la entrevista.

—De acuerdo, pero apúnteme para mañana.

—Sería a la misma hora.

—Pues hasta mañana, entonces.

Salgo de la oficina y empiezo a estornudar una y otra vez, hasta cinco veces seguidas, caramba con el olor a pimentón picante, sí que me ha dado fuerte. Pero claro que voy a volver. Tengo más de cuarenta y cinco años y necesito una oportunidad. De todos los currículums que he enviado, sólo esta empresa me ha llamado para hacer una entrevista. Necesito respirar hondo.

Llego a la exposición. Meiro Koizumi, “Profundidad de campo”. Aquí es. Artista japonés. Entro en una sala quemada y oscura donde hay tres proyecciones audiovisuales. La primera tiene el volumen activado para que la pueda escuchar todo el mundo, las otras dos no, hay que ponerse auriculares.

Me siento en la grada para ver la primera. Se llama Campos de Batalla.

La proyección ya está empezada. A ver si me entero de algo. Aparece alguien grabando su casa con una cámara. Aparece una cama grande y una cuna. Habla de una misión. Parece que es un militar estadounidense y esta noche tiene que patrullar la ciudad con otros soldados, por lo visto está en Afganistán. Saca un montón de rifles y dice que espera que esta noche sea tranquila. La proyección sigue pero yo me levanto de la grada porque me ha dado otra vez por estornudar.

Me dirijo a la segunda proyección. Me pongo los auriculares. Se llama Retrato de un joven samurái.

Hay un chico japonés en la pantalla vestido de piloto de aviación de la segunda guerra mundial que da a sus padres las gracias por haberle dado un lugar digno para morir. Una voz le dice que repita la misma escena pero con más intensidad, que saque “el espíritu del samurái”, el chico vuelve a dar las gracias a sus padres con lágrimas en los ojos, pero la voz insiste en que tiene que repetirlo con más intensidad, el chico vuelve a repetirlo con mayor desesperación, pero a la voz no le parece suficiente, quiere que saque de sus tripas “el espíritu del samurái”, el chico empieza a carraspear y a escupir casi bilis y vuelve a repetir la escena, la voz sigue insistiendo que no es suficiente…

Me quito los auriculares donde se oían los gritos de ese joven dando las gracias. Me levanto y voy a la última proyección. Me vuelvo a poner otros auriculares, se llama Donde el silencio falla.

Un señor japonés bastante mayor cuenta a la cámara cómo se hizo piloto kamikaze en mayo de 1945. Dice que han pasado ya sesenta y siete años desde la muerte de su mejor amigo y compañero de escuadrón y le pide perdón por sobrevivir. El día que él salió con el escuadrón dispuesto a morir por su patria, el motor de su avión daba claras señales de que algo iba mal y su capitán le ordenó que abandonara el escuadrón. Él no quería quedarse allí. Estaba mentalizado para morir ese día. Pero no pudo hacer nada. Esperó a la siguiente misión y lo volvió a intentar dos veces más, pero ningún día fue propicio para salir por las fuertes lluvias. Perdieron la guerra y él sobrevivió. No para de pedir perdón a su amigo. Jura que él sólo quería morir con él aquel día y que siente mucha vergüenza por seguir egoístamente vivo. En silencio, llora.

Vuelvo a estornudar otras cinco veces seguidas. Me pican los ojos. Me voy a casa. De tanto estornudar me han entrado ganas de vomitar.

Meiro Koizumi – Retrato de un joven samurái.

Martha Rosler

Marta Rosler

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